La cultura tiende a subirse a una especie de Olimpo o de torre de marfil, y eso a pesar de que en su origen todo elemento cultural o artístico surge de la escala mínima de las comunidades, del trato de cercano y de la necesidad de comprender, representar y disfrutar el mundo entre vecinos y compañeros. Sin embargo, las actividades culturales se han venido contagiando por el elitismo y, en consecuencia, se han ido concentrando, tanto en el espacio como en unas cuantas manos.
En Madrid ocurrió así. Los proyectos culturales de la ciudad se aglutinaron en la zona central y la periferia quedó abandonada. El prestigio museístico, teatral, cinematográfico de la capital era un prestigio con el cinturón apretado, en concreto, el cinturón de la M-30. Para contrarrestrar la situación, el Ayuntamiento de Madrid ha desplegado varias iniciativas. Una de ellas son unos laboratorios de participación ciudadana, para que, barrio a barrio, sean los vecinos quienes elijan qué actividades y proyectos quieren desarrollar.
«Debemos implementar programas con las comunidades locales para enfocar el marco del derecho a la cultura: toda la ciudadanía tiene derecho a participar en la vida cultural de la ciudad y a hacer valer sus preferencias», cuenta a Yorokobu la asesora del Área de Cultura de Madrid, Azucena Klett.
La cuarta edición de los laboratorios, por los que ya han pasado 1.000 personas, arrancó el miércoles 16 de noviembre con el objetivo de potenciar los centros culturales de distrito para convertirlos en los núcleos de la llamada cultura de proximidad.
Expertos como Xavier Fina y Joan Subirats han escrito sobre este concepto. La idea es que las administraciones locales posean más capacidad de influencia sobre las decisiones tocantes a la cultura. Esta tendencia es inseparable de la participación de los vecinos, por eso debe articularse sobre el principio de cercanía. Estas políticas se esfuerzan en generar redes de actividades en las periferias. ¿El objetivo?: «Escapar de la centralidad de la cultura y sus macroinstituciones».
Hay un cimiento importante. Madrid cuenta con 90 centros con un total de 203 «servidoras públicas» que se han encargado de organizar más de 7.000 actividades.
Según Azucena Klett, el modelo tradicional de la capital puede calificarse como centralista: «Se basa en la creación de grandes infraestructuras para la proyección internacional. Por un lado, esto ha generado un beneficio y una calidad que hay que conservar, sin embargo, la misión de lo local se ha quedado en un segundo plano. El tejido más básico, situado en los barrios, no ha tenido un acceso igual a esos recursos».
Los laboratorios conectan a los agentes culturales con las administraciones y con la ciudadanía; entre todos deciden qué programas alimentarán mejor a la comunidad. De esta forma, se pretende equilibrar el poder que ciertos colectivos o lobbies artísticos han acaparado.
Se trata de democratizar el acceso y, al mismo tiempo, cambiar su lógica: «Tratamos de pasar del ciudadano que consume cultura al ciudadano que es agente activo. La parte económica importa porque para acceder al consumo hace falta capital, pero intentamos salir de ahí, ir más allá del precio», cuenta.
Al conocer iniciativas de participación como estas, quizás reaccionemos con incredulidad; asumimos hace tiempo que a gran parte del pueblo no le interesa la cultura, y menos implicarse y organizarla. Caemos en esa desconfianza, quizás, por una concepción muy restrictiva de la cultura o porque, con el paso de los años, el abandono de la periferia y la falta de mecanismos de inclusión han acabado por expulsar a los vecinos de la afición a la cultura. Es difícil de determinar, pero hay algo innegable, que la cultura conforma algo consustancial a toda comunidad de personas.
«Lo que sucede es que, para que tú seas partícipe de algo, te tienes que sentir aludido o representado por ese algo y tal vez eso no ha sucedido del todo», matiza Klett. Desde la organización, hablan de una buena respuesta de la ciudadanía con respecto a los laboratorios que les permite «la puesta en juego de la inteligencia colectiva para decidir las mejores medidas».
Ya existen trabajos en Madrid que están asentando la cultura de proximidad y demostrando sus posibilidades reales. Proyectos como Madrid Activa o Villaverde Experimenta diseminan actividades por el territorio metropolitano. Villaverde Experimenta, por ejemplo, cuenta con proyectos como Y colorín colorado, esta historia ha comenzado… que compondrá una obra de guiñoles basada en un relato colectivo protagonizado por personas que viven en Villaverde; o talleres de música que, de paso, fomentan la creación de lazos interculturales entre vecinos en un distrito que cuenta con una imporante tasa de inmigración.
Desde el Área de Cultura, son conscientes de que todas las herramientas son pocas. Ven en los laboratorios un dispositivo para abrir el diálogo en lo tocante a la cultura (pero sólo uno más) que deberá complementarse con todos los espacios de participación que se están explorando en los últimos años. La cultura se acartona si sólo se reserva a la élite o a la proyección publicitaria, por eso Federico García Lorca, que tenía calidad como para fundar su propia torre de marfil, en vez de eso, montó La Barraca y recorrió la España ignorada y sin teatros.
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