Queen Kong

“¡Toni, a la cama, que esta noche ponen una de dos rombos!”. Y yo me escabullía a mi habitación, pero dejaba una rendija imperceptible en la puerta para vislumbrar la pantalla de la tele. Recuerdo que así vi mi primer pezón, de lejos y en blanco y negro. Cuando crecí, y anudando ciertos cabos sueltos de la fecha y otros detalles, deduje que era el pezón de Andrés Pajares. Me ha costado un dineral en terapia…

En aquella época corría el año 1976, y John Guillermin estrenaba su “King Kong” protagonizado por Jessica Lange y Jeff Bridges. Ha llovido mucho desde entonces, hasta que Peter Jackson, antes de embarcarse en sus aventuras de la Tierra Media, se decidiera a dar un lavado de cara al enorme primate con su “King Kong” (2005), que por diversas razones se titula realmente “The Eighth wonder of the world” (La octava maravilla del mundo).

Pero ¿Por qué en su flamante versión no se le ven los genitales al maldito mono de siete metros de altura? El orondo animal corre, salta, recorta su silueta contra el horizonte al atardecer cual toro de Osborne, se despeña por un barranco, se balancea en precario equilibrio sobre troncos gigantes… Y no hay ni una sombra, ni un leve abultamiento, ni un pliegue entre sus muslos que nos permita suponer una actividad mínimamente lúbrica.

Lo primero que uno piensa es que la nueva ola de censura puritana se ha filtrado en todas las películas de los grandes estudios.Ya desde el año 1982 se adoptaron de manera tácita decisiones muy tristes, como la de que los malos nunca se saldrían con la suya (todo crimen conlleva un castigo), o que nunca un miembro de una minoría étnica podía ser el villano (se acabaron los chinos corruptos, los negros traficantes, los filipinos filatélicos…).

Pero de repente tuve una revelación. El King Kong de Peter Jackson no es UN gorila, Es UNA gorila. Esto cambia totalmente el enfoque argumental de la película, y la hace más rica en matices psicológicos. Estamos ante una historia de amor lésbico entre dos especies próximas. A la gorila le gusta la rubia, y la rubia, que nunca ha tenido dudas acerca del sexo de su raptora, se siente protegida y atraída por esa madre que echa de menos. El desvalimiento de su personaje, que los astutos guionistas Fran Walsh y Philippa Boyens, deslizan al principio de la historia, sirve para engarzar esta querencia contra natura, pero de gran carga emocional.

En la versión de 1976, el mono soplaba con mirada rijosa hacia el escote de Jessica Lange mientras la sostenía en su manaza, para revelar fugazmente sus pechos al primate y al espectador avisado. A la chica le gustaba, desde luego, lo que dejaba volar la imaginación acerca de lo que ocurriría después. Pero la versión lésbica que nos ocupa muestra una relación tan pura, tan platónica mientras la cámara filma, que no cabe duda de que nos han escamoteado escenas fascinantes.

Así pues, Peter Jackson nos narra un estremecedor testimonio de lo compleja que es la sexualidad de los mamiferos, lo que indefectiblemente me recuerda aquel pezón de Pajares que mis padres quisieron evitarme… sin éxito.

Las películas que vemos no siempre son lo que parecen.

Foto 1: Wikimedia Commons , Foto 2: RKO Radio Pictures Wikimedia Commons , Foto 3: Doctor Macro Wikimedia Commons

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