Quitamales: Verano del 2000, la nostalgia de sentirse libre

Quitamales verano del 2000

Siempre que se aproxima el verano, cuando empieza a oler fuerte a jazmín o a lavanda y el asfaltó abandona su estado sólido para derretirse, se me llena de nostalgia el pecho y recuerdo ese momento de subidón veraniego que sentía cuando era niña. El momento exacto en el que el cole termina para dar comienzo a la libertad absoluta.

Recuerdo madrugar a tope para ver el Club Megatrix, ¡era increíble! Y jamás se borrarán de mi mente series como La Banda del Patio, Doraemon, Los Rugrats, Dexter, Xena, Rex, un perro policía, Pesadillas, Los vigilantes de la playa, Lizzie McGuire, Las tortugas ninja, Heidi; y cuando tenía que compartir tele con mi hermano, Dragon Ball, Oliver y Benji o Pokémon. Y, obvio, la que me sigue acompañando hoy en día, Los Simpson.

Pasábamos las tardes en la piscina, con las manos arrugadas, para después, por la noche, salir a la calle y jugar al escondite entre espigas, coches, portales o casas en obras hasta las tantas de la madrugada (excepto los lunes, que era ritual ver el Grand Prix). Nos encantaba hacer rutas de parques con las bicicletas, o simplemente irnos a investigar por el pueblo con nuestra bolsa de chucherías.

Quitamales verano del 2000

En 2001 nació mi segunda hermana, y con ella, el bucle infinito de Shrek, que se estrenó justo ese verano. Con esto y con mi inicio a la prepubertad, me despediría de aquellos veranos, habiendo vivido lo mejor de los dos mundos: el final de los 90 y el principio de los 2000.

Después empezaron los veranos de campamentos, tener mi primer Nokia, mi primer amor, mi primer beso (horrible), descubrir a Avril Lavinge, tener mis primeros CD, ponerme en bucle los de mi padre de Caribe Mix, primeras revistas Super Pop, primeros dramas con los Backstreet Boys y primeros intentos de parecerme a las Spice Girls sin éxito.

Hoy, cada vez que llega el verano, me sacude esa nostalgia que no duele pero rasca. Una especie de quitamales para adultos: no tienes esas vacaciones eternas, pero recuerdas que alguna vez fuiste libre, que todos los días escogías el sabor de un flax diferente y que fuiste feliz, muy feliz.

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Yorokobu es una publicación hecha por personas de esas con sus brazos y piernas —por suerte para todos—, que se alimentan casi a diario.
Patrick Thomas

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