Hay lugares que son un antídoto contra las epopeyas nacionales: terrenos en ruinas, oxidados, deprimentes. Las campañas machaconas de promoción de los juegos olímpicos o de las exposiciones universales inflaman la emoción patriótica, crean una ensoñación que repudia la realidad y condena a quienes traten de recordar el riesgo de que todo acabe en una exposición de edificios abandonados. El déficit presupuestario griego pasó del 3,7 en 2002 al 7,5 en 2004, después de los Juegos Olímpicos de Atenas.
Hoy, los estadios olímpicos son criaderos de matorrales. Fue en Sevilla, en los terrenos abandonados de la Expo del 92, donde a la fotógrafa estadounidense Jade Doskow se le reveló la idea que culminó en su libro Lost Utopias.
«Viajar a través del puente ultramoderno de Calatrava que cruza el Guadalquivir desde la vieja Sevilla al recinto de la Expo del 92 fue una experiencia remarcable: acres y acres de edificios abandonados posmodernos se extendían ante mis ojos, había un gran choque visual con la hermosa antigua al otro lado del agua. Había canales llenos de maleza, palos de bandera vacíos que se levantaban al viento», cuenta a Yorokobu.

La yuxtaposición surrealista de elementos entre la vida natural de las ciudades y la descomposición de los delirios de grandeza del pasado atrapó a Doskow. En Sevilla, «esa situación se elevaba a la enésima potencia».
Decidió recorrer el mundo para cazar las imágenes que las ferias mundiales habían dejado a sus espaldas. Montreal, París, Seattle, Bruselas, Nueva York, San Luis, Vancuver… Doskow quería captar la «arquitectura remanente», aquellas construcciones que han sobrevivido a su propósito original. A la vez, uno de los centros magnéticos que más le atrapaba del proyecto era la visión del desmoronamiento, de la decadencia de los sueños.
Una exposición universal se monta con estructuras temporales con la idea de retirarlas cuando concluya. Sin embargo, algunas de las construcciones se ganan la permanencia. El ejemplo más conocido es la Torre Eiffel de París, levantada para la Exposición Universal de 1889 y, finalmente, convertida en símbolo de la identidad francesa y europea.


La otra forma de pasar a la posteridad la mostró Bart Simpson en el capítulo Bart on the road. El pelopincho amarillo falsifica su carnet y se da un garbeo en coche por el país. Sus amigos encuentran en el coche un libro sobre la Feria Mundial de Knoxville y se dejan seducir por las promesas futuristas del lugar. No se percatan de que están leyendo una guía de 1982. Al llegar, corren a ver la enorme esfera solar que prometía el catálogo. La encuentran demacrada, sin ningún aura de ciencia ficción, convertida en un almacén de pelucas.
El capítulo es ficción; allí no se guardan pelucas, pero esboza a la perfección el anacronismo y la horterada de las predicciones de futuro cuando el tiempo pasa y entran en contraste con los hechos.
Jade Doskow sitúa el colofón de lo fantasioso en las exposiciones correspondientes a los años de la Guerra Fría: «Los diseños más utópicos y ambiciosos corresponden a los sesenta, durante el tiempo de la carrera espacial. ¿Hay algo más utópico, más idealista, que la idea del viaje espacial?».


En 1962, la ciudad de Seattle construyó una aguja espacial (Space Needle), una emulación de platillo volante que aguijonea las nubes. Después de la celebración del evento se decidió volver a alzar la torre, pero esa vez de modo permanente. En realidad, sus únicas ambiciones galácticas se limitan a la estética; por lo demás, alberga un restaurante giratorio.
«Mientras las ferias eran típicamente proyectadas para ser temporales, dejaban detrás algunos de sus iconos más internacionales que, además, han formado el paisaje de las ciudades», expresa Doskow.
Al mismo tiempo, pretende abrir un debate más profundo sobre cómo el desarrollo de las ciudades moldea las vidas cotidianas cada día: «Las fotos proponen preguntas sobre lo que elegimos preservar o lo que descartamos de nuestros lugares urbanos compartidos. Las ciudades son vibrantes organismos vivos y la multitud de componentes que se añaden al paisaje de la ciudad son impredecibles y no siempre están bien planeados».


El título del volumen, Lost Utopias, ofrece una visión pesimista de estos despliegues de millones, terreno y fuerza de trabajo: «Se invertía mucha fantasía en crear estas estructuras, pero después, a menudo, se pierden por descuido, incendio o demolición», criticó en una entrevista para Design Observer.
En 2015, Jade Doskow visitó la Expo de Milán y renovó su escepticismo. «Al igual que en los Juegos Olímpicos, estos eventos ofrecen la oportunidad a las naciones de mostrarse en las arenas de la tecnología y la cultura». Duda de que sean necesarios en 2017. «En el siglo XIX, uno necesitaba viajar a una feria para experimentar las últimas invenciones y maravillas, ahora sólo tenemos que preguntar a Siri», sintetiza. «Me quedé impresionada con los diseños del pabellón, pero lo sentí como una extravagancia extrema».
La fotógrafa ha perseguido el desmoronamiento de, como diría Richard Ford, las cáscaras vacías de los sueños, pero ¿dónde están las cáscaras que hoy parecen llenas y en el futuro revelarán su inutilidad? Cuando se le pregunta por arquitectura aspiracional a Doskow, afloran en su cabeza Zaha Hadid o Santiago Calatrava. En realidad, algunas zonas de la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia alientan el fantasma de un futuro incierto.
Los recuerdos quedan de haber visitado estos sitios. Ya los ue nos acompanaban no estan en nuestras vidas y por eso todavia tienen valor aunque delapidados al pensar asi.