Lo peor de la ciencia son los científicos (y por eso existe la ciencia)

24 de agosto de 2022
24 de agosto de 2022
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rigor científico

La doctora Tess Lawrie es la fundadora del infausto British Ivermectin Recommendation Development Group (BIRD), una plataforma que solicitó detener el programa de vacunación contra la COVID-19 arguyendo datos sin fundamento a propósito de su falta de seguridad.

No es solo una simple anécdota o una mancha curricular de la carrera mundial a contrarreloj que ha tenido lugar para combatir la pandemia. Por ejemplo, el desarrollo de nuevos tratamientos basados ​​en células madre estuvo jalonada de violaciones de las regulaciones gubernamentales, afirmaciones médicas exageradas y comunicación pública distorsionada, tal y como ha revelado un estudio publicado en octubre de 2021 en la revista Stem Cell Reports.

Anteriormente, mientras los laboratorios empezaban a diseñar antivirales contra el SARS-CoV-2, muchos investigadores recurrieron al enorme catálogo de fármacos disponible con la esperanza de que alguno funcionara frente al virus, como la ivermectina, un antiparasitario utilizado para tratar a seres humanos y animales. Un gran número de médicos y comunicadores científicos, e incluso las autoridades sanitarias de diversos países, otorgaron a la ivermectina el estatus de medicamento casi milagroso, cuando, en realidad, más de un tercio de los 26 ensayos principales del fármaco para su uso contra el SARS-CoV-2 acarrean graves errores o signos de posible fraude.

Leídas de corrido, todas estas distorsiones rayanas en lo grotesco sobre los avances científicos para combatir la COVID-19 invitan a pensar que el verdadero milagro es que nuestra civilización haya sobrevivido a la actual pandemia. No solo la ciencia marginal, sino incluso un buen ramillete de expertos reputados ha estado originando tal volumen de desinformación, superchería y teorías de la conspiración que cabe preguntarse, ahora más que nunca, cómo es posible que la investigación científica más ortodoxa haya logrado permanecer a flote.

Sin embargo, no cantemos victoria aún: tal vez ante nosotros solo tengamos un aparentemente rutilante mueble Luis XVI que está afectado de una profunda carcoma.

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LA PARADOJA DE LA ABUNDANCIA

Los muebles Luis XVI contrastan con el estilo Luis XV por su sencillez y mesura. Regresaron al rigor de las formas geométricas y rectilíneas inspiradas en la arquitectura clásica, como el rectángulo, el cuadrado o el círculo.

Frente al exceso de estilos anteriores, el Luis XVI se caracteriza por la ligereza de sus formas y la proporción armoniosa de sus dimensiones. No obstante, la carcoma que puede estar desangrando nuestro mueble clásico, o quizá desfigurándolo hasta adquirir formas barrocas y ensortijadas, está formada por diversas especies. Algunas de ellas ya han sido identificadas. La principal la podríamos denominar paradoja de la abundancia.

Al examinar 1.800 millones de citas entre 90 millones de artículos en 241 temas, un reciente estudio publicado en PNAS en octubre de 2021 ha evidenciado lo que muchos tildan ya de la paradoja de la Edad de Oro de la ciencia: más científicos que nunca publican más investigaciones que nunca, pero el resultado, en realidad, está frenando el progreso.

[pullquote]La abundancia de conocimiento está frenando a los propios científicos debido a una suerte de sobrecarga cognitiva[/pullquote]

Con demasiada información que leer y procesar, los estudios en los campos del conocimiento más concurridos citan menos trabajos nuevos y canonizan más los estudios muy citados. En otras palabras: las nuevas ideas no se pueden examinar cuidadosamente frente a las antiguas, y los procesos de ventaja acumulativa no pueden funcionar para seleccionar innovaciones valiosas.

También la abundancia de conocimiento está frenando a los propios científicos debido a una suerte de sobrecarga cognitiva. Las tasas de inicio de doctorados en STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas) se han desplomado un 38% en los últimos 20 años. Un estudio publicado en National Bureau of Economic Research en 2020 sugiere que una razón de ello también es la sobrecarga del conocimiento: la naturaleza de la ciencia se está volviendo tan compleja que los doctorandos a duras penas pueden abordarla a la vez que soportan demasiadas tareas de investigación y administración.

En un momento en el que la innovación científica es fundamental, la ciencia no avanza tan rápido como necesitamos o podríamos esperar: un estudio publicado en American Economic Review en 2020 muestra que en todos los campos, desde la medicina hasta la agricultura y la informática, la cantidad de esfuerzo y dinero necesarios para innovar está creciendo. Por si fuera poco, según una encuesta realizada en 2016 a 1.500 investigadores por la revista Nature, el 70% de ellos habían sido incapaces de reproducir al menos uno de los experimentos de otro científico, y el 50% no habían logrado reproducir uno de sus propios experimentos.

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FORTUNA Y GLORIA

Si un científico considera que puede falsear unos datos para obtener mayor rédito, entonces solo podemos confiar en su honestidad intelectual para que no lo haga. No todo el mundo hace trampas, naturalmente. Pero la tendencia a hacer trampas aumenta a medida que uno cree que no será pillado en un renuncio, de que su reputación no quedará en entredicho. En otras palabras: si el progreso de la ciencia dependiera de la honestidad del científico, tal progreso sería lento y meándrico.

Y hete aquí otra especie de carcoma que devora el esqueleto de nuestro regio y exquisito mobiliario francés: el problema es que el actual sistema de publicaciones y de obtención de resultados incentiva poderosamente a los científicos a sacrificar su honestidad o, sencillamente, a relajar el rigor con el que se enfrentan a su investigación.

Por ello, no es extraño que se publiquen estudios de asociación donde los autores, en las conclusiones, afirman causalidad a partir de los resultados. O se sugiere que determinada intervención ha sido efectiva sin la comparecencia de un grupo de control (se divide a los sujetos de estudio en dos grupos, a uno se aplica el tratamiento o factor testeado y al otro no), cuando es habitual que, al incluir un grupo de control, los resultados sean los esperables por el simple transcurrir del tiempo.

[pullquote]La búsqueda constante de ascenso social o académico no es necesariamente mala. El problema es olvidar que esa búsqueda de estatus está fuertemente condicionada por la honestidad, a título individual, del científico[/pullquote]

La búsqueda constante de ascenso social o académico no es necesariamente mala. Constituye un poderoso acicate que, junto a nuestra curiosidad y otras motivaciones psicológicas, finalmente propicia que haya un conjunto de personas dispuestas a invertir horas de esfuerzo y transpiración en una investigación que probablemente termine en nada. El problema es olvidar que esa búsqueda de estatus está fuertemente condicionada por la honestidad, a título individual, del científico. Como sucede con la piedra de Sísifo, en cuanto dejamos de sostener los controles oportunos, la gravedad campa a sus anchas. O la cabra tira al monte.

Algo que sucede con más frecuencia de lo deseable, como comprobó el editor científico John McCool. Como fan incondicional de la serie de televisión Seinfeld, cuando fue invitado a publicar un estudio en la Urology & Neprhology Open Access Journal, no pudo evitar boicotear la revista redactando un estudio sarcástico en el que se hablaba de la uromicitisis, una patología inexistente que Seinfeld menciona en un episodio de la tercera temporada: La plaza de aparcamiento.

La uromicitisis es su excusa frente a la policía por haber orinado en un lugar público, y también fue la excusa de McCool para poner en evidencia aquella revista que le había solicitado un estudio sobre un tema médico, cuando él ni siquiera tenía formación en medicina, a cambio de abonar  799 dólares. McCool expuso, así, que aquella revista estaba dispuesta a publicar por dinero cualquier cosa que sonara mínimamente a urología, aunque fuera el resumen de un capítulo de una sitcom.

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Tampoco estamos ante una simple anécdota. Por ejemplo, en 2009, el 2% de los científicos admitieron haber falsificado estudios al menos una vez y el 14% admitieron saber personalmente de alguien que hubiera falsificado resultados.

Esta dinámica nos pone en la pista de un corolario inquietante: cualquier estudio científico puede estar equivocado. No solo por la luz de las nuevas evidencias, sino por el papel que juegan las revistas académicas, la revisión por pares y los colegas de profesión.

A este respecto, Carl T. Bergstrom y Jevin D. West escriben en Bullshit: contra la charlatanería que los revisores también pueden errar porque no entran al fondo del estudio. Solo acostumbran a comprobar que los métodos propuestos son razonables y que subyace un razonamiento lógico: «no replican los experimentos en laboratorio, ni repiten las observaciones de campo, ni reescriben los códigos de programación, ni desarrollan todo el planteamiento matemático, y en la mayoría de los casos tampoco ahondan en los datos que se proponen».

[pullquote]Los revisores también pueden errar porque no entran al fondo del estudio. Solo acostumbran a comprobar que los métodos propuestos son razonables y que subyace un razonamiento lógico[/pullquote]

Por consiguiente, a la hora de citar un estudio podemos basarnos en su marchamo, su reputación, que suele estar asociado en primer lugar a la revista en la que ha sido publicado. La revista, a su vez, obtiene su reputación a través de plataformas que miden  el reconocimiento y la calidad de lo que publican, como Journal Citation Reports (JCR) o SCImago Journal Rank (SJR). Es así cómo se establece su índice de impacto. Además del propio índice de impacto, los rankings de revistas de cada categoría temática se dividen en cuartiles. Las Q1, por ejemplo, son el grupo conformado por el primer 25% de las revistas del listado, es decir, las más prestigiosas.

El problema es que calcular el prestigio de una revista a través del índice de impacto tampoco sirve como cortafuegos perfecto. Este índice acostumbra a estimarse en función del número de citas y el valor depende de la posición que ocupe la revista que cita. Ello origina una suerte de cámara de eco y otros vicios. Por ejemplo, los colegas se citan más entre sí. Los estudios positivos también se citan más. Muchas becas y proyectos también se conceden midiendo la capacidad y éxito de los investigadores exclusivamente por su número de publicaciones y citas en bruto, lo que alimenta estas distorsiones.

Por consiguiente, que se cuelen bromas de mal gusto como un estudio que invoca un episodio de Seinfeld es solo la punta del iceberg.

La cienciometría, que es la disciplina que se encarga de estudiar lo que hay debajo del iceberg, apenas nos está empezando a mostrar la profundidad de todo el ruido al que nos estamos enfrentando.

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EL CUARTO PODER

Por si todos estos problemas no fueran suficientes, en los últimos años se ha experimentado una significativa disminución en el conocimiento y la simpatía por los científicos y las instituciones donde trabajan muchos de ellos. La ciencia también se está politizando progresivamente, sobre todo, en lo tocante al cambio climático o la seguridad de las vacunas.

Esta deriva apunta a una necesidad urgente de que la comunidad científica reconsidere su forma de acercarse al público y reintroduzca la ciencia como un actor imparcial y confiable. Sin embargo, resulta muy difícil apagar un fuego que está siendo avivado cada día por los medios de comunicación que, a su vez, tienen sus propios incentivos para cuadrar las cuentas a final de año.

Así, muchos medios difunden como concluyentes estudios que no han sido publicados aún en una revista académica ni han sido revisados por pares, es decir, aún permanecen en ese limbo llamado preprint, y que es recogido por reservorios como ASAPbio, bioRxiv o PsyArXiv. Ello favorece que muchas afirmaciones vertidas en los medios resulten ser erróneas, y que poco después se publiquen nuevas afirmaciones contradictorias, presentando así a la ciencia como un grupo de personas que nunca se pone de acuerdo en nada. (Lo cual también explica que un día aparezca la noticia de que un vaso de vino aumenta el riesgo de enfermedad cardíaca, pero al día siguiente se afirme que lo disminuye).

Los medios de comunicación también tienden a publicar más información llamativa sobre los estudios más sorprendentes y chocantes, los que se salen de la norma. Es decir, los que probablemente están más equivocados porque han abierto una senda demasiado audaz hacia lo desconocido. También se extrapola a humanos casos que solo se han dado en animales. O se presentan correlaciones como si fueran relaciones causales. U ofrecen más consejos de lo que sería prudente, omitiendo importantes advertencias.

[pullquote]Este alud de desinformación distorsionada no es culpa del periodista, sino de un sistema en el que hay tanta información que a los medios no les queda otra que competir por la atención de los consumidores[/pullquote]

Pero el problema también se encuentra, aunque en menor medida, en estudios publicados en revistas de prestigio. Tras estudiar 100.000 documentos sobre el riesgo de contraer enfermedades, de los cuales 156 se publicaron en la prensa generalista, Estelle Dumas-Mallet y sus colaboradores descubrieron otra profunda carcoma en forma de sesgo: que solo se habían publicado los que hallaban vínculos entre un comportamiento o una base biológica y la enfermedad. Además, 35 de ellos fueron posteriormente refutados por otros investigadores, pero la prensa solo publicó cuatro de estos artículos que los impugnaban.

Este alud de desinformación distorsionada no es culpa del periodista, sino de un sistema en el que hay tanta información que a los medios no les queda otra que competir por la atención de los consumidores. Una suerte de carrera armamentística donde los que publican antes y lo hacen de forma más alarmista reciben más ingresos. Puro clickbait facebookero. O como lo sintetiza el estadístico Nate Silver en La señal y el ruido, «el capitalismo e internet son dos sistemas increíblemente eficientes a la hora de propagar información».

Salpimentemos esta distorsión con otra no menos importante: el público general ignora cómo funciona la ciencia. Considera que si existe un estudio que sugiere una idea, esa idea es cierta. Y si bien un estudio acostumbra a ser epistemológicamente más robusto que una opinión de cuñado, un solo estudio tiene poco valor absoluto si desconocemos el resto de la literatura científica sobre el tema o no sabemos cómo se integra en la visión general de conocimientos existente.

Dada la facilidad para publicar un estudio y el poderoso incentivo que subyace para hacerlo, uno no solo puede practicar el cherry picking con relativa comodidad, sino que incluso podría, teóricamente, hallar un estudio que avalara cualquier disparate. O, regresando a la metáfora del mueble Luis XVI, la gente prefiere acudir en masa a Ikea.

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RESTAURACIÓN Y CONSERVACIÓN

Tras permanecer siglos sepultadas por la ceniza del Vesubio, en 1738 se descubrieron casi por casualidad los restos de Pompeya y Herculano. El hallazgo fomentó un nuevo gusto por la Antigüedad clásica en países como Francia, lo que se tradujo en la construcción de muebles que invocaban aquella época, como los de estilo Luis XVI, que a su vez propició el florecimiento de la Ilustración.

Conservemos, pues, el mueble. El conjunto de procedimientos que nos permiten mantener, aunque sea precariamente, el rumbo del conocimiento, así como el rigor conceptual, el apoyo en los hechos y los experimentos, la intersubjetividad, la contrastabilidad y revisabilidad, la coherencia con el resto de las teorías científicas aceptadas y un escepticismo sistémico y organizado, amén de las poderosas herramientas de la deducción, la inducción, la abducción y las inferencias hipotético-deductivas.

La ciencia es un cortafuegos sinérgico para evitar errores, no un camino de baldosas amarillas que nos conduzca a la verdad. A pesar de los errores, negligencias y fraudes de los científicos, un conjunto azaroso de instituciones, normas, costumbres y tradiciones obra como un verificador que suele funcionar medianamente bien, como el checklist que debe superar un piloto antes de despegar.

Así es como, de momento, hemos superado la pandemia y otras crisis; así es como podemos conquistar las estrellas. Buscando cualquier signo de carcoma que pueda derrumbar nuestro profundamente simbólico mueble Luis XVI.

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Patrick Thomas

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