La orientación y la identidad sexual cada vez se quedan menos en el armario. Pero no hace tanto que esto no era así y faltaban referentes públicos con los que sentirse identificado y visualizar que la orientación sexual no era algo que se debiera esconder.
Una de las áreas de la sociedad donde más se ha visualizado la diversidad sexual es, sin duda, en la cultura. Así lo ha querido reflejar la artista polifacética Roberta Marrero en su nuevo libro We can be heroes: Una celebración de la cultura LGTBQ+, publicado por Lunwerg.
Referentes con los que identificarse
«En este momento en el que vivimos hay más visibilidad que nunca, más figuras queer en la cultura que en ningún otro momento histórico», relata Roberta Marrero a Yorokobu, pero lo cierto es que no siempre era fácil tener un ídolo con el que sentirse identificado. Por ello, mediante un relato propio y personal, y de ilustraciones llenas de vida y mensajes, la artista ha hecho de su nuevo libro una especie de enciclopedia ilustrada del colectivo LGTBQ+ desde la Edad Media hasta nuestros días.
No se ha saltado nada. Abarca los días de la represión franquista, la revolución de la androginia, el travestismo, la pornografía y lo queer, a través de figuras como Frida Kahlo o Rocío Jurado, a la que considera un referente de lo camp: «el amor a lo no natural, al artificio y a la exageración». Todo ello siempre «desde el punto de vista más maravilloso y menos peyorativo».
Es así como Marrero explica el modo en que estas figuras aportaron «visibilidad y lucha incluso en momentos en los que ser visible y luchar se hacía en la clandestinidad más absoluta».
Aunque si hubiera que destacar qué área o colectivo aportó más visibilidad a la diversidad sexual, Marrero lo tiene claro: «En el underground, porque al ser una corriente no perteneciente a lo mainstream y popular, ha habido una mayor libertad de expresión».
Personajes icónicos con grandes historias
La homosexualidad en España no solo está representada por el undergound o la movida; los referentes vienen de mucho tiempo atrás, con figuras como Federico García Lorca.
Tal y como escribe Marrero, «Federico García Lorca es el artista homosexual más famoso que ha dado nuestro país, la figura queer más icónica, pero parece casi un tabú hablar de ello en determinados círculos intelectuales. Durante décadas, la propia familia del poeta se negaba a hablar del asunto e incluso hoy, cuando se estudia su obra y vida, su sexualidad (si se nombra) es de refilón, de puntillas, de aquella manera».
No pasa así con otras figuras de reconocido prestigio internacional como David Bowie, cuya influencia «en la cultura LGTBQ+, en el feminismo y, en definitiva, en cualquier corriente de pensamiento en busca de un mundo menos opresivo tiene un poder primario, atávico, casi primitivo. Ese poder descansa mayoritariamente en su imagen difundida de forma masiva en la cultura popular».
Grandes puestas en escena
En el libro, la autora no solo analiza contextos y personajes, sino que deleita con algunas anécdotas que realmente marcaron la diferencia. Porque a veces los espectáculos y los shows no solo sirven para incitar a las masas, sino para mandarles grandes y buenos mensajes. Es el caso de Annie Lennox, del grupo Eurythmics, y de su influencia en los años 80.
Como explica Marrero, la cantante ha destacado siempre por su físico de naturaleza andrógina, que le permitió aparecer en público vestida tanto como hombre como de mujer. «Lennox ya escandalizó a la MTV americana cuando esta pidió una copia de su partida de nacimiento y se negaban a emitir el videoclip de Sweet Dreams por si Annie al final resultaba ser un hombre. La Lennox tomó cartas en el asunto apareciendo travestida de hombre en la entrega de los Premios Grammy de 1984. La cantante quiso así hacer un statement no solo sobre su género, sino sobre el género en general».
Diversofobia en los ambientes diversos
La artista explora la influencia de determinados artistas, o incluso de determinadas actuaciones, y la aparición de algunos movimientos; indaga también sobre cierta diversofobia que había en ellos y los movimientos que originaron. Así, recuerda que «los orígenes de la palabra punk se remontan al siglo XIX y se usaba para denominar en el argot carcelario al hombre que ejercía de pasivo en una relación homosexual».
Sin embargo, este entorno acabó por «ser un movimiento diversofóbico que no era seguro para los jóvenes queer». En contrapartida, apunta al surgimiento del queercore, «un movimiento norteamericano de mediados de los 80 formado por todos aquellos con sexualidades no normativas e identidades de género guerrilleras que no encontraban su sitio en la escena gay ni en la punk».
Marrero, tirando de recuerdos personales, matiza que estos movimientos no siempre tenían la misma influencia en el mundo que en España. «Yo misma, en mi adolescencia, cuando empecé a salir de noche siendo gótica, pensé que lo más lógico era ir a los sitios de punks, rockers y siniestros de Las Palmas. Pero al ser trans, no era vista con muy buenos ojos, por lo que acabé donde acabábamos todas las raras entre las raras, en sitios gays, en los que a veces también te miraban con cara de póquer, pero donde al menos no te partían la crisma».