Romper listas, hacer cosas

10 de febrero de 2014
10 de febrero de 2014
2 mins de lectura
"El hada y las pompas de jabón", ilustración de Arancha Mújica Alonso (cedida para el autor del artículo).

Hacemos listas de propósitos, ¿pero cuántos de ellos realmente nos importan? Apenas llevamos consumidas seis semanas del año y hemos incumplido todos los propósitos que nos hicimos horas antes de Nochevieja. Propósitos que mezclaban objetivos más o menos definidos como «dejar de fumar» o «perder diez kilos» con otros vagos como «aprender a tomarme las cosas de otra manera» o «leer más» o «mejorar mi inglés»…

Incumplir propósitos es una tradición, tanto como celebrar el año nuevo; es un fracaso compartido y esperado por muchos. Este hermanamiento en el fracaso, evita el lanzamiento cruzado de reproches. La mortificación, en distintos grados, va por dentro, porque los propósitos autoimpuestos o sugeridos por otros son facturas emocionales que saldar. Los propósitos autoimpuestos son las carencias que percibimos en nosotros, y los propósitos sugeridos son los defectos que otros ven en nosotros. Por una cosa o por otra, buscando satisfacer la deuda entramos en una espiral de ultimatums e incumplimientos.

Escogemos nuevas fechas «mágicas» como puntos de partida. «Empezaré…» después de la Semana Santa, después de las fiestas locales, después del puente de, después del cumpleaños, después del verano…

Los lunes se convierten en placebos: «El lunes me pongo a dieta», «el lunes me pongo con el curso de inglés»… Todo propósito comienza en lunes por la mañana y muere el lunes por la tarde, o mucho antes. Siempre hay un lunes más cerca que Nochevieja.

Para animarnos de lunes a lunes, empapelamos las paredes con post-it o utilizamos aplicaciones para móvil que recuerdan con luces y sonidos que debemos dejar de fumar, andar media hora, subir las escaleras, comer ensaladas, llevar el coche a una revisión general, reparar aquello que lleva medio año roto, comenzar el curso de inglés online… También está la posibilidad de expresar a viva voz en las redes sociales lo que pretendemos: «El lunes empiezo con…»

Recibimos unos cuantos me gusta y algún que otro comentario como «en eso estamos todos». Es una ceremonia de autoengaño y autocomplacencia recíproca. Buscamos apoyos y apoyamos a otros. Para reforzar los ánimos, que no la consecución de propósitos, además de a la tecnología móvil, recurrimos a una oleada de información: artículos y libros sobre «cómo hacer…», «cómo dejar…», «diez consejos para…» Charlas y talleres y, en algunos casos, grupos de apoyo… El negocio de la «autoayuda» se nutre de los propósitos incumplidos. De manera que pasamos más tiempo leyendo artículos sobre «cómo hacer tartas» que haciéndolas, acumulando cursos de inglés online y gratuitos que estudiando inglés o consejos para «dibujar cómics» que esbozando dibujos y emborronando cuartillas con la historia.

La cuestión es: ¿Realmente queremos aprender kárate, mejorar el inglés o «hacer viajes»? ¿Pensamos en propósitos y fijamos planes para cumplir objetivos que no nos interesan? ¿Decimos que queremos ser pianista, golfista o poeta porque en algún momento dijimos que queríamos ser pianista, golfista o poeta? ¿Y ahora? ¿Realmente lo queremos ahora?

Si queremos comprar pan, vamos a comprar pan; si queremos dar un paseo por el parque, damos un paseo por el parque… De la misma manera, si queremos leer libros, leemos libros, no leemos «cómo cultivar el hábito de la lectura». Quizá sea el momento de revisar todas las listas y pensar cuántos de los propósitos realmente nos interesan y cuántos no. (Por supuesto que hay problemas que no pueden ser cuestionados, como los que están relacionados con la salud). Dedicarnos a escribir, bailar o pintar las habitaciones de naranja porque nos produce placer escribir, bailar o el color naranja, no para cumplir viejas listas.

—————————–

Imagen: El hada y las pompas de jabón, ilustración de Arancha Mújica Alonso (cedida para el autor del artículo).

No te pierdas...