Usted ha optado por ser una persona de su tiempo: compra sus blazers con su tarjeta de El Corte Anglés, usa Fivesquare para avisar de que va a misa de domingo y se divierte los sábados haciendo el canalla en los bingos de Eurovergas. ¡Atención, exclusiva! Le tienen controlado. Sin embargo, mírelo por el lado bueno -o por el aún peor. Está por ver-. Los datos que usted genera servirán para predecir tendencias, para crear modelos demográficos o para actuar de manera más eficiente contra ciertas enfermedades.
La alternativa a esto es la vuelta a la Edad de Piedra, a una vida algo menos cómoda en una constante lucha contra el sistema -opción también válida y, de hecho, harto más emocionante- o la asunción y aceptación de que somos fuentes de datos. Para Alex ‘Sandy’ Pentland, el reto del futuro va a estar en establecer un trato justo entre los que emiten ese gran volumen de big data y quienes lo utiliza en beneficio propio.
«Estamos ante algo que va a cambiar el mundo, y no me refiero a los países desarrollados, sino a todo el mundo», explicó en su conferencia en la edición europea de Campus Party, que se celebra hasta el próximo día 7 de septiembre en el O2 Arena de Londres. «Todos llevamos teléfonos encima, hay 3.500 millones de consumidores. Eso nos permite saber qué quiere la gente, hacia dónde va o qué va a hacer próximamente».
El director del MIT’s Media Lab Entrepreneurship Program hace gala de la buena voluntad que muestran los científicos cuando hablan de la tecnología o los ingenios acerca de los que investigan. La sociedad suele ser mucho más precavida cuando se habla de su intimidad, pero Pentland confía, por mucho que Edward Snowden haya levantado las alfombras, que se puede mantener el equilibrio entre privacidad y utilidad de los datos.
Pentland cree en la diferencia de los datos sensibles para cada individuo y en los verdaderamente anónimos, en esos que son analizados de manera agregada y que no ponen en compromiso la intimidad de las personas. «Los individuos deberían controlar los datos acerca de ellos mismos. Sin embargo, las compañías sí que podrían utilizar datos agregados anónimos», dijo. En su opinión, lo verdaderamente ideal sería «que las compañías tuvieran licencias de uso de datos solo para un uso concreto y con permiso del ‘afectado’ por esos datos».
El estadounidense puso como ejemplo el experimento que llevaron a cabo en su departamento ayudados por unos datos que son de dominio público: los recorridos de los taxis de San Francisco. «San Francisco está formada por tribus que no se mezclan demasiado. Van a los mismos sitios, hablan casi exclusivamente entre ellos», señaló el profesor del MIT. «Obtenemos patrones de moda que nos hacen deducir que se visten de manera diferente, partrones de entretenimiento que nos cuentan qué bares o qué conciertos frecuentan o incluso patrones de salud».
Para Pentland, el presente deja mucho que desear en lo que al aprovechamiento de los datos generados se refiere. «Vivimos en un desierto de datos. No sabes realmente dónde se contrata, es decir, dónde hay empleo, o si tu barrio es seguro. Estamos realmente aislados del prójimo», declaró.
El estadounidense citó algunos ejemplos que dibujan con un poco más de precisión el potencial panorama del Big Data. «Cuando tu salud falla te comportas de manera diferente, llamas a gente diferente, buscas información acerca de cosas diferentes», dijo. Esas premisas le resultan útiles a proyectos como Ginger.io, una plataforma que analiza el comportamiento de los usuarios de smartphones y los convierte en predicciones o tendencias relativas a la salud.
Cabsense analiza los datos emitidos por los GPS de los taxis neoyorquinos y muestra a los usuarios los mejores lugares para coger uno libre. Con un toque más Blade Runner se descubre Cogito, un software que analiza en tiempo real las llamadas a los call center de atención al cliente y ofrece datos útiles acerca de la interacción entre operador y usuario.
Está todo por hacer. Sin embargo, las posibilidades que ofrece el análisis de Big Data son tan excitantes que resultan demasiado tentadoras. ¿Dónde estará el límite entre el interés de las grandes compañías ávidas de beneficios y la privacidad de cada ciudadano? Eso es algo que ni siquiera el Big Data puede ayudar a predecir.