Sara Torres: «He querido reclamar el derecho de los cuerpos a vivir en la alegría, el deseo y el placer»

Lo que hay de Sara Torres

Pese a su juventud, la asturiana Sara Torres se ha convertido en un referente de la poesía actual. Su primer poemario, La otra genealogía, ganó el Premio Gloria Fuertes de Poesía Joven en 2014 y tras él llegaron Conjuros y cantos y Phantasmagoria, entre otros.

Lo que hay (Reservoir Books, 2022) supone su primera incursión en la novela, un género que le permite ser más clara para expresar sus pasiones y sus dolores. En ella aborda los mismos temas que trata en sus poemas (el deseo como fuerza creativa, la sanación personal y colectiva a través de la escritura…), aunque aquí lo hace a través de un lenguaje más directo y claro para transmitir una idea: el deseo y el duelo como «procesos deseantes» y hablar, de paso, de «dolores no normativos» que invitan a una «conversación sanadora».

Lo que hay de Sara Torres

La novela arranca con una frase demoledora: «Mientras mamá moría yo estaba haciendo el amor». A partir de ahí, Torres nos sumerge en un ejercicio de lirismo y honestidad para hablar del duelo, del amor y del deseo. Hemos hablado con ella de su nuevo libro y esto es lo que nos ha contado.

¿Cómo ha sido el salto del verso a la prosa? ¿Cuesta diferenciar los dos planos?

El tipo de poesía que me ha interesado hasta ahora es una cuyo objetivo es capturar y transmitir el misterio: el misterio en lo bello-cotidiano, la actitud asombrada ante el amor. El uso poético del lenguaje me ha interesado para hablar de lo que es, con una fuerza rara que nos deja sin palabras, y de las realidades y mundos que aún no son, pero podrían llegar a ser. Fundar mundos posibles no heterosexuales ni regulados por un binarismo de género es el objetivo de mi obra poética.

Con la prosa mi voluntad era distinta, lejos del horizonte utópico de la poesía quería tratar modos bellos y antinormativos de sobrevivir con lo que hay, lo que ya está disponible en nuestro mundo, incluso en las circunstancias peores. El lenguaje más directo de esta prosa me ha servido para reclamar el derecho de los cuerpos a vivir en la alegría, en el deseo, el placer.

Lo que hay de Sara Torres
Foto: Marta Velasco

¿En qué medida si es que lo están están presentes en tu novela tus poemarios anteriores?

Los temas en los que trabajo son los mismos: la posibilidad de crear comunidades no organizadas en torno al sistema heterosexual de producción de subjetividades; el deseo como fuerza creativa y política revolucionaria; la sanación personal y colectiva a través de la escritura…

¿Por qué una novela? ¿Qué te permite explorar la prosa que no hace la poesía?

He escrito una novela para poder ser clara en un contexto donde mis pasiones y mis dolores eran difíciles de compartir en el espacio social. ¿Quién sostiene la conversación del cuerpo enamorado o del cuerpo en duelo? —Si es un cuerpo tocado por un estado de intensidad que lo aleja de los ritmos normativos de la ciudad, de forma que ya no es productivo—. Quise reclamar la necesidad que tenemos de poder comunicar en el espacio social todas las pasiones y dolores que nos atraviesan, sin que nuestra comunidad nos acalle, nos discipline o nos violente.

La novela me ha permitido compartir con lxs lectorxs mi experiencia del deseo y del duelo como proceso deseante. También comprobar que nuestro dolor no es único, sino compartido con muchas otras con las que no hablamos.

Representar los dolores no normativos, como el del duelo por la pérdida de un amor en un contexto no monógamo, o el del conflicto apasionado con una madre enferma, es mi modo de invitar a una conversación sanadora. Que nos sane de norma para dejar fluir mejor la vida, que ya bastante difícil es algunas veces.

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La muerte de la madre de la protagonista está basada en la muerte de tu madre. ¿Qué ha supuesto para ti escribir esta novela desde un plano tan personal? ¿Te ha costado separar el plano personal y el narrativo?

Nunca he diferenciado del todo realidad y ficción porque el ser humano me parece un animal alucinado de abstracción, atravesado constantemente por imágenes, fantasías, capaz de anticipar infinitos escenarios ideales o aterradores.

Nuestra imaginación tiene ventajas y también inconvenientes: genera placer, capacidad de control sobre el contexto inmediato, pero también mucha angustia y ansiedad.

El cuerpo en duelo vive de forma extrema esa angustiante capacidad de no estar en el presente material sino en la imaginación, así que en bucle regresa una y otra vez al lugar de lo perdido, intentando comprender qué ocurrió, si lo hizo mal, si podría haberlo hecho mejor. Escribir desde el plano personal me ha permitido indagar de forma justa en los ritmos del cuerpo enamorado y del cuerpo en duelo.

También me ha permitido afrontar de forma crítica el rol de las personas que acompañan a una mujer enferma y la forma en la que los cuerpos feminizados nos relacionamos con lo vital a través de la culpa. 

Tu novela habla del duelo. ¿Por qué es importante hablar de ello? ¿Somos una sociedad que no sabe afrontar la muerte o la pérdida en general?

Hablar de lo perdido más allá de un corto periodo donde se considera sano o normal nos posiciona como personas no productivas. El sistema económico en el que vivimos no se sostiene con cuerpos lentos, o con una actitud melancólica. Tras una muerte cercana, se recomienda recuperar la vida anterior tras una brevísima parada para el luto. Pasado ese tiempo de luto, es difícil que nuestro entorno esté con ganas de compartir miedos y lágrimas: la vulnerabilidad de los cuerpos cercanos nos asusta.

Interpretamos la tristeza como estado de baja productividad, y tememos que eso se contagie. A nuestra amiga que está de bajón por un amor perdido le recomendamos que se baje Tinder cuanto antes: empezará a jugar triste, pero en algún momento el comercio de imágenes captará su deseo.

Me interesa explorar el potencial revolucionario de un deseo más lento. La melancolía, el aburrimiento y la lentitud corporal son estados necesarios en la maduración y creación de ideas que serían inimaginables para un cuerpo ansioso, acelerado por la productividad normativa.

Con la muerte y el duelo, parece que todo se suspende, como si ya no pudiéramos sentir otra cosa que no sea dolor y tristeza por la pérdida. Pero tú nos cambias la visión. Tú hablas de deseo y de que no hay que tener miedo a sentirlo, aun cuando atraviesas un duelo. ¿Qué otros moldes tratas de romper con tu novela? ¿Qué debemos permitirnos sentir?

Creo que debemos permitirnos sentir todas esas emociones e intensidades que no encajan en la noción de normalidad de turno. El deseo tiene un potencial transformador maravilloso, deseando diferente transformamos la dinámica heredada de los mundos compartidos. El deseo expresado en lo sexual, además, nos mantiene conectadas al deseo de perseverar juntas, de seguir viviendo.

El problema es que, como fuerza bruta, nuestro deseo es constantemente captado y organizado por el sistema. El capitalismo actual se sostiene precisamente a través de esa captación del deseo, que nos construye como consumidores y no como agentes políticos creativos.

Lo que hay de Sara Torres

La palabra, la comunicación (o la no comunicación) es también un hilo argumental en tu novela. Destacas la importancia de lo que decimos y de lo que no somos capaces de decir. Supongo que tu faceta de filóloga tiene su peso en este argumento. ¿Qué valor tiene la palabra en nuestra vida? ¿Cómo nos ayuda a reconstruirnos o a destruirnos?

Comunicarnos satisfactoriamente genera una sensación de sincronía alegre con las personas que nos importan. Sin embargo, el miedo a los efectos que nuestras verdades pueden tener en lxs otras determina lo que decimos y cómo lo decimos.

Me interesa la actitud amorosa y abierta a la transformación como punto de inicio de cualquier conversación. En un contexto amoroso, abierto y no defensivo, las palabras que conocemos y usamos adquieren nuevos significados y matices a través de las experiencias de nuestras interlocutorxs.

Creo que para que un mensaje se entienda se necesita mucho más amor, espacio y tiempo que el de un tuit. Los lemas y los resúmenes de cualquier realidad compleja pueden ser más destructivos que constructivos. Eso lo estamos viendo cada día, la violencia que se genera en torno a la prisa y los reduccionismos.

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El verano sabe a lectura y Penguin lo sabe. Es la época del año en la que estamos más relajados y un buen libro nos ayuda a desconectar de la rutina que dejamos atrás por unos días. Además, tenemos mucho más tiempo libre para leer con calma, sin que un correo electrónico o una llamada de trabajo nos interrumpan.

Nostalgia de otro mundo, de Ottessa Moshfegh (Alfaguara); 12 bytes. Cómo vivir y amar en el futuro, de Jeanette Winterson (Lumen); El último hombre blanco, de Nuria Labari (Literatura Random House); De donde soy, de Joan Didion (Literatura Random House) y Los diez pasos hacia Nanette, de Hannah Gadsby (Reservoir Books) son algunos de los títulos que te invitamos a descubrir en tus vacaciones.

 

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