«Lo noto en las tripas» es algo más que una frase metafórica. Que necesitemos engullir medio litro de helado de chocolate para sobrellevar algún contratiempo puede tener más sentido de lo que parece. Según algunas estimaciones, hay cien millones de neuronas incrustadas en las paredes del intestino humano, más incluso de las que pueden localizarse en el cerebro de un gato.
Tenemos otro cerebro ahí abajo (que sumado al que tradicionalmente se le adjudica al hombre, el pendular, ya serían tres). Lo más relevante, sin embargo, es que este segundo cerebro podría ser más importante que el primero en muchos aspectos de nuestra vida.
Serotonina estomacal
El cerebro de nuestro estómago se denomina «sistema nervioso entérico», y permite que el intrincado proceso de la digestión se controle totalmente allí mismo, sin la continua supervisión del cerebro alojado en nuestro cráneo. Pero sus funciones no se limitan a meros automatismos.
Por ejemplo, en este segundo cerebro encontramos mayores concentraciones de serotonina que en el primer cerebro. La serotinina es uno de nuestros neurotransmisores, e influye decisivamente en nuestro estado de ánimo, tal y como explica el neurobiólogo Michael Gershon en su libro El segundo cerebro. Concretamente, el 95% de toda la serotonina que corre por nuestro cuerpo se halla en el intestino.
Nuestro primer cerebro se comunica con este segundo cerebro a través del llamado nervio vago (en realidad, un ramillete de nervios que envían señales entre el cerebro y las vísceras). Gershon señala algo inquietante: el 90% de estas fibras envía información desde el intestino al cerebro, y no en sentido contrario. Por eso el buen funcionamiento del segundo cerebro puede mejorar el rendimiento del primero.
Es algo que probó en un experimento un equipo dirigido por Lukas Van Oudenhove, de la Universidad de Leuven, al inyectar ácidos grasos en el estómago de los sujetos. Ello hizo que los sujetos se vieran menos afectados a la exposición de música triste y caras tristes.
Otro estudio sugiere que las decisiones tomadas por hombres una hora después de haber comido son más conservadoras en un juego de azar. Esto se asoció con la supresión de la ghrelina, la hormona que estimula el hambre.
Es decir, que si los niveles de esta hormona son altos, sentimos hambre, y entonces estamos más dispuestos a asumir riesgos para obtener lo que queremos. El poder de esta hormona es tan decisivo que incluso las personas a las que les inyectas ghrelina recuerdan más claramente fotos de comida un día después de la inyección.
Lo que pensamos lo piensa el estómago
Asumir riesgos, recordar mejor, cambiar nuestro estado de ánimo… son sólo algunas de las cosas que controla nuestro estómago, por encima de nuestro cerebro. Incluso las bacterias que habitan en nuestros intestinos podrían ser capaces de manipular nuestras emociones a su conveniencia, como titiriteros psicoemocionales.
Por ejemplo, hay indicios de que nuestro estado de ánimo y nuestras emociones pueden verse influidas por las microbacterias que habitan en el intestino. En otras palabras: los probióticos, como los yogures frescos o el kéfir, podrían ser utilizados para tratar enfermedades psiquiátricas, no sólo gastrointestinales.
La idea de que nuestra microbiota influya en nuestro pensamiento no es nueva. También el síndrome del intestino irritable se asocia con la enfermedad psiquiátrica.
Y, más recientemente, estudios como este realizado con ratones, sugieren que las bacterias colonizan el intestino en los días siguientes al nacimiento, y al parecer influyen en el comportamiento mediante la inducción de cambios en la expresión de ciertos genes. Faltan todavía hacer pruebas en humanos, pero no hay razón para no pensar que exista una relación semejante entre microbiota y cerebro.
Así de influyente es el magisterio de nuestro segundo cerebro, ese que se arremolina en nuestras vísceras. Toda la vida tratando de contentar a nuestro cerebro porque pensábamos que allí residía el Yo, y resulta que en los borborigmos de nuestro estómago Freud hubiese hallado muchas más pistas para sus elucubraciones.
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Imágenes | Shutterstock, Pixabay
[…] Fuente: Yorokobu (www.yorokobu.es) […]
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