La cultura de la sonrisa

3 de octubre de 2013
3 de octubre de 2013
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Era un lugar terriblemente entristecido. Por las paradas del autobús desfilaban rostros amargos, miradas vacías. El aire olía a penitencia y el fondo de las calles, a lo lejos, quedaron turbias por ese áspero regusto que deja la frustración. Un ánimo acribillado había cambiado el paisaje de la ciudad hasta convertirla en una villa de espinas.

Había muchos motivos. Sí. La ciudad estaba más sucia y era más pobre. Pero los ciudadanos habían descuidado su arma infalible para que la pestilencia socioeconómica impuesta por esas deidades obscenas no pesara tanto. Los habitantes de aquel lugar habían mutilado su sonrisa y, con ello, casi se cortan el cuello a sí mismos.

La sonrisa podía haberlos unido a todos contra la adversidad. La sonrisa podía haber promovido una solidaridad que su Estado les negó. La sonrisa estaba fuera de todo reglamento y tenía normas propias. Leyes humanas, muy humanas. Quizá incluso genéticas. Y eso la hacía invencible ante cualquier poder institucional.

“La sonrisa es un fenómeno fascinante y misterioso”, dijo esta mañana el filósofo José Antonio Marina en la Casa de América (Madrid). “Lo más claro de esta expresión es que va dirigida a otra persona. Sonreír es un antídoto ante la furia. Es un gesto de bienestar y de vinculación”. No solo con los demás. También con uno mismo.

Por eso este arma con el que nacen todos los individuos sirve para unirse a otros y, además, luchar contra enemigos internos y empoderar a aliados íntimos. “La expresión influye en el sentimiento”, indicó el experto en pedagogía. “Cuando mi expresión es de temor, alimento mi miedo. Cuando sonrío, aumento mi bienestar. Cambiar el gesto, cambia el sentimiento”.

Esta relación tiene, incluso, una explicación biológica. El estado físico y la emoción mantienen una relación inseparable. “Relajar el cuerpo, distender los músculos, reduce la ansiedad”, especificó Marina en la conferencia titulada La importancia de la sonrisa. “A menudo vamos con un gesto encogido pero podríamos establecer una cultura de la sonrisa”.

[pullquote]José Antonio Marina: “Todos los logros que hemos conseguido ha sido por los optimistas»[/pullquote]

En ese lugar predominaría la suavidad frente a la rudeza y la violencia que se respira, especialmente, en ciudades de distancias estresantes. La educación tendría un papel fundamental. En las escuelas se enseñarían, obligatoriamente, actitudes y sentimientos positivos. Llamémosle el escudo que acompaña al arma de la sonrisa.

“Es muy importante fomentar los sentimientos positivos. En un libro, Marina explica que esta forma de afrontar las cosas hace de un náufrago, un navegante. Solo con una actitud positiva se puede salir adelante”, indicó el psiquiatra Luis Rojas Marcos. “El movimiento de los 15 músculos de una sonrisa envía un mensaje al cerebro que le hace producir serotonina y le ayuda a provocar sentimientos positivos. La sonrisa hace que nos sintamos más optimistas y tengamos más control de nuestra propia vida. Además, ayuda a relacionarnos con los demás”.

El psiquiatra describió ese instante habitual en que las miradas de dos desconocidos se cruzan y, de pronto, surge una sonrisa. En ese segundo todo cambia y se fulmina su condición de extraños. Esas conexiones, lejos de nacer de una presunta magia ñoña, crean “salud social”. Es más, la sonrisa, de conocidos o extraños, alivia, aplaca, tranquiliza. “Ayuda en momentos difíciles”, apuntó Rojas Marcos.

Pero la amabilidad y las sonrisas no siempre vienen de serie. También es un asunto cultural. “Hay que enseñar a los niños a que sonrían y experimenten estímulos agradables”, precisó Marina. “Tenemos que aprender a disfrutar de las cosas. Nos pasamos media vida echando de menos algo y la otra media, lamentando lo que hemos perdido. No disfrutamos de lo que tenemos”.

Y en esto, el ensayista piensa que las explicaciones del mundo y de la condición humana tienen mucho que ver. En EEUU (un lugar donde “se glorifica la felicidad y el optimismo”, según Rojas Marcos), “se han desarrollado más las psicologías optimistas. En Europa, en cambio, se trataron más las pesimistas. La figura central era Freud, un hombre que decía a los padres que, educaran como educaran a sus hijos, lo iban a hacer mal”.

Marina se desvincula de esta forma de pensar y considera que “todo lo que hemos conseguido ha sido por los optimistas. El voto de la mujer se estableció porque alguien pensó que también podrían participar en las elecciones. Todos los logros llegaron porque algún optimista creyó que se podría conseguir algo nuevo”.

Los habitantes del paraje del primer párrafo de este artículo tenía mucho más poder del que pensaban. En ellos residía la potestad de permanecer en su gesto adusto y sombrío y crear una ciudad punzante, o aligerar las penas con una risilla y vivir en un lugar feliz.

Imagen de portada de Sashomasho, reproducida bajo licencia CC.
 

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