Soy caníbal

31 de marzo de 2014
31 de marzo de 2014
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Así es, porque devoraré a mi mujer… pero solo si ella se muere antes que yo. Para mí sería un póstumo acto sexual más que culinario, pero como me encanta la cocina, quiero hacer bien las cosas. El amor y los fogones siempre han estado más conectados de lo que nos gustaría admitir, así que permítanme explicarles cómo voy a proceder… si llega el caso.
Lejos de la ampulosidad que el cine atribuye a este asunto, y los ejemplos son muy notorios, desde El silencio de los corderos hasta Holocausto caníbal, pasando por Caníbal o ¡Viven!, mis motivaciones son totalmente distintas y no comparto ni el fondo ni las formas con los protagonistas de esas películas. Tampoco los argumentos ecologistas que se exponían en aquel artículo publicado aquí, titulado Los beneficios de comer carne humana que, por cierto, firmé yo mismo… aunque eso fue antes de conocerla.
Y es que mi amor por ella no tiene límites, y si un día llega ese tristísimo momento en que el aliento de la vida la abandone antes que a mí, no quiero que el duelo nuble mis sentidos y renuncie al más excelso acto de amor que puede existir: comérmela.
Pero seamos prácticos, y si algún lector siente que algo se despierta en su interior al leer mis palabras, que sepa que no está solo (o sola), y que este texto puede serle útil. Vayan pues un par de consejos prácticos y un puñado de recetas de fácil pero sabrosa preparación.
Respecto a los consejos, lo primero es la refrigeración. Si nuestra pareja fallece en casa, antes de llamar a las autoridades o al SAMUR, que ya nada pueden hacer, proveámonos con carácter urgente de un congelador de hostelería, de esos horizontales. Aquí va un ejemplo, para que me entiendan:
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Porque, por mucho apetito que pueda tener, no me voy a comer cincuenta y cinco deliciosos kilos de carne en un día ni en una semana. Ni probablemente en un mes.
Lo segundo, los cortes. Hay que dividir el cuerpo en muy diversas porciones, que incluyan los músculos, las vísceras, etc. Todo compartimentado para que no se nos eche a perder. Para ello precisaremos de instrumental adecuado, a nadie le apetece perpetrar una carnicería con su ser querido en la bañera, como en esos sangrientos telefilmes de sobremesa inspirados en las novelas de Stephen King. De nuevo, permítanme recomendarles que echen un vistazo a esta maquinaria:
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Y poco más, además del temple necesario. Nuestra media naranja ha muerto. Y la amábamos. Y no la hemos matado nosotros (no… ¿verdad?). Así que, vayamos a las cinco recetas que he seleccionado para ustedes, aunque se basan en mi historia de amor, estoy seguro de que sabrán adaptarlas a sus propias vivencias de pareja.
1.- A ella le encanta la tempura. Por eso rebozaría los dedos de sus pies (que tanto he besado y adorado) en harina de garbanzos y los freiría a muy elevada temperatura. Esta receta de rollitos de tempura con cebollas tiernas es exquisita, y el jengibre le da un toque muy romántico, a mi humilde parecer. La piel debe quedar crujiente, para que permita roer después los huesecillos de las falanges. (Aquí la receta)
2.- Con las dos deliciosas orejas de mi mujer, a las que he susurrado tantas palabras bonitas durante tanto tiempo, prepararía una tapa exquisita, con ajos morados, pimentón agridulce y reducción de Pedro Ximénez, según estas indicaciones.
3.- y 4.- Con sus intestinos, tan bellos y tan largos y estilizados, y que tantas veces he oído gemir en ayunas, cuando nos entregábamos a los goces más hermosos, haría dos platillos. Los zarajos, que a ella le pirran; y unos espectaculares callos con garbanzos a la madrileña con esta receta popular castiza (ella es de Vallecas).
5.- Para sus pulmones, que tantas veces han suspirado por nuestro amor, nada mejor que una típica receta escocesa, el haggis, que consiste en un estómago relleno de fragmentos de pulmón, hígado y otras vísceras, muy especiadas, plato perfecto para un clima tan duro como el de las Highlands. Aquí están las directrices, pero aviso a las almas sensibles de que algunos párrafos son… digamos… demasiado explícitos.
Por último, y cuando ya no nos quede nada más que los huesos, podemos utilizar los más interesantes para el cocido o para caldos que nos puedan reconfortar en invierno y recordarnos con su sabor a nuestro ser más querido… que ya no está. Y no olviden que nada hay más sabroso que mojar pan en el tuétano. ¿Se puede imaginar un mayor grado de intimidad con alguien?
Pero tengan cuidado, debo confesarles que desde que escribí este artículo y ella lo leyó accidentalmente, cada vez que miro a mi mujer siento algo más que amor y lujuria… siento hambre.
Y ella… siente miedo.

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