«Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas». Lo profería Max Estrella, protagonista de Luces de bohemia, durante su última correría nocturna con don Latino. Aunque el personaje valleinclaniano había perdido la vista, aún recordaba las esperpénticas imágenes que proyectaba el espejo cóncavo situado en el popular callejón del Gato de Madrid.
Algo similar le ocurre a muchas niñas que se ven menos «brillantes» que los niños de su edad. Algunos estudios hablan de que es hacia los 6 años cuando comienza a imperar esta percepción.
Un «reflejo irreal», como lo define Santiago Merino, director del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN), pero que acaba teniendo consecuencias en sus vidas adultas. Muchas de ellas descartarán la idea de estudiar una carrera técnica o científica al no verse con las capacidades suficientes para ello.
Expuestas a estereotipos de género desde edades muy tempranas (llegados desde todos los rincones de la sociedad, incluida una tan vinculada a la infancia como la juguetera), no es de extrañar que muchas niñas vean que esos terrenos no están hechos para ellas.
Sin embargo, Cristina Cánovas, coordinadora de exposiciones del MNCN, no cree que estos lugares comunes que aún siguen imperando sean el único motivo que explique esa situación: «Algo estaremos haciendo mal a la hora de enseñar ciencias y tecnología para que las niñas no se animen a estudiarlas».
De esa premisa surge precisamente el Proyecto Hypatia, en el que participan 14 países de la Unión Europea (incluido España) y que tiene por objetivo favorecer la presencia de mujeres en las carreras STEM (acrónimo de los términos en inglés Science, Technology, Engineering and Mathematics) mediante actividades y herramientas que favorezcan el interés de las chicas por estas materias.
Entre estas actividades se encuentra la muestra Las chicas somos guerreras… y también ingenieras (y científicas, tecnólogas, matemáticas…), que se exhibe en el MNCN de Madrid.
«Se ha concebido como una exposición fresca y muy gráfica porque va dirigida a las y los adolescentes», explica Cristina Cánovas como responsable de la misma.
Hypatia de Alejandría (a quién, según Cánovas, «casi todo el mundo conoce«) hace las veces de guía de la exposición, que comienza con un acertijo (que hace unas semanas se hizo viral en redes sociales) y cuya resolución demuestra lo incrustados que siguen estando ciertos estereotipos en nuestra conciencia colectiva.
A través de diversos paneles ilustrados, la muestra explica de forma amena en qué consiste este tipo de carreras y lo que significa ser una «chica STEM». Además, se desbaratan mitos como el que dice que para estudiar una ingeniería hay que ser un «genio», que «las ciencias son cosa de hombres» o que dedicarse a la investigación o a la tecnología deja muy poco tiempo para el ocio.
«Cuando hablas con adolescentes te das cuenta de que no conocen el amplio abanico de posibilidades que abarca este tipo de carreras. Y que tampoco saben qué capacidades necesitan para dedicarse a ellos. Están influenciadas por numerosos prejuicios que las acaban echando para atrás».
Además de dar a conocer datos que muestran la aún escasa presencia de la mujer en organismos científicos y tecnológicos, la muestra repasa las aportaciones de inventoras y científicas que, pese a su escasa popularidad, han sido realmente relevantes en la historia de la Ciencia.
Un desconocimiento para nada casual, sino fruto del ninguneo sufrido durante décadas en los libros de texto. Su presencia en ellos sigue brillando por su ausencia, un hecho denunciado desde la exposición y que se suma a otras reinvindicaciones, como la que pide más emojis que representen a las chicas STEM.
La exposición puede visitarse hasta el próximo mes de septiembre.
El interés en determinados temas es espontáneo. Somos millones de hombres los que no nos sentimos inclinados por las ciencias y las matemáticas, y no se trata de que no nos hayan expuesto seductoramente sus cualidades, sino simplemente de que nos interesan mucho más otros temas. Las mujeres están expuestas a la misma enseñanza primaria y media, desde donde se alcanza a percibir lo suficientemente bien en qué consisten las diversas áreas del conocimiento. Pasa simplemente que a la mayoría de ellas (y quizá también a la mayoría de los hombres, aunque entre estos el porcentaje parece ser menor) no les atraen, algo que no tiene que ver con creerse incapaz, sino con imaginarse el resto de la vida haciendo determinadas labores que resultan ingratas o que parecen no tener un sentido que haga satisfactorio practicarlas. Incluso en la antigüedad ha habido mujeres que sienten predisposición por las ciencias y las matemáticas, y se han destacado en su ejercicio. No se trata de que hayan recibido un mejor estímulo para dedicarse a ellas (más bien ha pasado todo lo contrario), sino simplemente de que algo en la naturaleza de su cerebro les hacía parecer interesantes y apasionantes esas disciplinas. Hay un prurito feminista que parece defender el concepto de que se puede forzar a la mente femenina a pensar como la mayoría de las mentes masculinas. Eso es un error. No todos los rasgos típicos de la naturaleza de cada sexo provienen de una influencia cultural. Eso debería ser tan evidente como son evidentes las diferencias anatómicas de hombres y mujeres. Hay, asimismo, diferencias psicológicas naturales (y no tienen nada que ver con la inteligencia, en la que ambos sexos han dado sobradas muestras de igual capacidad), que inclinan a sentir ciertas preferencias. Hay que dejar que la gente elija lo que quiere estudiar según sus inclinaciones naturales. Me pregunto si la autora de este artículo es científica o estaría dispuesta a gastar un montón de años en su estudio para después pasarse toda la vida ejerciendo como científica.
No entendiste nada.
Yo no sé si has entendido o no el artículo, pero me parece muy coherente todo lo que dices Edgar.