El mundo ya no era lo mismo después de la Gran Guerra. Aquel conflicto bélico había marcado un antes y un después en muchos campos, y el arte no fue una excepción. Aquí se estaba fraguando una ruptura con las corrientes artísticas anteriores y se buscaban expresiones nuevas que estuvieran más en consonancia con la sociedad moderna del momento.
Esa sociedad moderna de principios del siglo XX se apoya en la ciencia, la industria, la tecnología y la máquina. En torno a este tema tan poco explorado, cómo la máquina influyó en el movimiento Dadá y en el surrealismo, gira la exposición Surrealismos. La era de la máquina, comisariada por la historiadora del arte, crítica y ensayista Pilar Parcerisas, que se exhibe en la Fundación Canal (Madrid) hasta el próximo 21 de abril. Y lo hace aprovechando el centenario del primer Manifiesto del surrealismo de André Breton.
Articulada en torno a cuatro figuras precursoras y representantes del diálogo entre el arte y la máquina, Alfred Stieglitz, Francis Picabia, Man Ray y Marcel Duchamp, la exposición se divide en cuatro secciones: ‘El nuevo mundo y la fotografía pura’; ‘Del desnudo artístico al cuerpo como máquina’; ‘De la abstracción a la máquina’ y ‘Eros y máquinas’. En ella se muestran al público más de 100 piezas de diversas colecciones nacionales e internacionales que abarcan una amplia gama de técnicas y prácticas surrealistas, incluyendo fotografías, pinturas, esculturas, grabados, dibujos, revistas, catálogos, libros y objetos ready-made.
Un poco de contexto
La I Guerra Mundial truncó la confianza de la sociedad en la tecnología como factor de progreso. Cómo creer en ello con los millones de muertos que se cobró la contienda y una Europa totalmente devastada.
Se sentía la necesidad de romper con todo, de construir nuevas realidades, y el arte comenzó a fraguar, a su modo, esa ruptura. En este contexto, surgieron nuevos movimientos artísticos. El Dadá, también llamado antiarte, fue uno de ellos. Su propuesta era convertir en arte el objeto industrial seriado y fragmentar la unidad de significado a través del collage. De esta manera, los artistas dadaístas simbolizaban esa sociedad desquebrajada y un intento de romper con el orden establecido y con la tradición.
Lienzo y papel quedaron relegados en favor de nuevas técnicas como la fotografía y otros avances técnicos de reproducción mecánica. De esta manera, el arte abrazó la industrialización y la máquina se convirtió en la protagonista.
La cámara fotográfica se convierte, así, en nuevo medio de expresión artística, y artistas como el americano Aflred Stieglitz (1864-1946) buscaron la consolidación de la fotografía como obra de arte. De su mano, llegó a Estados Unidos la vanguardia a través de la creación del grupo Photo-Secession, la fundación de la revista Camera Work y de galerías de arte pioneras como The Little Galleries y 291, llamada así por ocupar ese número en la Quinta Avenida, y que se convirtió en el epicentro artístico de Nueva York.
En esa ciudad americana se refugian durante la guerra artistas europeos como Duchamp, Picabia y Man Ray. Y de ese encuentro nace un movimiento artístico que será el precursor del Dadá. En sus creaciones, se reflejan y conviven todas las conquistas científicas y técnicas que surgen en ese momento. Aparatos de laboratorio, motores de automóviles, la optimetría, las matemáticas, los aviones y aeroplanos, los barómetros… se convierten en motivos artísticos más que marcarán la obra posterior de estos creadores hasta evolucionar al surrealismo.
Dalí es uno de los grandes surrealistas. Él aportará el concepto de arte como «máquina de pensamiento», es decir, una ventana hacia el mundo onírico, al inconsciente, a lo irracional y a lo artificial. Pero la máquina en el surrealismo es, además del instrumento, el sujeto del acto creativo y el modelo de la obra de arte. Lo que hace es descontextualizar el objeto cotidiano, jugar con su significado y dotarlo de una nueva función.
«El surrealismo descubre el cuerpo como máquina, que elabora sueños, que genera el deseo erótico y desvela la fuerza del inconsciente y la irracionalidad como fuerza creativa», resume la comisaria de la exposición Piar Parcerisas.
El nuevo mundo y la fotografía pura
Alfred Stieglitz fue el elemento aglutinador de un grupo de artistas que se encontraron en Estados Unidos mientras Europa estaba en guerra. Americano aunque de origen alemán, se inició en la fotografía a la vez que estudiaba química e ingeniería mecánica. Y la combinación de ambas disciplinas era algo que le parecía perfecto.
Muy vinculado a las vanguardias, se empeñó durante toda su carrera en elevar la fotografía a la categoría de arte. Pronto empezó a desvincularse del pictoralismo que dominaba en las dos primeras décadas del siglo XX para comenzar a experimentar con la imagen y defender lo que él llamaba fotografía pura, una forma de arte independiente y distinto de la pintura. La composición se volvía crucial y los fotógrafos se esforzaban por lograr la armonía visual a través de la cuidadosa disposición de los elementos de la imagen acentuando líneas, formas y patrones.
Él fue uno de los primeros en retratar los rascacielos de Nueva York desde perspectivas estudiadas que destacaban su majestuosidad. Noche desde el Shelton o Serie Nueva York: Primavera, que forman parte del Portfolio Conmemorativo Stieglitz. Twice a Year Press, son dos ejemplos que pueden verse en la exposición de la Fundación Canal.
La inquietud artística de este fotógrafo le llevó a crear el grupo Photo-Secession en 1902, junto a Edward Steichen, además de la revista Camera Work y la galería The Little Galleriesof the Photo-Secession, que se convirtió en el lugar de encuentro del arte moderno. Años más tarde, cambió su nombre por el de 291.
En honor a la galería y alentados por el interés de Stieglitz para promover el arte vanguardista del momento, Marius de Zayas, Paul Haviland, Francis Picabia y Agnes Ernst Meyer crean en 1915 la revista 291 en honor a la galería. Los 12 números que se publicaron están considerados una declaración protodadaísta que anticiparía el movimiento Dadá.
En sus páginas, ya se dejaba ver la importancia que los artistas del nuevo siglo daban a la técnica en sus obras. De hecho, Picabia retrata a sus colegas como máquinas, a modo de metáfora, en los números 5 y 6 de la revista. Así, Stieglitz es una máquina fotográfica, Zayas es un circuito eléctrico de un automóvil, Haviland es una lámpara de viaje, Meyer, una bujía de motor y él mismo se retrata como un claxon.
Desnudos, erotismo y máquinas
En la primera mitad del siglo XX, la fotografía fragmenta el cuerpo humano focalizando su atención en el valor erótico de sus partes. Esta fragmentación es algo que incorporaría también el movimiento Dadá con el collage, y que la fotografía derivó en el fotomontaje. El surrealismo, en línea con las teorías freudianas, entendió el cuerpo fragmentado como el impulso del deseo.
Ese interés por el erotismo y por centrar la atención en partes del cuerpo está presente en obras como A la hora del observatorio-Los amantes, de Man Ray, donde unos enormes labios rojos sustituyen a una gran nube; y en sus fotografías de desnudos femeninos solarizados como La Prière y el famoso Violín de Ingres.
Con las bases de la abstracción ya asentadas gracias a corrientes como el cubismo o el futurismo, el arte busca un nuevo modelo al que imitar que sea capaz de concentrar toda esa fascinación por la modernidad. De esta manera, se aproxima a la ciencia, a las matemáticas, a la mecánica, a la óptica y encuentra en la máquina el modelo de belleza femenino propio del siglo XX. Es el arranque de la estética industrial en todos los sentidos.
La abstracción es la manera de acceder al maquinismo. Ejes que permiten giros, formas dinámicas que remiten al movimiento… empiezan a representarse en las obras de arte de la época. Una muestra es La Fortuna II, de Man Ray. También es el momento del arte cinético, que jugaba con el sentido lúdico del arte. El movimiento y la velocidad fueron referencias de la modernidad y la cinética se convirtió en objeto de estudio de muchos surrealistas. Piezas como Los Rotoreliefs de Duchamp son un ejemplo.
Esta era de la máquina dio a Marcel Duchamp las claves para concebir sus famosos ready-made, objetos listos para su uso. El primero que construyó, en 1913, fue una rueda de bicicleta sobre un taburete. De este modo, elevó a la categoría de arte un objeto industrial.