Si hay susurradores de caballos y perros –especializados en amansar usando voz, gestos y caricias—, también debe de haber susurradores de humanos. Personas que por medio de un control diestro de las buenas formas convierten al adversario en un amigo, enseñándole a respetar y, tal vez, ahorrándose una hostia.
Veamos un ejemplo de susurrismo en la vida real:
En una estación de trenes, un hombre cabreado discute con una revisora. El tipo no para de vociferar. Una mujer policía, de guardia con su compañera, se acerca al gritón. Si bien puede imponer su autoridad, ella se limita a hablar con él. A los dos segundos, el gritón se marcha tranquilo.
Un pasajero observa boquiabierto cómo la policía despide al alborotador con un par de palmadas amistosas en la espalda. «¿Cómo lo logra?», pregunta el pasajero. La mujer policía se cruza de brazos, dando por terminada la conversación. Entonces la compañera, sonríe enigmáticamente y dice: «Es algo que solo sabemos hacer las mujeres».
Sería simplista pensar que el ‘susurrar’ es un insondable misterio femenino. Si fuera así, añadiríamos una división más a todas las que a diario separan a los géneros. Mejor, entonces, tomar un tema común y menos violento: ganarnos los garbanzos. En el trabajo, la resolución de conflictos son el pan de cada día.
Según el consultor y profesor de liderazgo George Kohlrieser, «el cerebro nos dice que el conflicto es peligroso y que, por tanto, debemos huir de él». Pero un problema no resuelto puede convertirnos en ‘rehenes psicológicos’. Por el contrario, un conflicto bien manejado conlleva grandes beneficios.
Según Kohlrieser, los seres humanos vivimos en diferentes estados. Es decir, en medio de una combinación de sentimientos, pensamientos y comportamientos que determinan nuestra manera de actuar. «Pero un estado negativo se puede cambiar a uno positivo», dice el consultor.
He aquí sus 6 pasos para solucionar un conflicto:
1) Crear y mantener un vínculo común, incluso con el adversario.
2) Entablar un diálogo y negociar sin mostrarse agresivo.
3) Poner el pescado sobre la mesa, o sea, plantear claramente el problema.
4) Comprender la causa del conflicto: diferenciar los intereses individuales de las necesidades comunes.
5) Aplicar la ley de la reciprocidad: cooperar y colaborar.
6) Construir la relación basándose en una consideración positiva e incondicional del otro.
Por lo general, solemos salteamos los primeros tres pasos yendo directamente a los últimos dos. Y nunca funciona. Exponer nuestras razones sería muy efectivo si los seres humanos fuésemos, en lo fundamental, racionales. Pero no lo somos, basta con ver las crisis que puede desatar un político con una cuenta de Twitter.
La psicoanalista Adriana Stokle opina que la capacidad de susurrar depende de ‘lo femenino’. «Ante todo, la capacidad de situarse en otra lógica, de comunicarse con menos palabras. Una lógica menos fálica, que no divida y separe», dice Stokle. Y añade: «Una actitud que de ningún modo es exclusiva de los hombres. Las feministas dogmáticas suelen confundir a menudo: el falo y el pene».
Una colega suya, Alejandra García, nos baja rápidamente a la tierra. Para García, el conflicto es como jugar a ver quién la tiene más larga. «Por eso cuando se socava la posición del otro, los conflictos se intensifican. De hecho, solo llegan a ser resueltos por el sometimiento de una de las partes». Un ejemplo son los periodistas incisivos que buscan desarmar y ridículizar a sus entrevistados.
En cambio la ‘actitud femenina’ es una forma de seducción, lo que no implica ni debilidad ni sometimiento. «Es una interacción con una lógica mutuamente incluyente. Una de las partes acepta que necesita algo y que la otra parte lo tiene». Un buen ejemplo sería el estilo de entrevista practicado por Jesús Quintero: una forma de brillar permitiendo que brille al otro.
En resumen, la palabra clave es escuchar. Escuchar sin interrumpir, sin mostrar desacuerdo y sin juzgar. Eso mismo recomienda el FBI en sus 5 puntos de negociación para evitar tiros, muertos y heridos. Pero a los seres humanos nunca se nos ha dado muy bien el escuchar. Y, si tomamos en cuenta lo ocurrido en Waco, a veces al FBI tampoco.
Quizá por eso existe un mercado –a veces grimoso— de bibliografía para susurradores de entre casa. Libros como La susurradora, de Rick Johnson. Un autor cristiano que enseña a sus lectoras cómo influenciar a sus maridos para convertirlos en hombre mejores. Y, al mismo tiempo, cómo mejorar las relaciones familiares.
Otro libro es La susurradora de hombres de Donna Sozio y Samantha Brett, que propone lo mismo exactamente pero con una portada diferente. Al menos, este libro ha sido escrito por mujeres para mujeres, en vez de ser un ejemplo lamentable de machoexplicaciones.
Y por último, El susurrador de mujeres. Un éxito de bolsillo para vender como churros y regalar en las navidades. Esta opus magna asegura que, tras la lectura, el varón podrá iniciar conversaciones en cualquier circunstancia, lograr el éxito con las mujeres y además aprender la técnica de –redoble de tambor— «flirtear como un jefe».
Roguemos que no sea el jefe de una productora de cine. O nos harán falta millones de susurradores y susurradoras para conseguir calmar las aguas de la tormenta.
meditacion para cultivar la ecuanimidad
y empatia, siempre ceder algo,
ser buena gente ,no usar reproches ni insultos
ni la ironia qe es ambigua
= una buena pedagogia ,comunicacion, dialogo
= evolucion…
…por esto la rePPresion no deja evolucionar
y lo de «mucha PPolicia poca evolucion-diversion»
entendiendo diversion como evolucion
no como destruccion desorden etc
–
la PPolicia pagada por la ciudadania al servicio d la casPPa
y encima malPPagados
hoy se es mas heroe qien se qeda en el medio rural qe quien se mete en las FSE
y si hay gente en las FSE es tbn pqe se atrasan regiones enteras
(desapareciendo el dinero que sale d las ricas que va a modernizar las pobres
en ls desPPachos),
para tener gente que haga de todo por casi nada…