Bianca Castafiore despide al guardia de su celda al grito de «¡Y la pasta menos cocida la próxima vez!» (un alarido silencioso, por estar en un bocadillo de cómic), mientras el pobre se va con la gorra y la cara cubiertas de tallarines blancos. La escena corresponde a una de las viñetas de Tintín y los pícaros, en el que la célebre cantante de ópera es encarcelada en la ciudad de Tapiocapolis (capital de San Teodoro, una república suramericana inventada por Hergé).
Como puede deducirse por su nombre y apellidos, la diva es italiana, de ahí la alusión del escritor y guionista belga al producto típico. Tintín, por su parte, nunca ha pisado la bota europea, al menos en los dibujos de su creador, pero si hubiera viajado al país seguramente habría probado los tallarines.
Porque si algo caracteriza al aventurero es su capacidad para adaptarse a las costumbres del territorio donde se traslada, aunque sea ficticio. «Tintín sabe interpretar cómo es la sociedad de cada lugar, el entorno en el que se mueve y seguramente haría lo mismo con la gastronomía», explica a Yorokobu Josep Sucarrats, secretario de la Asociación Catalana de Tintineros y periodista grastronómico.
La idea expresada por Sucarrats les ha servido de inspiración para organizar un taller de cocina basado en las aventuras del personaje de cómic. Los miembros de la asociación han contado para ello con la colaboración del Distrito de Sant Andreu (Barcelona) y la ayuda del chef David Caballero, también fan de Tintín, que ha propuesto los diferentes platos para la ocasión.
El primer encuentro tuvo lugar el 25 de junio en el Casal de Barri de Sant Andreu, sede social del colectivo, y congregó a unos 15 asistentes. «Es una actividad gratuita y abierta a todo el mundo», asegura el secretario de la asociación. «Nos encontramos con un perfil muy concreto; personas a las que les encanta Tintín y la cocina», prosigue. La siguiente edición, dirigida a los más jóvenes, será el día 14 de este mes en el mismo lugar.
La mecánica puede definirse como cocina demostrativa, aunque con interacción entre los concurrentes y el chef. Primero se explica el motivo de la elección del plato y, seguidamente, el maestro se pone manos a la obra. «David trabaja en una cocina de cara a los participantes, que pueden intervenir, preguntar y ayudarle. No hay fuegos para todo el mundo», admite.
Durante la pasada jornada, Caballero no preparó los tallarines que la Castafiore arrojó a la cabeza de su carcelero, pero sí unos deliciosos ñoquis al pesto precisamente en honor al título Las joyas de la Castafiore. Ni que decir tiene que, de haberlos tenido delante, el guardia habría salido airoso de su visita a la prisión (aunque no las bolitas de patata con parmesano y albahaca fresca, que habrían terminado descansando en el estómago de la italiana).
El menú incluía también unas spare ribs con salsa barbacoa, un plato de costillas habitual en Estados Unidos, que el periodista de la ficción habría probado con gusto en la entrega Tintín en América. Un poco más lejos, en su viaje al país del oro negro, nuestro personaje pudo haber degustado una kefta de carne, una mezcla de carne picada con pan, especias, cebolla y pimiento, original de Oriente Medio.
Así como en los cómics de Asterix y Obélix la gastronomía tiene una presencia evidente, no ocurre lo mismo con las hazañas ilustradas del periodista. «Sí aparece, pero integrada en la trama y de forma menos evidente que en el caso de los galos», sostiene Sucarrats.
Una tendencia, la señalada por el catalán, común a todas las historias salidas del lápiz de Hergé. «Las aventuras de Tintín tienen una gran diversidad temática, pero muchas veces se muestra discretamente, con multitud de segundas lecturas».
Aparecen pocos platos en las viñetas, pero no pasan desapercibidos para un apasionado de la cocina. El aventurero incansable bebe leche de jack en Tintín en el Tíbet y una infusión en la ceremonia del té en El loto azul; aparece comiendo en el templo del sol, en Perú, así como en una supuesta selva amazónica ideada por el belga.
En opinión del secretario de la organización tintinera, «la secuencia completamente gastronómica de Tintín se encuentra en El cetro de Ottokar, cuando va un restaurante y el plato estrella de la carta es una receta inventada por Hergé», dice.
En la siguiente cita culinaria, los asistentes aprenderán de manos de Caballero cómo preparar el guacamole que el personaje habría degustado en su viaje a San Teodoro, relatado en La oreja rota. Y observarán al cocinero hacer una carbonada flamande, típica belga (por El secreto del unicornio) y un delicioso ceviche de corvina, un plato popular de Perú, en honor a El templo del sol. Desde luego, Tintín no se lo habría perdido.
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Las imágenes de este artículo son propiedad, por orden de aparición, de Martin Comeau y la Asociación Catalana de Tintineros