En los últimos años, algunos ayuntamientos han optado por soluciones exprés para combatir el calor en calles y plazas. Toldos, lonas o estructuras temporales que, en ocasiones, sustituyen al arbolado eliminado. A principios de verano, por ejemplo, Madrid instaló unos toldos de quita y pon en la Puerta del Sol —tras la reforma que dejó la plaza sin árboles—, una intervención que costó cerca de 1,5 millones de euros y levantó críticas por su estética y eficacia. Frente a estos remedios caros y desarraigados, proyectos como Tejiendo la Calle recuerdan que la sombra también puede ser una oportunidad para sumar belleza, comunidad y memoria al espacio público.
Centrándonos en cuestiones ambientales vinculadas al urbanismo de los entornos construidos, el último informe de la Agencia Europea de Medio Ambiente destaca claramente la necesidad urgente de adaptar las ciudades europeas al cambio climático, y ofrece ejemplos de medidas reales que se están adoptando. Las soluciones que aportan sombra, reducen las temperaturas y minimizan las islas de calor son básicas. No solo estas soluciones, sino combinaciones de medidas que favorezcan la adaptación y la mitigación, que enriquezcan la biodiversidad y que favorezcan la habitabilidad digna en igualdad de condiciones para todas las personas.
«Son necesarios, más que soluciones rápidas, proyectos serios e inteligentes que favorezcan transformaciones profundas, que sepan integrarse en lo que ya existe y estén preparados para los cambios futuros», explica Marina Fernández Ramos, responsable de Tejiendo la Calle. El proyecto, nacido en 2012 en Valverde de la Vera, aparece como ejemplo en el propio informe europeo, destacando su capacidad para generar resiliencia poniendo a las personas y a su entorno en el centro.
A diferencia de las grandes obras urbanas, Tejiendo la Calle es un proyecto de arte público en un contexto rural, sostenido por un grupo de personas voluntarias con pocos recursos, que cada año logran, casi como un milagro, transformar las calles del pueblo en un espacio de sombra, color y encuentro. Además de su función práctica, cada pieza encierra un valor simbólico, estético y emocional, activando técnicas artesanales, reutilizando materiales y reforzando la cohesión social.
Fernández subraya que no proponen «una alternativa al arbolado en el espacio público» y que, de hecho, integran macetas en las calles, sino que fomentan la expresión artística de la vecindad. Algunas piezas ofrecen gran superficie de sombra; otras, rotas o reparadas, tienen un valor simbólico que va más allá de su eficacia térmica.
«Es normal que tratemos de encontrar soluciones rápidas ante los periodos más largos de altas temperaturas que estamos viviendo, pero es preciso construir propuestas más profundas y transformadoras, que fomenten el bienestar a medio y largo plazo», señala Fernández, quien destaca algunos ejemplos sencillos y efectivos, como un callejón emparrado en Jerez de la Frontera, el Patio de la Parra en el Museo del Romanticismo de Madrid o, como paradigma de integración con el entorno, la Alhambra de Granada, que integran vegetación, agua, luz y arte de forma magistral.
Sombras vivas, sostenibles y hermosas, que no necesitan presupuestos estratosféricos ni perder sus raíces para dar cobijo.