Conspirando, que es gerundio 

Las teorías de la conspiración siempre han ofrecido respuestas simples a una realidad cada vez más compleja. La clave consiste en entender cómo funcionan para evitar que se conviertan en la herramienta política del futuro 
21 de diciembre de 2020
21 de diciembre de 2020
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La American University asegura que un tercio de los norteamericanos creen que el cambio climático es un bulo. Hasta la entrada en escena del coronavirus, la gran vara de medir del escepticismo globalizado de mi generación fue aquella teoría de la conspiración que responsabilizaba a George W. Bush de planificar el 11-S. Pero ¿cómo era posible que un plan de tal magnitud no hubiera tenido ni una sola filtración antes o después de su ejecución?

David Robert Grimes, investigador de la Universidad de Oxford, publicó un estudio que estimaba con una ecuación matemática cuánto tiempo podría mantenerse en secreto una conspiración a gran escala antes de que alguno de los implicados desvelara –intencionadamente o no– la trama. Para ello, Grimes se basó en otras conspiraciones reales del pasado, como la que sacó a la luz Edward Snowden sobre el espionaje masivo de la CIA y la NSA, e introdujo en la ecuación tres variables: el número de conspiradores, el tiempo que la conspiración tardaba en desvelarse y la probabilidad de que se filtrara desde dentro.

Según Grimes, a mayor número de conspiradores implicados, menor será el tiempo que la conspiración tarde en salir a la luz. Así las cosas, para mantener en secreto que los EEUU nunca llegaron a la Luna en 1969, habrían hecho falta 411.000 personas religiosamente calladas; aun así, la conspiración solo habría aguantado 3,68 años.

La razón de ser de las teorías de la conspiración es «generar un relato simple para una situación compleja», sintetiza Alexandre López-Borrull, profesor de los Estudios Ciencias de la Información y de la Comunicación de la Universitat Oberta de Catalunya. «Vivimos en una sociedad de la incertidumbre que provoca una desestabilización psíquica muy fuerte, que es el caldo de cultivo para estas explicaciones rápidas. Tranquilizan a la persona que cree en ellas; de repente, el caos del mundo en el que se encuentran sumidos adquiere orden», explica Pablo Francescutti, sociólogo y profesor de la Universidad Rey Juan Carlos.

Para Francescutti, las teorías de la conspiración funcionan con dos mecanismos básicos. Uno, el cui bono: «Si hay un crimen, es lógico preguntarse a quién beneficia ese crimen, pero eso tan solo puede servir como pregunta para orientar la investigación. ¿Qué hace el pensamiento conspirativo? Si la muerte de fulanito beneficia al papa, el papa lo mandó matar». Y dos, el hipercausalismo: «Todo está relacionado y todos los acontecimientos fueron planificados previamente y de forma orquestada. No admiten el azar, la torpeza o el error». Una suerte de pensamiento mágico, como cuando Donald Trump dijo que un día de estos la covid-19 desaparecería «como un milagro».

LA CONSPIRACIÓN EN PANDEMIA

La Universidad de Oxford y el Instituto Reuters encontraron que las personalidades públicas «continúan desempeñando un papel muy grande en la difusión de información errónea sobre lacovid-19». El estudio explicaba que, aunque solo el 20% de los bulos en redes sociales provenía de «personas prominentes», el 69% de las interacciones que estas publicaciones generaban (likes, shares, comentarios) eran gracias a que el famoso de turno se había hecho eco.

En España, quizá el caso más divertido fue el del presidente de la Universidad Católica San Antonio, que hablaba de «esclavos y servidores de satanás» que quieren «controlarnos con un microchís». Pero tanto o más peligrosos que quienes inventan estas teorías son quienes, desde su atril de figura pública, rehúsan negarlas, coqueteando con la ambigüedad del «mira lo que dice fulanito, qué fuerte». Como Iker Jiménez.

El presentador de Cuarto milenio ha convertido su programa para trasnochadores en un negocio muy rentable que vieron tres millones de personas el pasado 22 de octubre, y al que el periodista llevó a la viróloga china Li-Men Yang, quien asegura que el covid-19 fue creado en un laboratorio como «arma biológica». Maldito Bulo lo desmintió, citando fuentes que tachaban las investigaciones de la viróloga china de «infundadas» y «engañosas», pero Iker Jiménez se defendía de las críticas reivindicando su obligación como periodista de entrevistarla, sin entrar a valorar si lo que esta decía era o no verdad.

Casi uno de cada cuatro estadounidenses piensa que la covid-19 fue creada en un laboratorio chino pese al más que evidente origen zoonótico del virus. Los datos son del Pew Research Center y quizá lo más alarmante sea que hay algo en lo que los encuestados sí estaban más de acuerdo. Un 70 por ciento afirmaban que los medios habían cubierto «muy bien» o «bastante bien» todo lo relacionado con el coronavirus.

DE LOS MÁRGENES DEL SISTEMA AL SISTEMA MISMO

Fredric Jameson decía que las teorías de la conspiración son el «mapa cognitivo de los pobres», de aquellos ajenos a los círculos de poder que se sienten vulnerables e impotentes. Pero que las teorías de la conspiración provengan generalmente de los márgenes del sistema no significa que sean necesariamente subversivas o revolucionarias, ni que pretendan provocar un cambio radical del statu quo.

Los investigadores Daniel Jolley, Karen M. Douglas y Robbie M. Sutton afirman que los teóricos de la conspiración tienden a querer «defender el sistema social cuando su legitimidad está bajo amenaza» y que, a su vez, la exposición de los sujetos a teorías de la conspiración pareciera reforzar la defensa del estado actual de las cosas en términos generales.

Pero las teorías de la conspiración ya no son únicamente los de abajo haciendo rendir cuentas a los de arriba. Ahora los de arriba también hacen las veces de altavoz. «Trump ha sido inteligente al jugar con las teorías de la conspiración para dejar siempre claro que el establishment son los otros, que él casi pasaba por allí, que parece que no sea un multimillonario que se ha aprovechado de sus contactos con este mismo establishment a lo largo de los años para alcanzar la presidencia», explica López-Borrull. Y como dice Leila Guerriero, no hay nada más marginal que una cena de gala en el Ritz.

La diferencia fundamental es que Donald Trump nunca dice creer en las mentiras que ayuda a propagar en cada tuit, pero es consciente del enorme rédito político de mostrarse como víctima de un complot internacional. Que estas interpretaciones alternativas de la realidad hayan dado el gran salto, pasando de grupos de Facebook con un puñado de seguidores a sonar en el Congreso «tiene unas implicaciones mucho más peligrosas, sobre todo porque tenemos evidencias que nos muestran que los líderes políticos actúan como traductores de cuestiones complejas a la sociedad», explica Josep Lobera, profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid.

El escepticismo es crucial en democracia, pero no aceptemos pulpo como animal de compañía. Las teorías de la conspiración y los bulos que las sustentan tienen consecuencias directas. La Universidad de Pensilvania afirma que quienes más creen en las conspiraciones en torno a la covid-19 son quienes menos tienden a seguir las recomendaciones sanitarias. Y, además, «si pensamos que todo esto es un invento de Bill Gates, no nos vamos a centrar en temas clave como el deficitario estado de nuestro sistema de salud pública o los sistemas de alerta epidemiológica», sentencia Francescutti, para quien además «existe el riesgo de que esa pérdida de confianza –en el sistema– se intente recomponer de modo autoritario».

1 Comment ¿Qué opinas?

  1. son respuestas simples y sobretodo muy emotivas y hasta cn las gonadas pr dlte de todo lo demas aun d manera suicida . P-ej :
    solo cn la posibilidad de que si exista virus, y pandemia, se deberian calalr y poner mascaras, no ya por ls demas sino por ellos, pero no, dicen que no y ya…son sicopatas, gente narcisista sin empatia sin logica sin sentido comun, antisociales, etc

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