Los yakois punkis de Tetsunori Tawaraya

En 1999 no había teléfonos inteligentes y la gente mataba el tiempo en la parada de autobús de las formas más insospechadas. Medía el tiempo en cigarrillos (fumar entonces no era algo asqueroso y socialmente censurable, sino un acto de rebeldía cool), observaba a otros viandantes y les inventaba una vida. O aún mejor, se la dibujaba. Eso es lo que hizo Tetsunori Tawaraya.

Acababa de mudarse a San Diego, fascinado por su escena musical. Quería conocer bandas que nadie conocía. «Ya sabes, The Locust, Gogogo Airheart, Gravity Records, GSL». Ya sabes, Grindcore y mutant punk/HC californiano. Tawaraya tenía un gusto musical extraño, mucho tiempo libre y pocos amigos, así que empezó a hacer retratos de la gente que veía por la calle, en los cafés, los bares y los conciertos.

Dejar su Tokio natal no fue especialmente duro para Tawaraya. «Me gusta la idea de ir a un sitio en el que no conoces a nadie», explica, «así eres libre de tus rutinas y puedes coger nuevas ideas». En su caso, estas ideas fueron plasmándose en cuadernos de dibujos, en trazos abigarrados y furiosos, en retratos lisérgicos de las personas que se fueron cruzando en su camino. «Así empezó mi formación, como retratista. Después fue evolucionando hacia el arte musical y más tarde, hacia el cómic», explica Tetsunori.

Sigue en evolución. Su última innovación ha sido añadir color a sus creaciones, con lo que han ganado en expresividad y fuerza. Se mantienen quizá sus influencias, que beben del punk americano, la ciencia ficción y el folclore japonés.

«Crecí en una zona de Japón donde la gente cree mucho en los yokai [criaturas sobrenaturales del folclore japonés]. Monstruos como Namahage o Kappa se transmiten en forma de cuentos, pegatinas o muñecos». Así, el pequeño Tawaraya estuvo expuesto a estas criaturas extrañas desde niño y fue desarrollando un interés obsesivo por los monstruos.

La serie B americana, el punk y la psicodelia terminaron de dar forma a sus dibujos, que se trazan a medio camino entre el imaginario americano y el japonés.

Sus libros (tiene un par publicados) están disponibles solo en inglés, pero sus exposiciones se suceden a los dos lados del Pacífico. Cuando se le pregunta por ello, Tawaraya reconoce que el público japonés no reacciona de la misma forma ante su trabajo que el estadounidense.

Hay referencias culturales hacia unos y otros, guiños nacionales y bromas de imposible traducción. «Las historias divertidas son difíciles de traducir», justifica el autor. Los buenos dibujos, no.

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