Esta botella está diseñada con tinta de vino

Una parte importante del trabajo de Ladyssenyadora se invierte en embellecer las botellas que sacan al mercado las bodegas de vino. No es para menos teniendo en cuenta la ubicación del estudio de diseño en el corazón de la zona vinícola del Penedès. Este tipo de encargos llegan con unas pautas bien marcadas y unas necesidades condicionadas por la fabricación en masa que requieren estos productos. Pero hay veces que el estado de ánimo exige salir de la rutina.

En este caso la oportunidad se presentó tras un pago en especias. En contraprestación por un trabajo que realizaron para una bodega, Ladyssenyadora recibió 150 botellas de vino en su estudio. La primera tentación fue beberlas pero pronto se les ocurrió una idea mejor. Crear su propia marca de vino de edición limitada y en lugar de optar por una tinta normal, aprovechar los ingredientes del tinto para elaborar la etiqueta.

El resultado es Tinta de vi. “Un reto que nos marcamos para crear una etiqueta imposible”, dice Raimon Benach, cofundador de Ladyssenyadora.

(Vídeo: Jorge Croissier)

Tras unos meses de experimentación el estudio catalán muestra orgullosamente su nueva creación pero admite sin reparos que para llegar hasta aquí tuvieron que pasar por bastantes altibajos. El camino, confiesan, ha estado trufado de fracasos hasta llegar a la solución.

“Empezamos con la idea de aprovechar el ciclo de elaboración del vino y conseguir imprimir con las lías que salían de la crianza del vino. Aunque lo intentamos con varias técnicas (serigrafía, letterpress…) no tuvimos éxito. Surgieron problemas como el exceso de agua que arrugaba el papel y no tintaba lo suficiente. Así que en un arrebato de lucidez decidimos deshidratar esta especie de chapapote dejándolo reposar al sol. De esta forma podíamos conseguir un polvo muy fino de un precioso color. Pero lo que nosotros creíamos que era pigmento no resultó ser más que otro fracaso”, rememora Benach.

Tras este revés, volvieron a la carga con una inmersión en la cocinas para intentar reducir el vino. “Probamos varias técnicas como el horno con ventilador, cazuela a fuego lento, consiguiendo así diferentes texturas y tonos de color”.

“Como empezábamos de cero, decidimos comenzar el proceso a pequeña escala con una impresora doméstica. Aun así, no logramos conseguir el color deseado, ya que lo que hacen este tipo de impresoras es aplicar una capa muy fina de tinta, y nos quedaba todo de un color muy rosa. Aun así os invitamos a que probéis a imprimir cualquier tipo de líquido en impresoras domésticas, puede llegar a ser muy divertido y conseguir resultados sorprendentes”.

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Benach y sus compañeros no se dieron por vencidos. “A continuación probamos con la serigrafía, y sí, podíamos imprimir con ello. Quedaba un color burdeos muy atractivo, pero el exceso de azúcar impedía que secara bien. También teníamos un problema de textura, al reducirlo en la cocina, no conseguimos más que una textura de un vinagre balsámico que daba problemas de reventado”.

La etiqueta imposible se resistía y el desánimo empezó a calar entre los miembros del estudio. Con el añadido de que “nosotros y nuestras familias estábamos aburridos del olor a vino, ya que al cocinarlo el perfume de bodega que empapó el estudio y nuestras casas se hizo inaguantable”.

En ese momento, cuando casi dan el proyecto por perdido, se les apareció la Virgen. “Fue aquí, cuando oímos la llamada de Dios, que nos dijo: ‘hijos, tranquilos, no lloréis, subid al tejado a fumar un cigarrillo’ (es donde vamos a fumar cuando estamos nerviosos)”, cuenta Benach.

El tejado estaba poblado de potingues que contenían los restos del experimento. En algunos de los botes empezaron a observar cómo el vino se había transformado en una especie de “moco morado” que tenía la consistencia perfecta para convertirla en tinta.

La naturaleza les acababa de brindar la fórmula secreta para diseñar el etiquetado de su nuevo vino. Había nacido Tinta de vi.

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Patrick Thomas

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