#LosOtrosAutores: el papel de traductores y correctores que muchos desconocen (I)

No lo reconoces a simple vista, pero ese libro que estás leyendo de tu escritora alemana favorita tiene más de un autor. Para saber quién más comparte autoría de la novela que sujetas entre las manos, tendrás que mirar en los créditos. Sí, ahí donde está el copyright, el ISBN y otras cosas a las que no se suele prestar atención. Justo ahí verás que, junto al nombre de la novelista, aparece otro: el del traductor.

La Asetrad (Asociación Española de Traductores, Correctores e Intérpretes) está desarrollando estos días, durante la Feria del Libro de Madrid, una campaña a favor de la visibilización de estas tres figuras editoriales.

Bajo el lema #LosOtrosAutores, quieren «dar visibilidad a los traductores y destacar su importancia no solo como transmisores culturales, sino también como pieza clave en un mercado que mueve mucho dinero y suma muchos empleos», explican desde Asetrad. «Los traductores, además, somos autores de nuestra traducción. Por eso somos «los otros autores»».

Seguramente hay a quien esa afirmación tan tajante le sorprenda, como poco. Quizá haya quien lo considere exagerado, pero incluso la ley así lo reconoce. «La Ley de Propiedad Intelectual lo contempla de ese modo en su artículo 11», aclaran desde la Asociación.

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«Las traducciones «son objeto de propiedad intelectual». De ahí que los traductores seamos autores de nuestra traducción y, por ende, «los otros autores». No se trata de sustituir a los autores originales, ni mucho menos, pero sí de dar a nuestro trabajo su justo valor».

En esto mismo coinciden también Xosé Castro, traductor y corrector entre otras muchas cosas, y Quico Rovira-Beleta, traductor audiovisual. «Piénsalo: de cada película, cada libro que marcó tu vida, que te hizo llorar, aprender, reflexionar, reír a carcajadas… no recuerdas el texto original, sino el texto en tu idioma», comenta Castro. «Lo que recordamos es el mensaje que una traductora (estadísticamente, será mujer en la mayoría de los casos) pensó, repensó y adaptó para la cultura y público destinatarios. Así que sí, podemos decir, sin ningún género de dudas, que los traductores somos coautores».

Para reivindicar ese papel, en la campaña que Asetrad está desarrollando en la Feria del Libro de Madrid pueden leerse frases que despiertan la curiosidad del paseante (este es el primer año que la asociación cuenta con una caseta en la Feria): «Ese lugar de La Mancha está en mayúsculas gracias a mí», «Yo fui la que puso punto final a Mil años, un día» o «Yo fui la que le puso nombre al sinsajo».

«La primera frase es un guiño al trabajo del corrector, casi siempre invisible pero siempre necesario», aclaran.

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«Quien corrige es capaz de reconocer, por ejemplo, si una ciudad debe mencionarse con un nombre u otro en función de la época histórica de la obra en la que se menciona. El traductor, por otra parte, es el que recrea una obra en otro idioma y es, por tanto, el otro autor que también la termina. Todas las frases hacen referencia al papel que juegan traductores y correctores en el resultado final de ese libro que leemos y que consigue emocionarnos, enseñarnos, divertirnos…».

La campaña está pensada en principio para la FLM, pero no descartan continuarla más allá del 10 junio, día en que finalizará el evento, si ven que el mensaje cala en el público.

Ahora bien, ¿qué hace un traductor? ¿Y un intérprete? ¿Qué es un corrector, más allá de ser la persona que no deja de torturar al autor a golpe de ortografía? ¿Quiénes son esos enanos que se esconden detrás de la publicación de un libro, de un manual técnico, de un eslogan o de una película y que consiguen hacerlos funcionar?

El papel del traductor

Se equivoca quien piense que un traductor solo traslada palabras de un idioma a otro. «Para eso ya está Google», aclara Rovira-Beleta.

Para este traductor audiovisual, autor de todas las traducciones de las películas de Marvel y de gran parte de la saga Star Wars, «una de las primeras cosas que aprendes cuando traduces es que, primero, tienes que dominar ambos idiomas (el de origen y el de destino); y, sobre todo, saber tender puentes entre los idiomas». O lo que es lo mismo, «saber cómo trasladar conceptos de un idioma al otro».

Xosé Castro también está de acuerdo con esto último. «El traductor editorial y audiovisual no traduce meras palabras, sino conceptos, ideas y emociones. Ahí estriba la principal diferencia con la traducción científico-técnica, divulgativa, informativa o periodística, entre otras».

¿Cabe entonces la imaginación en una traducción?

«Es inmanente, diría yo», afirma categórico Xosé Castro. «De hecho, no hay creación no creativa; de otro modo, sería un simple trasvase, un volcado literal como el que hacen algunas máquinas. No en vano, eso es lo que impide que los traductores automáticos, por ahora, no puedan sustituir a los humanos, si bien han mejorado mucho, porque ya no son tan automáticos y hacen uso de traducciones humanas almacenadas».

«Imagínese el lector, por un momento, que tuviera que traducir a otro idioma la frase: “No sé qué me gusta más, si los grumitos del colacaíto, el frufrú de tu camisa cuando me rozas… o quedar a la una del mediodía para comer junticos”», continúa Castro.

«Es un ejemplo al azar, pero esta oración contiene un buen número de conceptos culturales que requieren de una enorme creatividad. Desde los emocionales diminutivos y el debate nacional sobre Colacao-Nesquik, hasta la onomatopeya de una tela pasando porque… España es el único país del mundo donde el mediodía no es a las 12:00 sino a la hora en que decidimos comer. De ahí que esa frase –aparentemente errónea– sea posible y habitual aquí».

Por eso esa actitud camaleónica en cuanto a su poder de adaptación les lleve a tomarse algunas licencias para que lo que el autor original ha querido decir en su idioma materno pase de la manera más clara posible al idioma receptor. Castro lo explica claramente con dos ejemplos.

«La traducción para un público infantil es, quizá, la que mayores licencias puede tomarse. Por citar un ejemplo real, yo cambié el nombre de un deporte (el lacrosse, popular en los EEUU y casi desconocido aquí), porque eso habría distraído mucho al niño lector, pues no era un texto informativo sino de entretenimiento», cuenta.

«Con el humor también es necesario traicionar el original, si el chiste se basa en conceptos totalmente desconocidos para el lector. Pero estas licencias dependen, en cada caso, del libro, de la película o del documento que tengamos entre manos».

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Un claro ejemplo de esas adaptaciones o invenciones que menciona Castro lo encontramos en Los juegos del hambre. Cuando Pilar Ramírez Tello, la traductora de la obra, se enfrentó al término mockingjay tuvo que buscar una solución al juego de palabras que planteaba el término en inglés. El resultado fue sinsajo, y así lo explicaba la propia Ramírez Tello en una entrevista para La linterna del traductor, la publicación oficial de Asetrad:

«Por ejemplo, en Los juegos aparece un pájaro llamado jabberjay. Llegué a la conclusión de que la palabra jabberjay está compuesta por jay, que es un pájaro (arrendajo o azulejo en español) y jabber, que quiere decir farfullar o hablar atropelladamente [porque esos pájaros pueden imitar a los humanos].

Después de meterlo todo en la batidora para intentar dar con un nombre que sonara medianamente bien, a pájaro, por así decirlo, convertí el jabber en charla y el jay en las dos últimas letras de arrendajo; de ahí el charlajo. El sinsajo, por cierto, es una mezcla de charlajo y sinsonte (mockingbird)».

Quico Rovira-Beleta también ha tenido que enfrentarse a términos de este estilo cuando traduce los guiones que después usarán los actores de doblaje.

«Yo me he inventado muchos. En las sagas de ciencia ficción hay mucha terminología inventada. Tienen cierta base, no diré científica, pero sí derivan de una palabra existente; y a partir de ahí, se han inventado la palabra. Yo hago exactamente lo mismo. Busco la palabra existente que tiene su traducción al castellano y me invento el resto. Y a veces me invento completamente la palabra igual que se la han inventado ellos».

Cualidades que debe tener un traductor

Por eso es también fundamental que un traductor que se precie tenga un dominio de los idiomas que maneje, si no nivel Dios (con mayúsculas), al menos nivel dios (con minúsculas).

«Además de conocer muy bien el otro idioma y la otra cultura, los traductores deben conocer muy bien el suyo propio. Y, muy especialmente en el caso de las traducciones literarias, deben tener un estilo de escritura permeable para fundirse con el estilo del autor y trasladarlo correctamente respetando, además, la época en que se haya escrito el texto», remarcan desde Asetrad.

No es la única cualidad, aunque sí puede ser el punto de partida. Además, debe tener una gran capacidad de estudio y búsqueda de fuentes fiables con las que documentarse. «Es una labor intelectual que exige muchos conocimientos y aptitudes y que, sin embargo, no se reconoce ni social y económicamente», se lamentan desde la Asociación.

«Debe ser un profesional curioso y culto», insiste Xosé Castro. «Aunque vivimos inmersos en un mundo audiovisual, la única manera de aprender y afianzar vocabulario es leyendo. El traductor es escritor, luego debe ser un profundo conocedor de la lengua de destino, la sintaxis y la gramática, y poseer un excelente vocabulario», explica. «Además, el traductor debe ser biculto más que bilingüe. Es decir, no solo debe conocer bien la lengua que traduce, sino la cultura y civilización de la que procede dicha lengua».

«Desde mi punto de vista, la mayor dificultad estriba en el proceso de documentación, en encontrar diccionarios, glosarios y artículos de confianza para poder comprender y adaptar mejor la temática al público destinatario», opina Castro. «Eso ha mejorado muchísimo por internet. En los tiempos en los que no existía, era habitual encontrarse a traductores, cual personajes de Walking Dead, recorriendo la sección de diccionarios especializados de algunas librerías…», explica con humor.

De ahí que prime la especialización en gran parte de los traductores. No es lo mismo traducir un manual técnico, que un estudio científico, que una novela o una película. «Ya no cada especialidad, sino casi cada documento tiene un planteamiento distinto, porque varían los factores principales: autoría, contenido, estilo, objetivo del texto, formato de publicación, público destinatario y, lamentablemente, plazos de entrega», comenta Xosé Castro.

«En lo tocante a guiones y libros, por ejemplo, no es lo mismo traducir un libro de Paulo Coelho (basta con conocer cuatro tópicos y algunos vocablos orientales) que un drama ambientado en la Inglaterra victoriana o una novela (o serie) sobre neurocirujanos en la que se pormenorizan procedimientos médicos», continúa.

«Las traducciones de publicidad y marketing son, en mi experiencia, las que más revisiones y cambios pueden llegar a tener. No en vano, son textos más breves, que van a estar muy expuestos y cuyo principal objetivo es transmitir una imagen de marca y vender. No puede haber ni un fallo».

'Black Panther' es una de las últimas películas traducidas por Quico Rovira-Beleta
‘Black Panther’ es una de las últimas películas traducidas por Quico Rovira-Beleta

Para Quico Rovira-Beleta, la traducción audiovisual, por ejemplo, «es la más viva que hay porque va acompañada de imagen. Lo que tienes que aprender sobre todo es que las imágenes no te las van a contar, sino que las vas a ver. Y tienes que traducir los diálogos de acuerdo con las imágenes que tú estás viendo», comenta el proceso.

«Sobre todo para darle naturalidad al texto. Y ese afán por la naturalidad es más fuerte y más intenso que en cualquier otro tipo de traducción, incluso literaria. Porque en la traducción literaria, la imaginación es la que te va a llevar. En cambio, aquí, como la imagen es la que te manda, la naturalidad es básica».

«La obra más compleja de traducir es la que está mal escrita», aseguran tajantes desde Asetrad. «Da igual que se trate de una obra literaria, un dosier de prensa o un informe técnico. Después, cada especialidad tiene sus dificultades particulares, y contrariamente a lo que se suele creer, no siempre se trata de cuestiones de vocabulario».

Y citan el ejemplo de los subtítulos en las películas, traducciones que se hacen de una manera muy diferente a la que se realiza cuando se piensa en el doblaje. «En la traducción para doblaje tienes que poner todo que dicen, absolutamente todo, y pensar en que luego eso va a encajarse en una boca», explica Rovira-Beleta. Por tanto, necesita una frescura que los subtítulos no precisan.

«La traducción para doblaje es una traducción muy fresca, y la traducción para subtítulos tiene el problema de que está muy limitada por el espacio. Para hacer subtítulos, tienes que saber resumir y conseguir explicar el mismo concepto en el mínimo de palabras posible. Y en cambio, para doblaje tienes que poner todo, e incluso a veces te falta letra». Es decir, en los subtítulos se traducen conceptos más que palabra por palabra.

«Un traductor profesional sabe medir y encontrar el equilibrio justo para que el mensaje pase sin que el espectador se pierda nada», especifican desde Asetrad. «En el caso del cómic, el reto lo plantean, entre otros aspectos, la relación entre texto e imagen o las limitaciones de espacio, aunque quizá lo más complicado sea pulir la oralidad: conseguir que un texto escrito suene en la cabeza de un lector como una conversación real».

Para desempeñar su tarea, los traductores cuentan con herramientas que les facilitan su trabajo. Rovira-Beleta, por ejemplo, aparte de programas informáticos obvios, considera esencial hacerse glosarios de términos. Más aún cuando se traducen sagas o series de televisión, como es su caso.

Los vocablos se repiten y resulta muy práctico tener a mano cómo se tradujo una palabra que ya apareció en un capítulo o temporada anterior. En su caso, Quico Rovira-Beleta cuenta con Copernic como apoyo, «un programa que funciona como una especie de archivador de términos», explica llanamente.

Para Castro, esas herramientas varían en función de la especialidad, «pero la tecnificación galopante es algo que ha caracterizado la evolución de nuestro oficio. Siempre digo que la lengua es nuestro instrumento de trabajo, pero la informática es una piedra angular».

Así, en su opinión, en la traducción editorial y audiovisual no se requieren grandes conocimientos técnicos, aunque si se tienen, bienvenidos sean porque facilitarán las cosas. «En el campo de la traducción técnica, hoy en día, ya casi es imposible trabajar si no se manejan sistemas de traducción asistida por ordenador (TAO), que son programas informáticos que guardan memoria de lo que uno traduce y nos permiten integrar glosarios, hacer una traducción más coherente y ahorrar tiempo».

¿Existe la traducción perfecta?

Una pregunta más surge a raíz de todo esto: ¿cómo es la traducción perfecta? «Sin duda, la que pasa inadvertida», asegura este traductor y corrector que también forma parte del colectivo Palabras Mayores. «De ahí, en cierto modo, la connatural invisibilidad de nuestra profesión. El traductor actúa como tamiz invisible. La traducción perfecta es, simple y llanamente, aquella que, cuando la oyes o lees, sientes que ha sido pensada por un nativo, sin disrupción de ningún tipo».

Sin embargo, es posible encontrar casos en los que una mala traducción ha arruinado al original, y al contrario: que un original mediocre haya sido salvado por una brillante traducción.

«Cualquier genio de la literatura parecerá mediocre si está mal traducido», opinan desde Asetrad. «Las erratas en un libro sin corregir o mal corregido serán como baches en la lectura y desvirtuarán el trabajo de todos los demás componentes de la cadena. Un libro mal traducido, sin corregir o mal corregido es un objeto defectuoso que debería ser devuelto».

«Yo he visto ambos casos», afirma Quico Rovira-Beleta. «De todas maneras, cuando un guion es malo, la traducción puede estar muy bien hecha, pero si un guion no da más de sí, no da más de sí. Pero sí es verdad que con una mala traducción te puedes cargar una película. Depende mucho de la calidad del original respecto a la calidad del resultado».

https://youtu.be/0xILSRUxTg8

El ‘I like to move it’ original de Reel 2 Reel que suena en ‘Madagascar’ fue traducido por Quico Rovira-Beleta como ‘Yo quiero marcha’

¿Entraría en juego, entonces, el papel del corrector? Podría ser, aunque según explica Xosé Castro, el propio traductor ejerce muchas veces de corrector de sí mismo y del autor original.

«En muchísimas ocasiones; los autores que traducimos son humanos, al fin y al cabo. Tengo un ejemplo reciente: tuve que traducir unas guías sobre España redactadas originalmente en inglés para público estadounidense. Tuve que hablar con el autor y la editorial para cambiar varios puntos que podrían resultar incluso ofensivos: desde las recetas de algunos platos (tortilla de patatas… sin pelar) hasta errores en fechas históricas y datos toponímicos, pasando por tópicos poco contrastados».

En la traducción audiovisual ocurre algo parecido, excepto en el caso del catalán, que sí cuenta con su propio corrector lingüístico, explica Quico Rovira-Beleta.

«Nosotros pasamos filtros, pero no de corrector. En la versión catalana sí porque hay un corrector lingüístico. En la versión española no hay corrector lingüístico, pero sí tenemos supervisores. El problema es que muchos de ellos son extranjeros, y más que nada te dicen “no, es que lo que en inglés está queriendo decir es esto” y te sirven como orientación. Pero no te dicen “esto está mal escrito” o “esto no es castellano”».

En su opinión, debería por lo menos existir la figura de alguien que domine lo suficientemente bien la lengua como para advertir el error. «Pero normalmente entre los supervisores está el cliente, y se suelen escapar pocas cosas en las películas grandes. En series de televisión se escapan muchas más porque la velocidad es vertiginosa y hay mucho menos control».

¿Y es posible que un traductor eclipse a un autor? «Si no eclipsar, sí, desde luego, atraer tanto la atención como el autor original, porque sus adaptaciones son ocurrentes o transmiten algo adicional en la lengua de destino», opina Xosé Castro. «O porque su traducción pasa a ser tan popular que la gente olvida que es una traducción. Además, entre las traductoras, habemos gente con mucho glamur», concluye bromeando.

¿Es lo mismo un traductor que un intérprete?

Asetrad, además de traductores y correctores (de estos últimos se hablará en el siguiente artículo), acoge a intérpretes. Es fácil pensar que un traductor puede ejercer de intérprete, pero no es así. También hay diferencias entre unos y otros.

«El intérprete se enfrenta a muchísimas dificultades, sobre todo, porque en algunos congresos, los organizadores piensan que interpretar es, sencillamente, escuchar y repetir», aclara Castro. «El intérprete necesita horas de preparación, documentación previa y la mayor cantidad de información posible sobre el tema que tiene que comprender e interpretar y, además, línea de visión directa con las personas a quienes tiene que interpretar, para ver sus gestos, su accionar, su lenguaje no verbal».

¿Quién no ha pensado alguna vez en las personas que tenían que traducir a Fraga cuando hablaba en gallego (o al revés, de castellano a gallego), o a Pujol cuando se expresaba en catalán o en castellano, con aquellas dicciones imposibles e ininteligibles en cualquier idioma?

«Entre las anécdotas habituales que cuentan los intérpretes está la de los ponentes que hablan con acento marcado una lengua que no es la suya materna –sobre todo, asiáticos– y que cuesta entender», comenta Castro. «Otra dificultad habitual es la que sufren los intérpretes de español a inglés, porque los hispanohablantes somos muy dados a las digresiones, a empezar una idea, no terminar de cerrarla y perdernos por las ramas, lo que dificulta mucho su trabajo».

«También es una situación delicada cuando uno tiene que interpretar un encuentro entre varias personas que empiezan a usar un lenguaje despectivo, por ejemplo, o a insultarse directamente».

Hay que reivindicar la figura del traductor

España cuenta con grandes traductores. Para conocer a los más destacados, basta asomarse a los Premios Nacionales de Traducción de los últimos años. Los mencionados en este artículo son también claros ejemplos de la importante labor de estas personas.

«Tenemos grandes traductores injustamente ignorados, incluidos un par de académicos», explican desde Asetrad. En seguida viene un nombre a la cabeza: Javier Marías. «El traductor es un escritor privilegiado que tiene la oportunidad de reescribir obras maestras en su propia lengua», dijo alguna vez el escritor y académico sobre el papel del traductor.

«No queremos en esta entrevista dejar de mencionar que, si bien es verdad que los libros son la parte más visible de todo lo que se traduce, a diario se pasan de un idioma a otro infinidad de textos de índole comercial, institucional, médica, jurídica, técnica, artística, económica…», comentan desde la Asociación de Traductores, Correctores e Intérpretes.

«No tienen ISBN, no los encontraremos en la Feria del Libro, pero sin el trabajo invisible de todos esos hombres y mujeres (sobre todo mujeres, cabe señalar) el mundo iría mucho más despacio», concluyen.

Pero quizá el mejor broche para cerrar este artículo sean las palabras que José Saramago escribió sobre los traductores: «Los escritores hacen la literatura nacional y los traductores hacen la literatura universal».

5 Comments ¿Qué opinas?

  1. Muchas gracias, Mariángeles y Yorokobu, por vuestro interés en nuestra profesión. Es inherente a nuestro oficio pasar relativamente inadvertidos, pero también es interesante que la gente conozca los entresijos y el trabajo entre bastidores. Pasan muchas cosas antes de que un lector o un espectador pueda disfrutar cómodamente de una película o un libro.

    Hay un gran trabajo detrás con un fin precioso: entretener, informar, emocionar y hacer más culta a la gente.

  2. Muy buen artículo para «visualizarnos» los traductores y correctores. Me encanta que salga al gran público y no quede en los foros internos donde siempre hablamos de lo mismo. Es tiempo de contarle al usuario de textos en otro idioma lo que se pierde cuando no trabaja con un profesional de la traducción o la corrección. Un saludo afectuoso y el agradecimiento a los colegas que han hablado por todos en la nota, también a Yoroboku.

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