Existe una plaza llamada Luis Cabrera en el distrito de La Roma Norte, uno de los epicentros de la “antrificación” de la capital mexicana, donde ha aterrizado un OVNI.
El sustantivo entrecomillado lo da Johan Graffman, uno de los tres pilotos del artilugio estático. “Lo que está pasando en este barrio, como en otros, no se puede calificar ya ni de gentrificación, es antrificación (‘antro’, en México, se entiende por ‘discoteca’)”, define la situación este físico, antropólogo e ingeniero. “El espacio público ya no interesa a los organismos públicos. No hay donde estar en la calle. No arreglan ni los bancos para sentarse…”. El OVNIBUS («Objeto Versátil Narrativo e Interactivo»), ha llegado cargado de tecnología y buenas ideas para abducir a los vecinos hacia la esfera del aprovechamiento común, abierto, urbano y democrático.
La historia de esta nave es paralela a la esencia de cambio y aprovechamiento que estos jóvenes quieren dar al proyecto. En realidad no viene del espacio. “Era un vehículo que donó Japón a la nación, pero su sistema de trolebús aquí no funcionaba”, cuenta Graffman. El mastodonte con ruedas quedó abandonado. Por suerte Rodrigo Cué, otro de los tres tripulantes, es un experto en ocupar espacios abandonados para reciclarlos en lugares culturales y socializados. ¿Por qué no este autobús? “Ahora está perfecto”, añade Ana Noble, artista y tercera viajera del plan. “Lo hemos convertido en lo que queríamos. En algo que le faltaba al barrio”
Aunque no saben muy bien cómo, consiguieron que la gobernación les permitiese adueñarse de este local con llantas y dejarlo inmovilizado e inmovilizable en medio del barrio. Adiós al volante, a las marchas, a los viejos cristales de la cabina… En su lugar, han rellenado los huecos a base de diseño y funcionalidad en forma de estructuras artísticas, talleres, espacio para la lectura, dispositivos de sonido, vinilos de música, zona de escritura, talleres digitalizados… , “la propiedad es del vecindario”, insiste el trío.
Cué detalla lo de la visión digital del asunto diciendo que “el OVNIBUS es un espacio de trabajo gratuito que busca involucrar a la comunidad en la búsqueda de nuevas maneras de interpretar y representar las dimensiones informáticas que nos rodean”, explica. “Buscamos la recuperación del espacio público por medio de un hito que promueva la identidad e invite a la participación en la construcción y deconstrucción de lo real. Queremos proveer de un laboratorio que involucre a la gente en la creación de dispositivos y herramientas que se encaminen hacia el uso no-pasivo de las tecnologías de la información. Talleres para saber manejar estadísticas, encuestas y datos informáticos, o aprender a hacer Apps junto a otros vecinos, y muchas más cosas. Imagínate esta plaza, por ejemplo, decorada con figuras de luz”, señala el creador a su frente. “Arte digital que la gente puede disfrutar y que ni siquiera quita espacio a la calle”.
Graffman resume esa idea en “una red social humanizada. En la calle. Y no encerrado en tu casa”. “Una manera de utilizar la digitalización sin que ella sea la protagonista”.
La más grave queja de estos emprendedores sociales, “que han puesto de sus bolsillos casi 100.000 pesos por sacar este proyecto comunal y sin ánimo de lucro adelante”, es que “el desarrollo de nuevos espacios esté dictado por las necesidades comerciales de la industria privada”. Denuncian que en las calles exista esa desmesurada “cultura del consumo y del comercio mientras se busca refugio en la redes sociales”. Por eso su proyecto quiere utilizar las calles como “el esqueleto de un nuevo cuerpo social donde la flexibilidad discursiva de las nuevas tecnologías coexistan con la espontaneidad y el dinamismo de las interacciones corpóreas”.
Esgrimen los pilotos, que con digitalización o sin digitalización de por medio, estos espacios comunes son necesarios. “Queremos demostrar que el Gobierno se tiene que involucrar es este tipo de proyectos”, apunta Graffman.
Ellos hacen ver que es posible ejemplarizando. El trolebús abandonado que ni estrenó la administración en su día, con sus mismos metros cuadrados, lo están convirtiendo (todo a la vez) en una mediateca pública, un punto de intersección cultural, un promotor de programas de desarrollo comunitario, una emisora radiofónica, una organizadora de conciertos y eventos culturales urbanos, una generadora de material creative commons, un centro de improvisación audiovisual, una academia sobre información no lineal, un área de aprendizaje con talleres de expertos y con acceso a material bibliográfico, sonoro, digital, artístico y académico y también en un centro de trabajo abierto donde “no hay necesidad de pagar el precio de un café sobreevaluado para acceder a internet, maquinaria, instalaciones y todo lo que dispongamos”.
Hasta han creado una App propia en la que aparecen los negocios que ellos consideran que merece la pena visitar por la zona. “Tenemos al carpintero, a un herrero, a gente que hace comida tradicional. No el Starbucks ni el McDonald’s”.
Aunque ya empiezan a funcionar tímidamente y los vecinos comienzan a entender su presencia, consideran que el bautismo oficial de su nave será el próximo 8 de febrero, con Ciudad Invisible, un proyecto en el que «artistas y programadores actuarán sobre el OVNIBUS y su área inmediata para crear un territorio público que se extienda más allá del espacio físico”.
“Hay que conseguir que la gente empiece a aceptar y se apropie de este tipo de proyectos”, dice Noble. “Nosotros lo hemos montado, pero no queremos estar aquí dentro de tres años. Ni tampoco que se lo adueñe una empresa. No sabemos cómo podremos ir financiándolo, quizá con becas, con más trabajo… pero se lo tienen que quedar los vecinos”.