Bofetadas demócratas

¿Para qué vamos a hablarlo si podemos resolverlo a guantazos?
8 de noviembre de 2019
8 de noviembre de 2019
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Son tiempos de confusión. Días en los que no se sabe cómo actuar. Jornadas de vaivén en las que uno trata de informarse lo mejor posible y termina como por casualidad en los abruptos pesebres de la información deportiva.

¿Alguna novedad acerca del asesinato del peluquero de Cristiano Ronaldo? ¿Algún nuevo juicio al padre de Neymar Jr.? Porque sí, amigo, de esto van los informativos de deporte en 2019 y no del tostón aquel de los resultados de las competiciones.

Lo que ofrecía la televisión en la franja sport era algo mucho mejor que los resultados de la Champions o una historia de superación humana: los campeonatos rusos de bofetadas y el regreso del Leo Messi del guantazo eslavo, Vasily Kamotsky.

La alternativa casual propuesta por el destino debería hacer reflexionar seriamente a mucha gente en cuanto a la necesidad de hacer una aproximación más creativa al debate político. Si el destino quiere que saltemos del debate a las tortas, deberíamos obedecer porque no somos nadie para luchar contra la providencia.

Tras la enésima convocatoria electoral con sus consiguientes precampañas, campañas y debates, se ha hecho evidente un perenne hastío debido a la iteración electiva. Por suerte, la respuesta a muchas de las amenazas del aburrimiento está en Rusia, nación especialista en plantear opciones de diversión sin límites morales. ¿Podrían sustituirse los debates electorales por sanas y regladas competiciones de bofetadas? ¡Es más! ¡Dime un solo motivo por el que no se deba llevar a cabo esta apuesta por el cambio!

Atrás quedaron los tiempos en los que la reflexión acerca de la realidad social utilizaba palabrería caduca con poco hype como ‘obrero’, ‘condiciones laborales’, ‘precariedad’ ‘amenaza fascista’ y otros términos polvorientos.

Valorar la desobediencia civil como forma de protesta, el análisis de un periodista desengañado por la influencia de los poderes públicos en los medios o las advertencias de un activista antifascista acerca del peligro de los movimientos poco democráticos a todas las sociedades no es, ni de lejos, tan divertido como contar un cara a cara de bofetadas en el que gana el último que queda de pie. Y yo lo hice. Tres veces. Culpable.

Los mayores están de vuelta de todo, los jóvenes están joseando y esos contenidos soporíferos e intrascendentes quedan en una tierra de nadie para los cuatro chalados que se preocupan sobremanera por asuntos sin importancia.

Esta columna semanal se llama El Piensódromo solo a modo de despiste y, mea culpa, ciertamente carece de una muy deseable profusión de términos recogidos en el Diccionario Chito Tangana para Hablar Moderno. Porque lo que de verdad me gusta –y a ti, confiesa– es una buena ronda de tortas a mano abierta.

Así que aquí vamos, con la historia de Vasily Kamotsky, el granjero que alcanzó la gloria siendo el más duro abofeteador al otro lado de los Urales. Y por qué no. Con, una vez más, una petición abierta para que sea esta la nueva forma de debate político. Porque sabes que dentro de seis meses vamos otra vez a elecciones generales. Lo sabes, ¿no?

Vasily Kamotsky, orgullo de Siberia y rey de las bofetadas

La gracia de esto es que personas adultas, aparentemente en posesión de todas sus facultades cognitivas y en una plena libre elección, deciden zurrarse en la cara a mano abierta con deportividad, nobleza y una cierta dosis de excentricidad y falta de vergüenza.

Para hacerlo más interesante, no existe división por pesos o edades, lo que permite que el gran Vasily, 28 años y alrededor de 160 kilos, pueda medirse con tirillas a los que les cuesta traer la compra del PRYCA a casa.

El titán de Siberia cuenta que ni entrena para ello ni se mete en peleas. Es un sencillo y bonachón granjero barbudo que, sencillamente, disfruta de un talento natural para dar bofetadas. Su otro talento es recibir guantazos sin esfuerzo aparente.

La combinación de ambas habilidades, tan interrelacionadas entre sí, le convierten en el contendiente perfecto de una competición que saca a relucir lo podridos que estamos por dentro. Y la naturaleza viciada de muchos placeres culpables como este, el de disfrutar viendo a otros darse tortas. En fin, ni siquiera sé si disfrutar es la palabra adecuada. Ahora me siento sucio por dentro.

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