«Querido diario, hay una cosa que me gusta por encima de todo». Con estas palabras, escritas a mano sobre un papel, comienza Caro diario (Querido diario), la película de 1993 que hizo famoso fuera de su país a su director, Nanni Moretti. Con esa sencilla frase, el autor deja muy claro lo que vamos a ver en los próximos minutos: a un tipo disfrutando de la vida.
Caro diario está compuesta por tres historias independientes: En Vespa, Islas y Médicos, las tres sobresalientes y protagonizadas por Moretti, que se interpreta a sí mismo. Aunque, sin lugar a dudas, la más recordada por el público y la que encandila a todo el que la ve por primera vez es la primera.
De hecho, tras su estreno, el director se convirtió para el gran público en ese hombre con barba, casco blanco y gafas de sol negras que recorre a lomos de su Vespa una Roma desierta y bellísima en pleno agosto, mientras reflexiona sobre el cine, el ocaso de los ideales del Mayo del 68, su pasión frustrada por el baile o su amor por la arquitectura de los barrios periféricos de Roma.
Con Caro diario, Moretti consiguió traducir en imágenes algo que hasta entonces nadie había logrado (aunque muchos lo sienten cada año): descifrar la poética de los largos veranos en la ciudad, el placer de pasear por calles vacías bañadas por el sol, de los cines desiertos, del aburrimiento feliz que nos trae recuerdos, produce sueños y, a veces, ensoñaciones.
Visitar lugares que nunca visitamos, callejear sin rumbo por las avenidas por las que siempre pasamos a toda velocidad pendientes del reloj, levantar la vista de la pantalla de nuestro móvil y contemplar sin prisa la belleza de los edificios que nos rodean, conocer barrios en los que nunca habíamos estado (¿has probado a ir a las bibliotecas públicas de cada distrito?), entrar en sus bares de menú llenos de maravillosas sorpresas…
Estas y otras infinitas posibilidades más nos brinda el hecho de quedarnos en la ciudad en verano. Algo que definitivamente es mucho mejor de lo que se suele reconocer socialmente. Y las imágenes de En Vespa, son uno de los alegatos más potentes a favor de esa opción que se han creado nunca.
Muchas personas lo entendieron en 1993 y siguen entendiéndolo ahora. Es por esto que todavía hay pósteres de Caro diario colgando de las paredes de algunos apartamentos y por lo que hay gente que la sigue viendo obsesivamente al menos una vez al año. También por lo que continúa fascinando, casi 30 años después de su estreno, a las nuevas generaciones que llegan a ella a través de un pase por televisión o de un DVD de sus padres (porque actualmente la película no está disponible en ninguna plataforma digital en nuestro país).
Moretti consiguió transmitir todo esto con una sencillez pasmosa. En los poco más de 26 minutos que dura En Vespa, vemos al actor y director deslizarse en su moto por los barrios romanos de Garbatella, Vila Olímpica, Tufello o Spinaceto por el mero placer de hacerlo, observando las casas desde fuera y soñando con vivir en ellas. Ingeniándoselas para entrar dentro alguna vez, inventándose una pequeña mentira, por si alguien le pregunta qué está haciendo allí, casi como un niño al que pillan en plena travesura.
«No me gusta solo ver las casas desde el exterior», explica en el film a través de una voz en off, «a veces quiero también ver cómo son por dentro. Y entonces llamo al timbre y digo que estoy preparando una película. El dueño de la casa me pregunta: “¿De qué va la película?”. Y yo no sé qué decir. “¿Esta película? Cuenta la historia de un pastelero, trotskista… Un pastelero trotskista en la Italia de los 50. Es un musical. Un musical”».
También lo vemos entrar en el cine, criticando la cartelera vacacional, programada con la idea de que no irá a verla absolutamente nadie, con películas eróticas, dramas italianos sobre la pérdida de los valores del Mayo del 68 o espeluznantes películas de terror como Henry, retrato de un asesino.
El viaje está salpicado aquí y allá de escenas que solo ocurren en la mente del protagonista, momentos oníricos como la tortura de un crítico de cine (que consiste en leerle su propia crítica), la reflexión sobre la amistad hecha a un desconocido conductor de un coche deportivo al más puro estilo Woody Allen en Annie Hall, o la expresión del deseo de ser un hombre que sabe bailar y que no solo mira al encontrarse con una verbena popular en la que una orquesta toca Visa para un sueño de Juan Luis Guerra y 4.40. Momento este último que desemboca con el surrealista encuentro de Moretti junto a unas centenarias ruinas romanas, con Jennifer Beals, la protagonista de la película Flashdance.
El último tramo del episodio es quizá el más sencillo y poético de todos. «No sé por qué nunca he estado en el lugar donde murió Pasolini», dice Moretti. Justo después lo vemos recorrer con la Vespa la playa de Ostia, donde fue asesinado el cineasta e intelectual italiano en 1975, mientras suena la música del legendario Köln Concert, de Keith Jarrett, que fue grabado ese mismo año.
En Vespa, el italiano termina con la imagen del monumento que se alza en el lugar donde fue encontrado el cuerpo de Pasolini, junto a la playa y un campo de fútbol, en un no lugar. Es como si Moretti quisiera cerrar su homenaje al verano recreando esa extraña nostalgia de los atardeceres en la playa, algo casi tan estival como un cucurucho de helado.