Viaje al centro de la periferia bonaerense

24 de abril de 2014
24 de abril de 2014
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Todo el que haya aterrizado en Buenos Aires conoce el barrio de Palermo. Pero unas pocas manzanas más allá, están el Abasto y Villa Crespo, dos zonas que aún conservan su atmósfera y oferta eclécticas. Además de ese puntito salvaje y vital que es el semillero del ocio cultural porteño.

«Este miércoles vine a ver a Juli Charleston y el Cisne Elocuente», me dice Milagros, melómana y groupie incombustible. «El Rockelín es diferente de otros eventos, no tenés que estar sentado y podes charlar con todo el mundo». Milagros se explaya sobre las dos salas del El Emergente (espacio anfitrión del Rockelín Club De Artistas). «El Lado A tiene escenario y barra, el Lado B es mucho más chico y en verano, un horno. Por eso también le dicen «el sauna». ¿Lo mejor? Acá adentro se acaba el individualismo, se acaba la ciudad; y para mí, que soy de un pueblo, eso es muy importante».

Hoy por la noche, víspera de una huelga general que dejará a 16 millones de personas sin transporte, tocarán las bandas Phonalex, Mammarayos, 3 Arroyos, Gramonautas. Algo más tarde, después de un descanso para tomar un fernet con cocacola y fumarse algo en el patio, llegarán el Bloque Circuito Cerrado con Poesía Estéreo. Además de conciertos y DJ’s, hoy habrá una feria americana, clowns y la oferta de 2 cervezas al precio de una hasta las diez de la noche. ¿Qué más se puede pedir?

Quizá poder encontrar más lugares como este, donde la creatividad explota. Pues hay mogollón. Según los entrevistados, son una cincuentena los centros y espacios culturales que ofrecen actividades y espectáculos multidisciplinares a lo largo y a lo ancho de esta inmensa urbe.

Walter Godoy, poeta y productor del programa de radio Arriba de Mi Casa con Un Rifle, me brinda su punto de vista. «Personalmente prefiero los centros culturales y las casas convertidas en centros. Me parecen más genuinos que los bares, donde las bebidas son costosas y los espacios predeterminados. Me gusta ‘El Pacha’, una casa cultural en Villa Crespo, cuya dirección no se divulga para evitar aún más inconvenientes con la policía».

Una de las características de Buenos Aires es que las criaturas de la noche no solo exploran, sino que se ocupan de crear sus propias movidas. «Con mis amigos de la banda Enviada organizamos un ciclo itinerante de música y poesía en livings de casas», continúa Walter. «Preparamos comida y convidamos a un vaso de vino a los presentes. Organizar estos eventos es necesario para mostrar lo que hacés, así extendés la red social-vital más allá de los ladrillos de Facebook».

Al llegar al Espacio Cultural MI Casa me recibe un grafitero en plena acción mural. Por las escaleras un par de artistas bajan y suben, ocupados con los últimos detalles de la galería que pronto abrirá en la planta superior. El mobiliario heterogéneo y la decoración reciclada exudan una incuestionable onda underground. «Esa palabra la siento peyorativa», replica Alejandro, organizador de Mareo, el happening de Mi Casa. «Significa que estoy por debajo de algo o de alguien. ‘Alternativo’ e ‘independiente’ también están desgastadas, por eso elijo ‘periferia’».

Pero esa efervescencia periférica solo tuvo lugar años después del ‘Día C’ (fecha del trágico incendio de la sala República Cromañón). «Acá la pluralidad existió desde siempre, Buenos Aires es así», explica Nadia de Mi Casa. «Pero en el 2004 toda esa oferta desapareció. Los locales nocturnos, donde se expresaba esa pluralidad, eran malmirados o cerrados por precaución. El resurgimiento llevó años». Los dos centenares de muertos y mil quinientos heridos resultantes provocaron una crisis profunda en la política cultural, cerró el 90% de los locales de la ciudad y llegó la desertificación cultural.

Afortunadamente tras unos años, las agendas culturales florecieron con una prolijidad pasmosa. «Ahora en los happenings de Marea reunimos a cinco artistas de distintas áreas: una instalación, una pintura en movimiento, una lectura y un DJ o una banda. Lo importante es que el arte suceda en el momento», dice Alejandro. Nadia suministra la data dura. «También coproducimos ciclos con los sellos Mun Discos, PSH Ediziones, Epiref, que nos han presentado a bandas como Random Select y Tilda Flippers». Les pregunto si se consideran más artistas que gestores o comisarios. «Todos hacemos nuestras cosas, pero sobre todo somos gente que retiene una gran cantidad de caras y nombres, somos antenas».

Julio César del Centro Cultural Matienzo, una de las naves insignia de la cultura porteña, ilustra el concepto. «Hay una frontera muy porosa entre artistas, productores y público. Uno va a un recital y se cruza con el tipo que va a tocar, o con el que está dando un taller de actuación y te invita a su obra, que va a estrenar en ese mismo centro o en el otro, dos manzanas más allá».

El Matienzo es un edificio diáfano de varias plantas, dotado de dos barras, auditorio, sala de proyección, departamento de artes escénicas, múltiples aulas de formación y hasta un estudio de radio. Su aforo de 350 personas atrae a músicos como Rosario Bléfari, Cosmo, Él mató a un policía motorizado, Morbo y Mambo.

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Pero no todo es música. Nela, cabecilla del departamento de literatura se explaya: «Constantemente hacemos lecturas y presentamos libros. Pero además organizamos 4 Tiempos, un ciclo en el que las editoriales nuevas nos exponen su perfil, y Ácida una instalación literaria con textos, música y proyecciones lisérgicas». Los talleres de formación de Matienzo, van desde la literatura, el guion y la poesía, pasan por la producción audiovisual, y hasta talleres divertidos y juguetones como Medio Naranjo, un workshop amoroso para «solos y solos».

«Haciéndome la filosófica, diría que los jóvenes no encontraban lo que buscaban en boliches (discotecas) y locales convencionales», tercia Isa. «Esto es mucho más do it yourself». Tal vez por el esfuerzo que significa llevar adelante estas iniciativas, a veces sin apoyo institucional ninguno, el foco principal no es únicamente «el levante» (el ligue), sino el intercambio entre creadores.

«Si la pregunta es a qué viene la gente, la respuesta es que vienen a ver una obra de teatro, la presentación de un libro o una película… ojo, también hay gente que viene a tomarse un fernet», comenta risueño Julio César. Cami matiza: «Esta no es la atmósfera de un boliche. Es un multiespacio en el que tenés cine, literatura, teatro, danza, música, como el Festipulenta, por lo tanto es otra cosa la que se genera». Julio César remata: «Igual hay que decir que todos hemos «ganado» (ligado) bastante». Los cuatro se descojonan.
Tras haber presenciado la metamorfosis de las viejas salas de conciertos y los bares de toda la vida a los centros culturales, uno se pregunta si no será la cultura omnipresente el nuevo opio de las masas. Julio César sale al trapo «El ocio logró unirse con el arte y el resultado es esta cultura independiente».

Es indiscutible que esta curiosa fusión ya ocurrió entre el periodismo y el entretenimiento. Tres cuartos de lo mismo ha sucedido entre el ocio y la cultura. Es un signo de los tiempos. Sin embargo, en estos tiempos de cultura descendida de instituciones –en vez de surgida de las personas— estos signos en particular resultan muy, pero muy refrescantes.

Para más información sobre Centros Culturales en Buenos Aires, busca en Movimiento de Espacios Culturales y Artísticos

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