La caza del neón menguante

Vicky Moon se ha propuesto retratar una modernidad atávica. Su serie, Expired L.A. muestra los neones que aún salpican las esquinas de L.A. Para realizarla, Moon se tuvo que adentrar en la oscuridad de la noche californiana sin más equipo que su vespa rosa y su cámara de fotos. Son las armas necesarias para practicar la caza del neón.
«Los Ángeles es un lugar que finge ser glamuroso, pero a la vez desprende una tristeza que la mayoría de la gente no quiere admitir»
«Quería dar a estos edificios una última oportunidad para que brillen antes de que sean demolidos u olvidados»
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Cae la noche en Los Ángeles. Los tonos ocres del atardecer se extinguen, las sombras se alargan y la oscuridad gana terreno conquistando la ciudad. Es en ese momento cuando las luces eléctricas se encienden y las calles de las barriadas se convierten en desiertos urbanos. Cuando la segunda ciudad más poblada de EE UU se vacía de vida. Es en ese momento cuando Vicky Moon prepara su vieja cámara y su trípode, cuando monta en su vespa rosa y sale a la oscuridad de la calle buscando oasis de luces estridentes. Es cuando comienza la caza del neón.
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Vicky Moon tiene un apellido profético y dos pasiones, la arquitectura y la fotografía. Estos elementos han convergido con elegancia en su serie Expired L.A., que retrata los neones que iluminan su ciudad cuando cae la noche. Para realizarla, esta fotógrafa tuvo que renunciar a muchas horas de sueño para recorrer calles y avenidas en su scooter, conduciendo sin rumbo fijo, atenta a los márgenes de la carretera. A veces, el desvelo tenía recompensa en una o dos fotos; otras, volvía a casa de madrugada sin nada en el carrete. En una ocasión pasó horas merodeando cerca de un cartel apagado con la esperanza de que la luz acabara de llegar. Así es la caza del neón. Aburrida y solitaria, sacrificada en el mejor de los casos.
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Carteles luminosos resisten en las esquinas de Los Ángeles como faros de un pasado que no ha acabado de extinguirse. Con su serie, Moon ha querido «mostrar su belleza antes de que desaparezcan». «La ciudad está transformándose a merced de nuevas tendencias en lugar de centrarse en la restauración», comenta esta fotógrafa californiana. «De esta forma muchos de los carteles de neón y los viejos edificios están desapareciendo. Es bastante triste», concluye.  Expired L.A. se conforma así como el retrato de una ciudad menguante, una forma de «dar a estos edificios una última oportunidad para que brillen antes de que sean demolidos u olvidados».
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Hay una placidez extrañamente onírica en este trabajo, una cualidad que quizá venga determinada por Los Ángeles: la encarnación urbana del sueño americano. Sin embargo, en sus fotos, Moon decide mostrar la cara desconocida de una ciudad mil veces retratada. «Los Ángeles es un lugar que finge ser glamuroso», asegura, «pero a la vez desprende una tristeza que la mayoría de la gente no quiere admitir». La gentrificación y la riqueza de una de las urbes más prósperas del planeta han compuesto un entramado urbano en el que los barrios ricos se difuminan entre las zonas deprimidas, en el que las licorerías de brebaje a saldo y bolsa de papel se mezclan con las tiendas de estética vintage y modernidad recalcitrante. Los Ángeles es un puzle antropológico de difícil encaje.
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Moon ha enfocado su cámara hacia la pieza más destartalada, la de fachadas ruinosas y luces de neón. Para hacerlo, esta fotógrafa trabajó con un viejo carrete que compró en un mercadillo, una película maltratada por los años que determinó en gran medida su forma de trabajar. No se trataba de buscar un objetivo y disparar, sino que tenía que esperar cerca de media hora hasta que su cámara retrataba el lugar. «Tuve que relajarme un poco y olvidarme de los tiempos ajetreados del mundo. Fue agradable», reconoce. El resultado son unas fotografías de  nitidez difuminada donde los colores brillan de una forma especial. «El carrete me ha permitido introducir espontaneidad en mis fotos», comenta Moon, habituada como está a experimentar con los procesos de disparo y revelado.
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La ausencia de personas no le resta vida a sus fotos, donde los edificios y las luces parecen tener personalidad propia, y la noche acentúa este efecto enmarcando las siluetas sobre un fondo negro. Los Ángeles no tiene estrellas. Cuando la ciudad de los sueños duerme, la oscuridad cae como un manto y la contaminación —ambiental y lumínica— convierte el cielo en una capa de un negro uniforme. La penumbra se rompe a ras de suelo con salpicaduras parpadeantes que bañan de rosa y azul la inmensidad de la noche. Coronan edificios olvidados; iluminan iglesias, licorerías y moteles parados en el tiempo hasta que llegan las primeras luces del alba. Cuando llega el día en Los Ángeles, es entonces el momento en que  termina la caza del neón.
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