Parejas que se separan, padres que fallecen, desahucios que se ejecutan de manera irreversible y fulminante… Un guardamuebles es el lugar más triste del mundo, en el que solo hay historias que nos rasgarían el alma, si las conociéramos.
No es tan difícil. Un divorcio, un ERE inesperado, una crisis de personalidad o todo a la vez… La delgada línea que separa la exclusión social de la clase de Pilates o el partido de pádel es casi invisible. La crisis no ha desaparecido ni muchísimo menos, pero nos está dejando algunas enseñanzas de supervivencia que pueden sernos útiles en el futuro.
Precisamente unos pocos sectores se han forrado durante estos largos, oscuros e interminables años de recortes y disgustos. El mejor termómetro para verificar estas curiosas asimetrías de nuestra sociedad es acudir a cualquiera de los congresos, simposios o convenciones dedicados al mundo de la franquicia. Ahí encontraremos la tendencia: yogur helado, telefonía low cost, compra-venta de oro, fast food… y guardamuebles.
Un sector habitualmente ligado a las empresas de mudanzas familiares, que además ofertaban el servicio de trastero, ahora se ha profesionalizado, con firmas como BlueSpace, que cuenta con más de 30 centros en todo el territorio nacional. Aunque tiene gracia (o maldita la gracia, más bien) que el líder en nuestro país de guardamuebles tenga precisamente ese nombre, que en inglés se traduciría como «espacio triste».
[pullquote class=»left»]En realidad estamos en un hangar que la compañía llama eufemísticamente Bahía de carga y descarga… de los sueños rotos, añadiría yo[/pullquote]
Piden una fianza y, como cualquier casero, te obligan a firmar un contrato con letra pequeña en el que aceptas que se queden con todas tus cosas si te retrasas unos días en el pago de la mensualidad. Y en el momento de la firma te venden desde cajas de embalar hasta el candado, pasando por cinta adhesiva y todos los complementos imaginables.
Por avatares de la vida este cronista se vio obligado a pernoctar varias noches en uno de estos establecimientos, en los que no hay calefacción entre otras cosas… Déjenme que les cuente mis impresiones.
A las 2:00 a.m. no hay un alma en la calle. Nuestras pisadas reverberan contra las fachadas y los cierres metálicos de las tiendas. La ciudad duerme… nosotros no.
Llegamos ante un portón automático, adornado con un teclado de acceso. No hay ningún vigilante ni empleado nocturno… Eso estropearía las cuentas anuales de la empresa. Tecleamos rápidamente los seis dígitos y un zumbido nos indica que nuestra memoria todavía funciona, aunque nuestra vida se haya roto en pedazos hace no demasiado tiempo. La puerta se abre y entramos.
Los fluorescentes del techo detectan nuestro movimiento, y con un sonido propio de una película de ciencia ficción inundan con su luz lechosa e insultantemente blanca el gran hangar. Porque en realidad estamos en un hangar, que la compañía llama eufemísticamente Bahía de carga y descarga…  de los sueños rotos, añadiría yo.
El ascensor es en realidad un amplio montacargas industrial, habilitado para poder transportar los enormes carros cargados de objetos que un día arroparon la vida de alguien. Objetos que, como los juguetes de Toy Story, fueron importantes y que ahora duermen en la fría oscuridad del trastero.
[pullquote class=»right»]Un techo con un colchón en el suelo es más de lo que otras opciones pueden ofrecer[/pullquote]
Llegamos a nuestra planta y los sumisos fluorescentes nos vuelven a recordar que hay sensores de movimiento en toda la instalación… aunque no haya ningún ser humano… Un momento… ¿seguro que no hay ningún ser humano?
Recorremos interminables pasillos con suelo de terrazo, puertas azules metálicas de todos los tamaños, identificadas con un número y custodiadas por candados de diverso calibre. Uno podría adivinar el valor de lo que hay en cada cuarto por el grosor de esos candados…
Los cuartos más pequeños son poco más que gateras de un metro cúbico, pero los hay de varios metros cuadrados… Y con gente dentro, como un servidor aquellos aciagos días. Mientras conciliaba un sueño inquieto en el saco de dormir creí escuchar los gemidos de una pareja que hacía el amor en otro cubículo unos pasillos más allá… Pero lo que me heló la sangre fue intuir el lejano llanto de un bebé al amanecer.
¿Cómo sobrevivir? La renta es barata. Puedes disponer de cinco metros cuadrados por no demasiado dinero. Los aseos están en la planta baja, y hay que fingir ante los empleados que estamos «arreglando nuestras cosas». No hay toma eléctrica. Ni agua. Pero un techo, con un colchón en el suelo es más de lo que otras opciones pueden ofrecer.
Siempre bien vestidos, siempre atareados y con un móvil en la mano, nos convertiremos en personas habituales para el personal que vigila el acceso… de día. Porque de noche, como hemos apuntado antes, no hay nadie. Si podemos aguantar en el exterior hasta que termine el turno no despertaremos sospechas.
Es cierto que hay cámaras que vigilan y registran todo lo que sucede durante la noche en el hangar y la entrada… Pero solo se revisan si sucede algo extraordinario, y nosotros haremos todo lo posible para que no suceda nada extraordinario.
Un consejo: si usted tiene que pernoctar alguna vez en un trastero no lo vaya contando por ahí, y trate de olvidarlo cuanto antes… ¡Ni se le ocurra escribir un artículo como este! Pero no se compadezcan de mí, ahora me va mejor y estoy a punto de abrir un negocio de guardamuebles para trastos y personas. Lo llamaré Blue Hotel, y al menos tendrá calefacción.
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Imagen de portada: Alisa S / Shutterstock

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Patrick Thomas

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