A Hitler le gustaba escuchar a Wagner, y también leer a Nietzsche. Ambos (músico y filósofo) mantuvieron una tormentosa relación que Nietzsche dio por amortizada cuando Wagner abrazó un misticismo decadente al componer la grandiosa Parsifal, que no es otra cosa que la búsqueda del Santo Grial… (¿Recuerdan Excalibur (John Boorman, 1981?) También tenía música de Wagner…
A Daniel Baremboin, el director israelí de orquesta más famoso del mundo, le salen los enemigos, en Tierra Santa y en la otra. Se le acusa de interpretar a Wagner en Israel, toda una blasfemia para los judíos más recalcitrantes.
Melancolía es una de las películas más asombrosas y demoledoras que he visto, directamente emparentada con Sacrificio de Andrei Tarkovski. Tanto es así que me parece imposible que una exista sin la precedente. La única música que se escucha en el filme (aparte de los temas que entretienen la boda, es la parte instrumental de Tristan e Isolda, una de las últimas óperas de Wagner.
¿Por qué ha elegido la parte instrumental de Tristan e Isolda? Y sobre todo, ¿por qué Luis Buñuel y Salvador Dalí eligieron exactamente la misma partitura para sonorizar su mítico Le chien andalus (El perro andaluz) en 1960, tres décadas después de su filmación?
El famoso chiste de Woody Allen de que cuando escucha a Wagner le entran ganas de invadir Polonia, tiene su gracia, pero ya toca pasar página.
Hace poco el lobby judío francés ha conseguido silenciar el centenario del nacimiento de Ciorán, por sus ideas antisemitas… cuando ya estaban preparados todos los fastos y escritos los discursos. ¿Se puede exigir al artista cuya obra admiramos que, además sea una persona decente, lleve una vida coherente y no vulnere ninguno de nuestros tabúes? La respuesta es no. Porque en tal caso, no se libraría ni uno: Nabokov, Cela, Polanski, Riefenshtal, Malaparte…
Todo esto me lleva a pensar que cuando Lars von Trier soltó aquello de que “Hitler no era un mal tipo” en la rueda de prensa en Cannes, en realidad estaba haciendo una promoción esquinada (y errónea) de su película. Hitler adoraba Tristan e Isolda. ¿Ha de estigmatizarse por ello una de las óperas más emocionantes jamás escritas? ¿Qué culpa tiene Wagner, que llevaba muerto y enterrado 53 años cuando estalló la II Guerra Mundial?
También Apocalypse Now (Francis F.Coppola, 1979) está sonorizada con la cabalgata de La Walkiria, mientras Robert Duvall grita aquello de: “¡Huelo a napalm! ¡Huelo a victoriaaaa!” y los helicópteros cedidos por el ejército filipino bombardean la playa… Si me apuran, es curioso el parecido entre los nombres de ambas productoras: “Zoetrope” la de Coppola, “Zentropa” la de Trier.
Penélope Cruz se ha perdido el papel de su vida, por un montón de doblones de oro (prefirió rodar Piratas del Caribe 4 a interpretar el papel de Justine, la protagonista de Melancolía). Lars von Trier la sitúa, con fina ironía, en la cabecera de su lista de agradecimientos. Ya ha declarado públicamente que es la última vez que escribe un papel pensando en alguien en concreto. Kirsten Dunst la releva, y obtiene así una muy merecida Palma a la Mejor Actriz.
Lars von Trier es un artista que, cuando se encuentra enfermo, deprimido, borracho y empastillado es capaz de crear Anticristo (2009) y cuando se recupera nos regala Melancolía. Dado que todavía no ha cumplido los 60 puede que sea cierto de lo que alardea, y que nos encontremos ante el mejor director de cine de todos los tiempos (es decir, de los últimos 150 años).
Este sí que es un Gran Danés, y no los estilizados perrazos que pasean los culturistas por Chueca.
Gracias a él, cuando escucho a Wagner me dan ganas de invadir Dinamarca.
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Antonio Dyaz es director de cine
Foto: Wikimedia Commons