Una peli que parece que va de perros pero en realidad va de amor

En la imagen que abre este tráiler, y también la película White god (Dios blanco), ¿dirías que los perros siguen a la niña o que la persiguen? ¿Son serviles mascotas o agresores? ¿Es ella una suerte de flautista de Hamelin o es la presa tras la que corren las bestias? ¿Cuál es ahí la raza que manda?

No es posible saberlo con certeza únicamente viendo esas imágenes. Ambas actitudes, la de fiel seguidor y la de acosador, están demasiado cerca.
«En la línea de Los pájaros de Hitchcock», advierte el tráiler. La cadena de asociaciones que hay que montar para hablar de lo absurdo de las relaciones sociales a través de una jauría de perros es, cuanto menos, interesante.
La peli habla de crear monstruos, de cómo el horror nace de la falta de amor, del absurdo de algunas normas y prejuicios y la dificultad de remar en su contra, de la pérdida de la confianza. Todos estos temas pueden referirse a los más de 250 canes callejeros que salen en el film, pero pueden referirse a muchas otras cosas. Al racismo o incluso a las relaciones laborales, familiares y de amistad.
«La superioridad se ha convertido en el privilegio de la civilización blanca occidental y es casi imposible que no nos aprovechemos de ello. Sí, nosotros. Nosotros somos los miembros de esa masa privilegiada», explica el director húngaro Kornél Mundruczó, dejando claro su propósito de no hablar de perros, sino de relaciones sociales. Fueron las novelas de J.M. Coetzee las que lo llevaron a utilizar la figura del «mejor amigo del hombre» como metáfora para hablar del rencor y del sistema de castas en la sociedad actual. «Quería que el perro simbolizara al eterno paria cuyo amo es su Dios. El hombre blanco ha demostrado una y otra vez que solo es capaz de gobernar y colonizar», explica Mundruczó. Y puntualiza que no es una crítica de la Hungría actual, sino de «una Hungría futura». También en el resto de Europa está viendo «tendencias muy peligrosas», y opina que, si no nos preocupamos, «las masas se alzarán algún día». La película ayuda a que tomemos consciencia de las consecuencias que pueden desprenderse de actos en apariencia banales.
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¿Es el mundo «desalmado, cruel y sin escrúpulos» el que crea al monstruo, o lo es, por el contrario, la impasibilidad, los silencios, el continuo dejar que sean otros los que finalmente hagan algo? En la cinta, la niña y el perro pierden la inocencia al mismo tiempo, en una especie de «historia espejo» en palabras del director. El espectador sufre, una por una, todas las emociones que los dos protagonistas (de especies diferentes) muestran ante la injusticia: la inocencia al principio, la pena, el miedo, la resignación, la agresividad…
El planteamiento de la película es el siguiente: una nueva regulación impone un fuerte impuesto a los dueños de perros que no sean de raza pura, por lo que los animales son abandonados y los refugios no tienen espacio para acogerlos a todos. Lili, de 13 años, se ve separada de su perro de raza mixta Hagen. Semanas después, cuando el perro haya descubierto por las malas que no todos los humanos son sus amigos y ella cargue con el peso de haber dado la búsqueda por imposible, tendrá que enfrentarse a la decisión de seguir la marea imperante o rebelarse y contradecir. Y, con Lili, la tomará el espectador, que ya entonces tendrá todas las cartas sobre la mesa y descubrirá, quizá con pasmo, en qué lado quiere estar y en qué lado suele estar en la vida real. La inesperada guerra entre el hombre y el perro que propone la historia es en realidad la búsqueda del amor y de un modo viable de convivencia a pesar de los intereses encontrados. «Es duro perder a alguien que amas», dice el padre de la niña en una de las escenas.
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Para los amantes de los perros, la cinta, aunque dura, muestra decenas de bellos ejemplares y no escatima a la hora de mostrar su inteligencia y su faceta más emotiva e, incluso, humana. Cada una de las escenas fue un juego para los animales, tal y como dictan las reglas del US-Guide (Guía estadounidense para rodajes con animales). Por cierto, que el cien por cien de esos perros callejeros encontraron nuevo dueño tras el rodaje, lo que supone un récord en la historia del cine.
La película, ganadora del premio ‘Una cierta mirada’ en el festival de Cannes 2014, entre otros galardones, fue la representante húngara a los Premios Óscar. El director se conforma con que el público «se emocione viéndola». Después, si algunas personas llegan a alguna conclusión moral, el largo estará más que justificado.
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