Si te has criado en un barrio obrero, como muchos de nosotros, donde en el bar de abajo se venden patatas bravas y no guarnición de tubérculos con salsa deconstruida de tomate y guindilla, que te llamen pijo es algo más bien ofensivo.
No falla: vemos a chavales con polos de un caballito ocupándoles medio pecho, peinaditos para atrás con o sin gomina y diciendo continuamente: ‘ssssuperholaaaa’, ‘ossssea’ y ‘megaguay’ y ya no tenemos ninguna duda: son pijos. Pero, ¿qué nos dice el diccionario?
Si acudimos al DRAE, leemos en su primera acepción que es un adjetivo despectivo y coloquial usado en España para definir a una “persona, esencialmente joven, que en su vocabulario, modales, lenguaje, etc. manifiesta afectadamente gustos de una clase social adinerada”. Y en la segunda definición, que es “considerado propio de una clase social adinerada”. Ejemplos prácticos todos tenemos en mente. Pongamos uno al azar, así, a bote pronto: Tamara Falcó. O cualquiera de los elementos y ‘elementas’ aparecidos en el famoso anuncio de Loewe.
Pero la palabra en cuestión, todo hay que decirlo, hacía alusión en su primer origen al miembro viril, ‘osssssea’, al pene. Así nos lo indica también el diccionario.Y de hecho, con ese sentido se sigue usando todavía, si bien la Academia nos recuerda que es una palabra malsonante y que la gente bien educada no debe decirla jamás. Ahora, cómo pasó de identificar al falo a calificar a un jovenzuelo o jovenzuela con polo de Ralph Lauren y dicción más que peculiar, es ya un misterio.
Este vocablo, según el profesor y arqueólogo murciano Javier García del Toro, procede del latín piculus, diminutivo de picus (pene), que derivó en ‘pijo’ por la conversión del grupo consonántico cl en j. Al igual que cuniculus pasó a conejo y boticulus a botijo. ¿He dicho murciano? No podía ser de otra manera.
Aquellos que seáis de Murcia o frecuentéis y tratéis con murcianos sabréis que ‘pijo’ es una de las expresiones más usadas en aquella región. Frases como ‘tonto’l pijo’, ‘ir a pijo sacao’ (a toda velocidad) o ‘me importa un pijo’ delatan la procedencia del que las pronuncia, así como la alusión al pene. Podéis comprobarlo sustituyendo ‘pijo’ por ‘polla’ (con perdón) en cualquiera de las expresiones de arriba.
Albacete es también tierra de ‘pijos’, aunque en esta parte de La Mancha se usa más como una “muletilla verbal sin intención obscena”, según indica Ismael Galiana en su obra Insólita Murcia.
Versión interesante también es aquella que dice que pijo procede de una onomatopeya que usaban los latinos para imitar el sonido del pis. De esa onomatopeya se deriva toda una familia de palabras como pisser (francés), pixar (catalán) o pisciare (italiano) para el verbo orinar. En español, nos dio términos como picha y pija, referidas estas al pene. Para saber cómo se pronunciaba hace siglos nos basta una visita a Cádiz, por ejemplo, y escuchar esa manera tan suya de decir ‘pishaaaaaa’.
Para ir terminando, y por buscar una conclusión, el diccionario nos regala una última acepción: pijo es “cosa insignificante, nadería”. De ahí deriva también pijada. Por tanto, pijo es el que hace pijadas, o sea, tonterías, naderías y otras simplerías. Si a esto le sumamos que Pancracio Celdrán define al pijo como “sujeto tonto o ridículo, generalmente hombre joven”, puede que ahí esté la clave: porque si hay algo que caracterice a un pijo genuino es esa simpleza tonta, esa superficialidad que tan bien definen los murcianos y los albaceteños como “tonto’l pijo”. Cierto, no todos los pijos son tontos. Ni todos los tontos son pijos. Pero si somos sinceros, ¿cuántos de nosotros no asociamos la estulticia y la superficialidad con esta tribu urbana?