Escándalo sin precedentes. Disney, esa factoría de la ñoñería, ha comprado Lucas Films, la productora con la que George Lucas llevaba a cabo sus nada-ñoñas aventuras. El escándalo no es el espectacular precio que se ha pagado por la operación. Tampoco que se haya hecho en tiempos de crisis, cuando tanta gente pasa apuros o se queda sin casa. El escándalo es porque el ratón ese de las orejas va a mancillar el honor de una saga a la que le sobran talibanes. Por favor.
Exacto, hoy vengo con ganas de marcha. Toca desenfundar el sable láser y ponerse en plan paladín del cine palomitero. Vaya por delante que no soy experto en cine, ni tampoco uno de esos fanáticos-a-muerte de la saga de Star Wars que se conoce al dedillo las andanzas de cada personaje y que ha devorado durante años los libros que narran la historia anterior y posterior de una trilogía mítica del cine universal. Galáctico más bien.
Ese es el punto de conflicto: lo bueno, lo que los puristas de pro defienden, es que Star Wars (que queda más fino que decir ‘La guerra de las galaxias’, dónde va a parar) debió seguir siendo una trilogía. Así nunca hubiéramos conocido a personajes como Jar Jar Binks y otras deformaciones producto de la edad de Lucas.
Cómo rebajar tanto su producto como para venderlo -nada más y, sobre todo, nada menos- a Disney. La ñoñería hecha fábrica de billetes. Hay quien sospecha incluso que el bamboleante Jar Jar Binks era una especie de caballo de troya de Disney, una especie de Pluto sin encanto alguno y con una dicción propia de un castrati comiendo magdalenas.
No soy experto en cine y no soy un fanático de Star Wars, pero me he criado con la trilogía. Ni recuerdo siquiera el número de veces que puedo haber visto esas películas. Es una de esas producciones que no concibo que alguien no haya visto, aunque no sea como yo, una y otra vez. No entiendo una niñez sin Luke, sin Han Solo o, por supuesto, sin Darth Vader.
Es una trilogía mítica, parte del imaginario colectivo. Una pieza de arte construida con actores que pasaron mayoritariamente sin pena ni gloria -salvo el comandante Solo, claro- pero que atesoraron un éxito incalculable. Ellos, como hizo Tolkien con El Señor de los anillos o Rowling con Harry Potter fueron capaces de construir un universo común, reconocible aunque irreal, un universo que ha trascendido generaciones, países y culturas.
Pero claro, llegaron las precuelas. En algún momento George Lucas debió tener una mala noche y, mientras apuraba una copa de bourbon y meditaba su retirada, tuvo la feliz ocurrencia de continuar con la saga. Taquillazo seguro, pero afrenta a los fanáticos, claro. Pero, consciente de que a los fanáticos casi todo les ofende casi siempre, no soy de esos. Vi la primera trilogía y sobreviví.
De hecho, hasta vi semblanzas entre ambas. Se repetía ese esquema de primera entrega autoconcluyente, de película con final, que podría funcionar de forma independiente… pero sin matar a los malos y haciendo que todo quedara hecho de forma que pudiera tener continuidad si las cosas iban bien en taquilla. ¿Cómo algo de ciencia ficción y basado en los efectos especiales podía tener éxito entre los ’70 y los ’80? Pues así, más o menos.
La segunda y tercera partes (de la trilogía original) estaban vinculadas, unidas. Como sabiendo que no habría una sin la otra. Sucedía lo mismo con la lógica de las precuelas, la trilogía más nueva. La primera es autoconcluyente, con un malo que en esta ocasión sí muere (Darth Maul) y un bueno que se entrega por la continuidad de los jedis: Quai Gon Yin es el Ben Kenobi de la primera trilogía.
Había también un joven aprendiz, frágil pero que representaba el futuro aunque en este caso, a la inversa. En la trilogía original Luke es el bien, el que lucha contra un imperio malvado aun pasando sus momentos de tentación y crisis existencial hacia el ‘lado oscuro’. En la trilogía nueva Anakin, a la postre padre de Luke, representa una especie de advenimiento profético y místico, engendrado por obra divina (la madre «simplemente» se quedó embarazada) con una fuerte presencia del Espíritu Santo (llámese ‘midiclorianos’) y una tendencia al egocentrismo desconcertante.
Por seguir con los símiles bíblicos, un Jesucristo que sí cedió en el desierto. Anakin, preso de la ira y la frustración, del ego y -finalmente- del dolor, se convierte en la escenificación del mal. El malo por antonomasia. Uno aterrador, sin rostro, medio máquina, fuerte y desconcertante. Darth Vader es el malo más malo de la historia del cine, y quien no opine igual merece que éste le ahogue sin tocarle, usando la fuerza.
¿Que había obviedades? Todas. Pero también en la trilogía inicial. Los buenos son muy buenos, los malos muy malos y hay algún Judas que, finalmente, lo arregla. Si la trilogía original es la adaptación de las novelas artúricas con lucecitas y naves espaciales, la nueva trilogía es un Ben-Hur remasterizado. Carreras de cuádrigas, un circo con leones, las legiones imperiales, la conspiración para asesinar a los césares. Todo.
Y ahora Disney termina de joder el invento resucitando algo que no había que haber tocado nunca, pero añadiéndole ñoñería. Perdona ¿no eran ñoños esos Ewoks saltarines? ¿No eran suficientemente ‘Disney’ los míticos R2D2 y C3PO? Qué, ¿que lo hace por dinero? No te jode, no sabía que George Lucas había hecho seis películas de Star Wars buscando hacer una crítica velada al star system a través de cine de concienciación social.
A eso voy, en definitiva. Star Wars es lo que es. Mito, sí. Pero cine palomitero. Explosiones, aventuras, intriga y la constatación de que estás viendo un trozo de historia. Esa música, esa marcha imperial con la que (y esto es verídico) he visto caminar novias hacia el altar. Palomitas y distracción, efectos especiales y un final que valga la pena, épico.
¿Que habrá decepciones? Seguro. Pero al menos aquí habrá continuidad en la tecnología de los efectos especiales. Convendréis conmigo que era un poco raro ver en la nueva trilogía unas naves fantásticas, de superficie espejada y totalmente nuevas, y que en la trilogía original, que transcurre supuestamente unos años después, la mejor nave de la galaxia sea un Halcón Milenario que se cae a trozos con mirarlo. Cualquier cosa menos techie.
Luego están los otros talibanes, los de la justificación extrema. ‘No, claro. Piensa que durante la República Galáctica (así, con mayúsculas) la economía funcionaba bien, pero con el Imperio, como en toda dictadura, la economía se desplomó y Palpatine no invirtió en I+D, se ve’. Claro. Ahora intenta explicarme bajo esa lógica cómo Yoda aprendió a dar esos brincos cuando apenas podía sostenerse sin bastón ¿Tan buena era la Seguridad Social de la República Galáctica?
En definitiva, que yo no soy un talibán de Star Wars. Iré a ver las películas -si en 2015 no cuesta ya ir más al cine que comprar una casa, claro-, compraré mis palomitas y disfrutaré como un crío con una parte de la historia que no sé cómo transcurre. No creo que Disney pueda variar tanto el contenido de una saga mítica. Ahí está Pixar, recomprada por Mickey y sin haber notado apenas cambios, ¿verdad?