Este es un post a traición. De hecho, había apalabrado escribir otra cosa, mucho menos seria. Ni siquiera sé si llegará a publicarse, pero creo que sí. Porque Yorokobu, aunque también puede tener sus tabúes, es de los sitios donde más libre me he sentido escribiendo. Porque sí, esto es opinión pura y dura, en primera persona. Y voy a hablar justo de eso: de tabúes, de censura, de autocensura y de otras cosas. Porque eso es una muestra de lo que es una sociedad. Y están pasando cosas. (Opinión)
Empecemos duro, porque en este post me la juego ¿Qué tabúes tiene Yorokobu? Bueno, yo suelo escribir de política, y eso a priori aquí no encajaría. Lo que pasa es que son tan majos que de vez en cuando me dejan colarles alguna cosa. Incluso, los pobres, parecen contentos. Debo ser el tipo menos Yorokobu del mundo, pero ahí vamos, dos años después, aguantándome. Resulta que Yorokobu se engloba en una empresa llamada Brands&Roses que hace muchas cosas, entre otras contenido corporativo, como la revista Ling, de Vueling, que como sabrás hasta hace poco estaba dirigida por un expolítico como Josep Piqué.
¿Me han dicho alguna vez que no escriba de él? No directamente. Pero yo, que soy así de listo, supe deducir que, en uno de esos temas de política que de vez en cuando les cuelo, no debería mencionarle. «Geografía y sentido común», me lo definió una vez una jefa que tuve. Es decir, saber dónde estás y tener dos dedos de frente. Si parte de los ingresos de una empresa que te paga dependen de no cabrear a un señor que, oye, a fin de cuentas no pasa nada por no mencionar… Pues no lo mencionas y listo.
Cosas que pasan.
Empiezo así, directo y al grano, porque en una semana han coincidido en medios bastante conocidos dos asuntos feos sobre un mismo tema, la sucesión real. Y justo llega pocas semanas después de que tres de los grandes medios impresos de nuestro país hayan cambiado de director.
Cosas que pasan.
El primero en esto de las cosas feas recientes fue en El Mundo, cuando supuestamente el periódico censuró un artículo de la responsable de información de la Casa Real, a la que secundaron públicamente dos corresponsales en el extranjero. Se ha rumoreado con el despido de la primera, pero lo que sí se ha concretado ha sido la sanción de un mes sin empleo y sueldo a los dos segundos por lo que tuitearon apoyándole. Y, en medio, la manifestación de más de una docena de compañeros del periódico negando haber recibido ningún tipo de censura jamás, carta firmada mediante.
Llevo 20 años en EL MUNDO y nunca me han censurado. Y así lo afirma la sección d España frente a q dicen lo contrario pic.twitter.com/HjXn604VJX
— Luis Ángel Sanz (@Luis_Angel_Sanz) junio 3, 2014
No sé cuál es la verdad, porque no he trabajado nunca para El Mundo.
Lo que sí sé es que en El Mundo se publicó durante años que los atentados del 11M fueron poco menos que una conspiración, que no se había dicho toda la verdad y que se había tenido demasiada prisa en quitar a ETA de la ecuación que unos cuantos querían ver. Nadie sancionó al director por ello, ni en el periódico ni fuera de él. Al contrario, vendió más periódicos y agrandó su fama de perro de presa -o de prensa-. También sé que hubo algún miembro de la casa que fue despedido justamente por cuestionar esa teoría.
Curiosamente una de las dos personas que denunciaron esa supuesta censura es hija de ese mismo director. Y, curiosamente, la otra hija es bloguera en El Mundo y esta semana escribía un post socarrón contando que su padre le censuraba sus acalorados comentarios republicanos.
Cosas que pasan.
Unos días más tarde otro terremoto ha sacudido nuestros medios: El Jueves, revista que hace unos años sufrió un secuestro por una portada que molestó en Zarzuela, decidió cambiar su portada de esta semana, dedicada a Podemos y Pablo Iglesias, y actualizarla con el anuncio de la abdicación. Y por primera vez en su historia -si no me equivoco- cambió su día de publicación para corregirse. En concreto, para quitar una portada crítica con la Casa Real y mostrar otra anterior a la abdicación. Esto en sí no es censura, porque la decisión no viene de autoridad alguna, sino -aparentemente- del dueño de la editora de la revista. Es decir, el dueño de un negocio privado decide sobre su negocio. Otra cosa es que la decisión guste.
La consecuencia es que un buen número de los mejores viñetistas de la revista han anunciado su decisión de no volver a publicar con la revista. Justo este mes, que la publicación cumplía su aniversario, han roto la tradición de ser abiertamente mordaces e irreverentes con el poder establecido.
No sé qué ha pasado, porque tampoco he trabajado nunca para El Jueves, pero es lo que los propios viñetistas ‘salientes’ cuentan en sus cuentas de Twitter.
Cosas que pasan.
Ninguno de los dos ejemplos anteriores es casual. Es una buena muestra del nerviosismo que existe, tanto en las instituciones como, fundamentalmente, en los propios medios. Mucho más peligrosa que la censura (es decir, que a mí Yorokobu me dijera «no escribas de Piqué») es la autocensura (es decir, que yo decida que mejor si no escribo sobre Piqué). Y la autocensura la ejercemos tanto los redactores como los jefes, normalmente malos aunque inteligentes -bajo esta lógica-.
Porque estas cosas pasan y han pasado siempre.
El problema es que ahora, que muchos medios dependen del favor oficial y de la publicidad institucional, pasa más. Porque ahora también los periodistas sufrimos un paro y una precariedad como nunca antes. Así que también dependemos muchas veces de no soliviantar a los que no hay que soliviantar.
Cosas que pasan.
Yo he trabajado para dos jefes distintos en dos medios distintos para quienes distintos peces gordos eran tabú. En un caso, una persona que no tragaba y sobre la que se negaba a que en su medio se publicara nada sobre él. En el otro, una empresa que no le gustaba y a la que no quería dar publicidad. En el primer caso era más que noticioso, porque era la noticia del año en un sector, y en el otro se trataba de una multinacional a la que le daba exactamente igual que escribieras o no sobre ella. En ambos casos lo único que pasaba es que quedabas como el medio raro por no llevar información de ese tipo. Vamos, que por capricho del jefe de turno eras el idiota que no escribía sobre lo que todos los demás escribían.
Cosas que pasan
También trabajé en un medio que no quiso publicar una entrevista con Love of Lesbian porque les sonaba muy pecaminoso y ellos eran muy religiosos. Un medio que acabó tomando casi todas sus decisiones sobre una determinada ideología y que pasó de tener una audiencia millonaria y un enorme potencial en redes sociales a ser un medio absolutamente marginal, que despidió a todos sus trabajadores y que fue malvendido.
Cosas que pasan
La palabra «censura» es muy grande, porque en realidad nada de lo anterior es censura. Son decisiones editoriales, profesionales o empresariales, a mi juicio erróneas, que condicionan productos enteros y condenan a las marcas. Pero no son censura. Hay decisiones tomadas por una fe, por una ideología, por un anunciante, por una simpatía. Pero en todas la enorme mayoría de las empresas para las que he trabajado y trabajo hay al menos un tabú.
Hay, también, decisiones que gustan más. Por ejemplo 20 Minutos no publica noticias de toros y El País, de boxeo. Otros muchos medios no publican anuncios de contactos y algunos deciden exactamente cómo denominar a determinadas cuestiones. Tampoco eso es censura. Son cosas que pasan, que gustan más o menos, pero que pasan. Y que, al final, determinan el producto.
Por tomar perspectiva, otro caso llamativo. Soy valenciano, así que tenía muchos compañeros en RTVV (Canal 9 y demás, para los de fuera de la Comunidad Valenciana). También tenía dentro algunos amigos. Resulta curioso ver que muchos de los más de mil (¡más de mil!) profesionales que trabajaban allí jamás criticaron la mierda que se hacía. De hecho, solo lo calificaron de «mierda» cuando fueron despedidos. Yo eso no lo juzgo: pago hipoteca, tengo familia y no doy lecciones ni doy carnet de periodista a quienes no critican a sus jefes aunque hagan un producto de mierda. Me revuelve un poco más que, de pronto, todos se vuelvan dignos y, tras años de silencio, empiecen a gritar cuando de pronto se acuerdan de que tienen hipotecas y familias.
Pero no, tampoco he trabajado nunca para RTVV, así que no seré yo quien juzgue lo que otros compañeros (y algunos amigos) hicieron o dejaron de hacer durante más de una década, y lo que algunos empezaron a hacer desde hace unos meses.
Son, en fin, cosas que pasan.
Lo que pasa es que luego los medios vamos contra Google porque nos roba. Ese mismo Google por quien cambiamos nuestra forma de titular, cambiamos nuestra forma de elegir temas o presionamos a redactores para que nos posicione mejor. Luego resulta que los medios somos los adalides de la democracia. Somos los que hacemos de contrapoder, normalmente según quién esté en el poder. Y somos, en fin, lo que toda sociedad madura necesita para reflejarse.
Pero no, los medios no somos imprescindibles, o no los medios como somos. Lo que pasa es que cada vez pasan más cosas. Y eso, que sí es reflejo de la sociedad. Como también es reflejo de la sociedad que estas cosas sean cada vez más visibles. Eso también es una cosa que pasa.