El pasado 8 de abril, el Consejo Estatal del Pueblo Gitano lanzó su campaña #Yonosoytrapacero en redes sociales con motivo del Día Internacional del Pueblo Gitano. En los vídeos, aparecen varios niños sonrientes de esta etnia a los que se les pide buscar en el Diccionario la palabra gitano. En su 5ª acepción, les remite a trapacero. Y cuando los chavales buscan el significado de la palabra, sus caras cambian.
Porque trapacero es alguien «Que con astucias, falsedades y mentiras procura engañar a alguien en un asunto». Y eso, claro, no gusta a nadie que digan de él.
En palabras de Sara Giménez, directora del departamento de Igualdad y No Discriminación de la Fundación Secretariado Gitano, en calidad de portavoz del Consejo, «con esta acción de sensibilización queremos hacer constar que la definición que da el nuevo diccionario de la palabra gitano es sesgada y no se corresponde con la realidad heterogénea de la comunidad gitana, permitiendo que esta minoría étnica quede ligada a un prejuicio y estereotipo que provoca situaciones de rechazo social y discriminación, vulnerando el derecho fundamental a la Igualdad».
Y continúa: «La definición es anacrónica y fuera de lugar. Exigimos a la Academia que corrijan esta acepción injusta con toda una comunidad, dado que no se corresponde con la realidad de la misma, que reflexionen para conseguir una definición más acorde a la diversidad de los gitanos y gitanas, capaz de recoger lo que son y sus aportaciones a la historia de España».
El Consejo, junto con la Defensora del Pueblo, ya habían contactado en años anteriores con la Academia para pedirles que revisaran la definición que se daba en el Diccionario de gitano/a y gitanada . La RAE modificó la antigua 4ª acepción que aparecía en la entrada de gitano/a («Que estafa u obra con engaño») de la 22ª edición, por esa 5ª con la que el CEPG tampoco está de acuerdo.
El lema de su campaña era «Una definición discriminatoria genera discriminación» y con él querían resaltar la importancia del lenguaje en la construcción de la imagen social de la etnia gitana. Su objetivo: alejarla de estereotipos. «Cuando menos», aclara Giménez, «debiera especificar que se trata de un uso peyorativo y estereotipado, y nunca darlo por bueno». Y ahí es donde está el meollo de la cuestión: ¿debe ser sensible un diccionario a estos problemas? ¿Debe la Academia eliminar acepciones que puedan ser peyorativas, machistas o discriminatorias para contentar a todos los grupos sociales?
No es esta la única polémica en torno a la definición de algunos términos en el Diccionario de la Lengua Española. No hace mucho, una campaña en Change.org promovida por Paloma Ferrer, la madre de una niña con síndrome de Down, pedía a la Academia que revisara los términos subnormal, mongólico y síndrome de Down. Ferrer no buscaba, en su caso, eliminar el significado sino que los miembros de la Academia señalaran el uso despectivo y en desuso que tienen estos términos. En esto coincide con Sara Giménez.
Algo ha conseguido en parte. El Diccionario, en su versión impresa, ya no habla del síndrome como de una «enfermedad», sino como una «anomalía congénita». Está pendiente aún su actualización en la web. Sin embargo, mongolismo sigue remitiendo a síndrome de Down y subnormal mantiene su significado como estaba: «Dicho de una persona: Que tiene una capacidad intelectual notablemente inferior a la normal».
Pero volvamos a la campaña #Yonosoytrapacero. ¿Qué dice la RAE sobre esto? Por supuesto, manifiesta su máximo respeto y consideración hacia la comunidad gitana, pero advierte de que el hecho de que una palabra o acepción figure en el DRAE no es un capricho ni una invención de la Academia. Al contrario, obedece a la obligación de incorporar los usos léxicos del español utilizado en la realidad. Así lo expresaban en un comunicado emitido el pasado 6 de noviembre al que su departamento de Comunicación nos remite.
No implica esto que la RAE se muestre indiferente ante las quejas y propuestas de supresión o modificación de ciertos significados que ciudadanos y organismos le plantean, pero no siempre pueden atender a dichas propuestas, «pues los sentidos implicados han estado hasta hace poco, o siguen estando, vigentes en la comunidad social», afirman en ese mismo comunicado.
Sin embargo, esta última edición del DRAE introduce ya algunas marcas para indicar el sentido despectivo y peyorativo de algunas palabras, como ocurre, por ejemplo, en la 7ª acepción del término zorra. Así lo indicaba el director de la institución, Darío Villanueva, durante la presentación en Barcelona del Diccionario.
¿Y qué es un diccionario? Algo tan aséptico como un «Repertorio en forma de libro o en soporte electrónico en el que se recogen, según un orden determinado, las palabras o expresiones de más lenguas, o de una materia concreta, acompañadas de su definición, equivalencia o explicación». Los encargados de esta labor son los lexicógrafos, que realizan su tarea de una manera científica y técnica.
[pullquote class=»right»]«Es imposible, es inconveniente e incluso yo diría que es absurdo un diccionario políticamente correcto» (Darío Villanueva)[/pullquote]
«Al plasmarlos en el Diccionario», explican desde la Academia en su comunicado de noviembre, «el lexicógrafo está haciendo un ejercicio de veracidad; está reflejando usos lingüísticos efectivos, pero no está incitando a nadie a ninguna descalificación ni presta su aquiescencia a las creencias o percepciones correspondientes», se defiende la RAE. «Es más, con esta práctica proporciona los datos necesarios para que la propia sociedad identifique la existencia de usos lingüísticos inconvenientes, cuya erradicación ha de fomentarse precisamente a través de la educación. Es una tarea que el Diccionario no puede suplir».
Y no le falta razón. El respeto hacia los demás no puede enseñarse desde un libro y mucho menos desde un diccionario. Somos los hablantes quienes usamos el lenguaje para herir o acariciar. El Diccionario queda fuera de los usos que demos a una lengua, solo los recoge.
En relación a esa aplicación de la corrección política en el lenguaje, Villanueva insiste cuando le preguntan sobre esto en una entrevista de Daniel Gascón para la revista Letras Libres: «En esto la Academia tiene muy claro cuál es su papel y no va a cambiar de posición. En síntesis: es imposible, es inconveniente e incluso yo diría que es absurdo un diccionario políticamente correcto. El Diccionario recoge la lengua tal como se habla». Y continúa: «Sería inconcebible un diccionario solo de las palabras bonitas. Sería un diccionario censurado. Y a estas alturas no podemos permitir la censura».
Para ilustrar sus razonamientos, pone el ejemplo de la primera edición del Diccionario de Autoridades, en cuyo prólogo se advertía de que no se incluirían nombres propios. «Y tampoco aquellas palabras que designen desnudamente objeto indecente». Por esta razón no aparecían en él términos que aludieran, por ejemplo, a órganos sexuales. Esto, dice en la entrevista el actual director de la Academia, no sería tolerable hoy en día. Pero «tampoco podemos permitir que el Diccionario censure un tipo de palabras en función de que a un grupo le resulten ofensivas».
En esto coinciden también otras voces como las de Eduardo Basterrechea, Gloria Gil y Elena Álvarez Mellado, de Molino de Ideas, quienes crean apis y recursos digitales lingüísticos, entre ellos varios diccionarios, además de organizar el encuentro Lenguando. Según ellos, un diccionario debe recoger todos los términos de un idioma porque son el reflejo del habla de sus hablantes. Pero van un paso más allá: no pueden ser tratados de manera aséptica.
«Se podría incluir una etiqueta que aporte información sobre esa acepción (vulgar, antigua, no recomendada o, por qué no,»uso racista»)», sugiere Gloria Gil. En este mismo sentido se expresa Elena Álvarez Mellado: «el diccionario debe recoger todos los significados de las palabras, sean políticamente correctos o no (qué pasaría, si no, si alguien busca el término y no lo encuentra), pero también debe indicar la connotación de un uso determinado (y la desaprobación social que tiene; eso también es parte de la lengua)».
[pullquote class=»left»]«el diccionario debe recoger todos los significados de las palabras, sean políticamente correctos o no» (Elena Álvarez Mellado)[/pullquote]
También la Real Academia Española quiere trabajar en ese sentido. En la entrevista citada de la revista Letras Libres, Darío Villanueva anuncia: «Hay dos posibilidades en las que estamos trabajando. En primer lugar, procuramos que en la descripción de estas acepciones no haya ningún elemento que agrave todavía más ese significado [peyorativo]. En segundo lugar, estamos estudiando una marca que se refiera a este carácter grosero, arbitrario u ofensivo que pueden tener determinadas palabras o acepciones».
Pero la labor es lenta. Quizá se deba al propio formato del diccionario actual, todavía impreso y digitalizado en la web, aunque su actualización on line no está aún completada. «El Diccionario hasta ahora, en libro, tiene una limitación: las matrices tipográficas de las que disponemos», afirmaba el director de la Academia en la entrevista de Daniel Gascón. O lo que es lo mismo: es posible que no se incluyan unas acepciones y marcas por razones de espacio. Así que la Academia, basándose en determinados criterios, se ve obligada a elegir.
(Si quieres saber más sobre cómo han elaborado la 23ª edición del DRAE, sigue este enlace)
Está claro que el DRAE necesita una revisión, una refundación, y así lo afirma también el propio director de la institución. . «[…]los diccionarios no pueden seguir siendo exactamente como hasta ahora, diccionarios gutenbergianos, cuando el público ya empieza a ser nativo-digital», afirmaba Villanueva en la misma entrevista publicada en Letras Libres. «Por lo tanto, el DRAE, que llevaba publicándose trescientos años, necesitaba (necesita) una refundación».
En opinión de Gloria Gil, de Molino de Ideas, «un diccionario tiene que poder adaptarse muy rápido porque lo que refleja cambia día a día. Quizá pueda haber una capa más estable y otra más superficial que sea mutable. Para eso, la tecnología es el gran aliado».
La RAE es consciente de ello y pretende cambiar esto en las próximas ediciones. «El próximo diccionario será al revés: será un diccionario digital en algún caso puesto en papel», comentaba Villanueva en otra entrevista realizada para la revista Estudios de Lexicografía en su edición de marzo de 2015.
Está por ver. El camino es largo y está aún por recorrer. La RAE debe adaptarse a los nuevos tiempos, a la vez que conservar un bien común tan preciado y tan precioso como es nuestro idioma. Lo bueno es que es consciente de ello y no rehuye el reto. Lo malo, que como dice una sentencia popular, las cosas de palacio van despacio.
Fotos: RAE
«Es absurdo un Diccionario políticamente correcto»
