Visto el éxito de mi anterior incursión en el periodismo gonzo con la serie “De Badoo al cielo” publicada en este medio acerca de las agencias de contactos, he decidido bajar a las alcantarillas del sistema y ofrecerles una experiencia directa con todos los camellos (vendedores de sustancias, para quien se haya caído de un guindo) imaginables. Me he jugado el pellejo durante varios meses para que ustedes pasen un buen rato, así que disfrútenlo.
Igual que en la mencionada serie me inventé el ridículo pero eficaz seudónimo de Tony Highlander, para esta nueva aventura necesitaba un nombre que me amparase y que a la vez fuera creíble y que infundiera respeto. Como siempre he tenido cara de ruso, decidí que Vladimir sonaba perfecto. Una tarjeta prepago con un número de móvil anónimo completó mi escaso equipaje de seguridad.
La crisis ha hecho que disminuya el consumo de drogas recreativas, pero también ha propiciado que muchas personas se dediquen al negocio de vender sustancias ilegales para redondear ingresos. Aunque no lo crean, hay un camello cerca de usted. Puede ser su vecino, el panadero, su jefe… o su madre. Los perfiles son increíblemente variados e insospechados. Si sigue pensando que un camello es un ser marginal del que compadecerse, que frecuenta los callejones oscuros y que tiene una cicatriz que cruza sus atribuladas facciones… está en un error.
Mi único argumento contra la legalización de las drogas es porque este universo de entrañables seres desaparecería. Iríamos a la farmacia y diríamos sin rubor:
– Cocaína, medio gramo, por favor.
– ¿Alguna marca en particular?
– Espabilox.
– Solo tiene de un gramo, pero le sale más barato.
– No, no… solo quiero medio. Entonces deme Esnifol 500.
– Esnifol… sí, aquí está. Son diecinueve con cuarenta y cinco.
¿Se imaginan un camello cobrando 19,45? No. El redondeo es la base de la calle y de la cohesión social.
He confeccionado para ustedes esta tipología de 10 clases diferentes de dealers, atendiendo a sus características y al momento SWAP, es decir, cuando nosotros le damos el billete requetedobladito y el camello nos entrega a cambio lo que hemos solicitado.
1.- El camello hipster
Lleva un iPhone 5, patillas y cartera de cuero. Es encantador, moderno, trendy, y cuando un mendigo se nos acerca para pedir algo de comer, sin dudarlo entra en una tienda de chinos y le compra un paquete de galletas. Sin despeinarse. El momento SWAP se produce en dos tiempos, primero al estrecharle la mano (en la nuestra va el billete), y luego cuando nos da un abrazo de Judas para despedirse, mientras susurra al oído “Ahí va, cógelo”. Jamás comenta nada que permita suponer que también consume lo que vende, y su conversación es ligera e inteligente. Liviano como una pluma. Falso como una estilográfica.
2.- El colombiano en el coche
Te recoge en una esquina, normalmente en un semáforo. Subes a su 4X4, al asiento de atrás, porque en el de delante está su señora perfumadísima (casi no puedes respirar), que es quien te da la mercancía previo intercambio de unas frases corteses acerca del tiempo, mientras el vehículo da una o dos vueltas a la manzana y te apeas más o menos donde subiste. El momento SWAP es pues motorizado.
Días después este cronista se entera de que esa persona ha sido detenido por llevar 10 kg de cocaína en el maletero. Y me pregunto ¿quién me mandará a mí… ? Si la intervención policial se hubiera producido mientras yo estaba dando la vuelta a la manzana todavía estaría explicando en comisaría que Yorokobu significa “estar feliz”.
3.- El camello que acepta tarjetas
Este es un caso peculiar, sin duda. Suele darse en el caso de que el individuo regente un bar de copas, o una agencia de viajes, o un locutorio… Se inventa el concepto, y te lo carga a la VISA. Me parece el colmo de la sofisticación, y ver el logotipo de la antigua Caja Madrid (no han tenido presupuesto para reemplazarlo por el de Bankia) en el lector de tarjetas produce una extraña sensación de irrealidad. Cuando guardas el recibo en la cartera sientes que hay algo que no encaja en toda la escena. Así que el momento SWAP es básicamente electrónico, y tiene que ver, al menos tangencialmente, con Rodrigo Rato.
En las próximas entregas les hablaré del camello paternal, del religioso, del policía, de la camella… y sobre todo les contaré cómo me infiltré en una cunda para ir a un poblado. Esa ha sido la prueba de fuego, créanme. Y por supuesto, terminaré la serie contándoles cómo logré revender todo el arsenal químico que había ido comprando (LSD, cocaína, hachís, marihuana, MDMA, heroína y GHB) para recuperar mi inversión, ya que mi único vicio es la cerveza…
…y escribir reportajes como este.
—
Foto portada: Alex Proimos bajo lic. CC. Foto alijo: Domino Público