Enfrente hay pescados. Al lado, fruta. En el pasillo de atrás venden carne y, nada más entrar, una vidriera muestra unos cubos llenos de aceitunas. El Mercado de Antón Martín, en Madrid, es uno de los pocos que se ha salvado de la gentrificación.
El mercado ha escapado de la invasión de barras de ostras, cava y chocolate glamour para paladares turistas y de fin de semana. Antón Martín mantiene tras sus vitrinas las pechugas de pollo y los filetes de cerdo que alimentan al barrio.
Esto no implica haber quedado perdido en la oscuridad del pasado. El mercado se esfuerza por ser contemporáneo a su tiempo y por establecer un balance entre las nuevas tendencias y la tradición que nunca dañó a nadie.
El pasado vigente se conserva en los puestos de toda la vida, con sus tenderos de siempre. El presente imprescindible reside en un lugar llamado Sandwich Mixto. En una de las esquinas de la planta de arriba se encuentra este puesto donde la mayor parte de los productos no se comen.
Son fanzines. El espacio es suyo. La excepción es una máquina de café y una vitrina llena de magdalenas, tarta de zanahoria, tortilla de patatas, pastel de verduras y un par de platos más. La comida se vende en versión take away y versión me lo llevo puesto después de leer un fanzine.
Sandwich Mixto abrió en abril de 2012. Virginia de Diego acababa de volver de Holanda. En ese país aprendió que los negocios no tienen que ser A, B o C. Las actividades pueden mezclarse y acabar creando algo distinto a las categorías monolíticas de los comercios españoles.
“En España es difícil romper categorías pero en Holanda aprendí que se puede hacer”, explica la fundadora de Sandwich Mixto. “Conocí a una chica que era asesora. Hacía trabajos de consultoría para sus clientes en su casa y, mientras, les cocinaba una comida”.
De Diego es diseñadora editorial y coleccionista de fanzines. Eso marcó su plan a la vuelta de Holanda. Quería montar un negocio y decidió “juntar publicaciones y comida”.
“Desde el principio pensamos en un mercado. Miramos varios y nos gustó Antón Martín porque es tradicional. Queríamos un lugar con carnicería, frutería, pescadería… En Malasaña o en el Mercado de San Fernando ya hay propuestas más alternativas pero aquí aún no había nada”, especifica.
La directora de arte cuenta que echaba de menos la vida de barrio, lo local… Y eso marcó definitivamente la filosofía de Sandwich Mixto. “Todo lo que vendemos es artesanal, casero y local. La comida es homemade y los fanzines son handmade. Back to basis (vuelta a lo básico)”, indica. “Todas las publicaciones son autoeditadas, editadas, elaboradas o impresas en España. Queremos apoyar el mercado local y fomentar que la gente siga haciendo cosas en este país”.
La oferta de este puesto está diseñada con la intención de recuperar una tradición: “hacer la compra en el mercado y tomar un aperitivo a la vez”. Y, al mismo tiempo, “romper esquemas”.
Esto ocurre cuando Sandwich Mixto organiza, por ejemplo, un curso de calabazas. O un concurso de tortillas de patatas. O una fiesta de disfraces en la que solo vale llevar togas. O un ciclo de conciertos acústicos.
“Nos gusta mezclar conceptos para crear algo nuevo”, especifica. “Estar en el filo de algo te da muchas ventajas y posibilidades de buscar un hueco nuevo”.
Sandwich Mixto cumple a rajatabla con su filosofía de “romper etiquetas”. No es un bar. No es una tienda. Es esas dos cosas y, a la vez, una editorial (Mixto Books) y un estudio de diseño que, además, imparte cursos en centros educativos como la Universidad Complutense.
La tradición, a menudo, asimila despacio. Pero el tiempo y la insistencia pueden, incluso, pulverizar una roca. Sandwich Mixto, fundado por la diseñadora y el experto en gastronomía Pedro de Diego, pertenece hoy a la junta que gestiona el mercado. Es uno de los puestos que más personas arremolina junto a su barra durante el fin de semana y, como la coleccionista de fanzines pretende, se ha convertido en “agitador cultural”.
“Al principio, la mayor parte de la gente se nos acercaba y nos decía: Perdona, pero… ¿qué es esto?”, cuenta De Diego. “Nadie lo tenía muy claro. Una dueña de un puesto siempre explicaba: Virginia vende monigotes”. Pero eso acabó. La mujer, ahora, conoce la palabra exacta y dice: “Virginia vende fanzines”.