Teatro Metaphora se define, sin rodeos, como «un grupo de amigos que quiere salvar el mundo». Sus miembros a menudo se enfrentan a sonrisas escépticas y burlonas. Entonces, alguno de ellos insiste: «No es una broma. Es la verdad». Como llevados por esa idea de Eduardo Galeano según la cual basta una mínima participación de todas y cada una de las personas que pueblan el mundo para cambiarlo, están convencidos de que el planeta puede salvarse con el esfuerzo de todos e insisten a diario en trabajar en la parte que les ha tocado.
Para Teatro Metaphora, decorar y reciclar era un hábito. Recibir cualquier encargo de este tipo no tendría por qué suponer ninguna traba. Pero a finales de 2015 tuvieron que enfrentarse a sí mismos: habían dejado el listón demasiado alto tras decorar una calle de su ciudad, Câmara de Lobos, Madeira, Portugal, con 2.000 botellas de plástico. Cuando necesitaban superarse las ideas se habían quedado atascadas en algún lugar recóndito.
Tras la segunda reunión, no lograron decidir nada, ningún proyecto nuevo con el que seguir avanzando. Ese día, la vecina de enfrente tocó a su puerta. Sabía que se dedicaban a reciclar cualquier cosa que cayese en sus manos y acudió a darles la noticia: «Se me ha roto la lavadora», les dijo. «La verdad es que no queríamos esa lavadora rota por nada en el mundo, pero aun así nos la quedamos para hacerle el favor a nuestra vecina. Así que fuimos a su casa y nos llevamos el pesado aparato a nuestra oficina. Aquella caja enorme y blanca se quedó apartada al lado de la entrada como pidiéndonos ayuda», bromea José António Barros, responsable de la asociación cultural.
A la mañana siguiente, un compañero apareció por la oficina gritando: «¡Eureka!». En la tercera reunión, por fin alguien iba a aportar una idea, que, bien es cierto, de primeras no entusiasmó a nadie: llenarían la calle de tambores de lavadoras convertidos en lámparas y farolas. Cuando terminó de hablar, todos se quedaron callados. Repitió la explicación y algunos comenzaron a reaccionar, pero no todos habían entendido todavía lo que estaba proponiendo. «Dos o tres personas incluso susurraron algunos adjetivos despectivos. Nadie estaba de acuerdo», recuerda Barros, a quien, en un principio, aquella idea le pareció «demasiado lunática» e irrealizable. «¿Cómo íbamos a encontrar tantas lavadoras? Imposible. Pesado. ¡Y sucio!».
La iniciativa que tanto rechazo causó consistía en reunir hasta 100 lavadoras. «Como se estaba enfrentando a una fuerte oposición, nos mintió», relata Barros al recordar cómo aquel compañero trató de convencerlos reduciendo la cantidad: «Vale. Hagámoslo con 50. Todavía tenemos seis meses para conseguirlo», dijo.
Reunir 50 lavadoras era un reto factible. Algunos miembros de la asociación que hasta entonces se habían mostrado escépticos, accedieron. Otros se negaron a participar en el proyecto. De los casi 60 que son, según Barros, «sólo menos de una docena se comprometió».
Difundieron el mensaje de que necesitaban lavadoras rotas, primero entre sus amigos y conocidos. «Poco a poco, fuimos recogiendo una lavadora por aquí, otra por allá. Algunas estaban esperando al camión de la basura en la calle. Las encontrábamos de una en una. El día que más suerte teníamos, llegábamos a encontrar dos o tres», recuerda. A veces no encontraban ni una sola durante semanas.
«Nuestra oficina se convirtió en un campo de batalla: la máquina contra el hombre. Con mucho esfuerzo, nosotros siempre ganamos. Como el mensaje se difundió muy rápido, conseguimos encontrar las 50 lavadoras. Entonces no fue tan difícil decirle a la gente que queríamos 100», añade Barros, que terminó convirtiéndose en responsable del proyecto, que se llamó Sonho de uma Noite de Verão (Sueño de una Noche de Verano).
Consiguieron todas las lavadoras y más: al final de ese mismo día, colocaron 133 tambores en la Rua São João de Deus, en Câmara de Lobos. Y allí lucieron, a lo largo de un mes, durante las fiestas de San Pedro. Según Barros, fue un largo proceso que mereció la pena porque el resultado se reveló incluso mejor de lo esperado. «Queríamos llamar la atención de la gente por la gran cantidad de desechos que producimos. Queríamos que reflexionaran sobre ello, pero también que apreciaran la belleza de una instalación reciclada», cuenta. En poco tiempo vieron su instalación en páginas web de todo el mundo y en revistas de diseño y arte.
Barros ve en el resultado una lección para todos aquellos que no creyeron en la loca idea de su compañero y se negaron a participar: «¡Nunca deberíamos rendirnos!», remacha.
«Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo»
Eduardo Galeano
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Estuve en el lugar y me encantó. Muy buena tu reseña