En la Francia de 1840 unas placas de cobre empezaron a capturar personas. Miles de caballeros estirados, damas engalanadas y familias repollo se vieron convertidos en una imagen inerte. Así quedaban perpetuados para la historia, siempre guapísimos porque, para que les hicieran el daguerrotipo, se ponían hechos unos pimpollos.
El conde de Lipa aprendió el nuevo invento de la fotografía en la antigua Galia y con él se vino a España. Todos quedaban admirados con el nuevo sistema de posar como estatuas para luego convertirse en un cuadro del salón. Hasta Isabel II quedó fascinada y lo nombró su fotógrafo de cámara.
Este antiguo capitán del ejército polaco viajó un día a Jaén en busca de personajes insólitos a los que poner frente a su cámara y una joven llamada Amalia López Cabrera oyó hablar de él. Acudió a un curso que dio el conde y quedó entusiasmada con esa técnica de baños de plata y vapores de mercurio.
La almeriense convenció a su marido para que le financiara un gabinete fotográfico. Al esposo, propietario de una imprenta, le pareció bien y Amalia L. Cabrera, como firmaba sus fotos, se convirtió en la primera mujer que abrió un estudio de fotografía en España.
Allí hacía retratos de familias en pose patriarcal, de niños vestidos con los rigores de un señor mayor e incluso de difuntos emperifolladísimos. Amalia no solo tenía ojo para los retratos. También era un lince para el comercio y por eso el 16 de febrero de 1866 publicó en un periódico jienense este anuncio:
«Gabinete Fotográfico. Retratos. Grupos. Reproducciones. Vistas.
Se han obtenido todos los adelantos recientes en este establecimiento, que podrán ver las personas que lo favorezcan en un álbum donde se han colocado algunos trabajos nuevos.
No se entregan retratos si no satisfacen a las personas interesadas.
Se sacan fotografías en todos los tamaños.
Horas de trabajo desde las diez a las dos de la tarde.
Tiempo de exposición casi instantáneo.
Se hacen retratos aun en los días nublados».
La lectura es el bálsamo y Salvador de algunas vidas, leer contribuye al blindaje necesario para vivir.