Para apagar incendios, sube el volumen de la música

«El sonido no tiene utilidad para la evolución humana. De hecho, la obstaculiza».
Haruki Murakami. El fin del mundo y un país de las maravillas.
Luego dicen que Murakami no es un candidato digno al premio Nobel de Literatura. Y qué quieres que te diga, cuando escribe boutades de este calibre, no me extraña que al final se lo tomen a chufla. No se trata solo de que el sonido sea el medio natural –y casi único- de la música, uno de los seis artes clásicos y motor cultural de la civilización desde que un homínido comenzó a golpear dos huesos hace un par de millones de años. Es que el sonido es el vehículo principal del lenguaje, y el lenguaje es el vehículo de la inteligencia. Hablamos en lenguaje porque creamos en lenguaje porque proyectamos en lenguaje. Porque pensamos en lenguaje. Y, aunque la palabra escrita es un sustituto enormemente eficaz del habla, sigue siendo eso: un sustituto.
Desde el murmullo de la lluvia en una tarde de primavera hasta el bramido de una guitarra afinada en Do en un concierto de The Sword, el sonido nos envuelve, nos acompaña, nos empuja y hasta nos cura. Porque al margen de los obvios beneficios y aplicaciones derivados de la música y el lenguaje, el sonido también se emplea en ámbitos tan distintos como los sistemas de alarma o los tratamientos médicos y quirúrgicos.

Alan Levine
El mundo se pararía sin sonido. Fotografía: Adam Levine (CC).

El sonido también sirve para apagar fuegos. Literalmente.
En 2011, la agencia norteamericana de investigación para la defensa, DARPA, comenzó a desarrollar un sistema acústico de extinción de incendios. El problema es que necesitaban de entornos muy controlados para la aplicación de sus dispositivos y los progresos que han realizado hasta el momento no han sido todo lo rápidos que se esperaban. Pero no siempre son necesarios colosales fondos y el apoyo estatal para llevar a buen puerto un concepto. A veces es suficiente con los conocimientos, el trabajo, la dedicación y el ingenio.
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El extintor sónico en acción. Imagen: George Mason University.

Hace apenas unos meses, dos alumnos de la George Mason University en Fairfax, Virginia, fabricaron un artilugio basado en los mismos principios, pero que, al contrario que los de la organización gubernamental, es portátil y de uso prácticamente instantáneo. El extintor creado por los estudiantes de ingeniería eléctrica Seth Robertson y Viet Tran tiene el tamaño de un extintor convencional, aunque es sensiblemente más ligero. Sin embargo, en lugar de expulsar polvo, espumas químicas o nieve carbónica, el extintor sónico apaga el fuego con un chorro de graves a toda potencia que haría las delicias de Skrillex.
«Al principio pensamos que los tonos agudos nos resolverían el problema, pero no funcionó», afirma Tran. «Es el sonido de baja frecuencia –como el “bum-bum” del bajo en un tema de hip-hop- lo que funciona». Porque claro, no es que la llama se apague amedrentada por el incontenible poder del bajo; lo que actúa es el aire que sopla desde el altavoz. Al fin y al cabo, las ondas sonoras no son más que impulsos de aire a intervalos regulares y, como se puede ver en la superficie de un bafle golpeado por la voz de Barry White, los graves son los sonidos que producen los impulsos más potentes.

Aunque su tutor no confiaba plenamente en el proyecto, Robertson y Tran terminaron el extintor sónico con éxito como trabajo de fin de carrera, y ahora la universidad está trabajando con ellos en el registro de una patente provisional. Tiene perfecto sentido porque, como los dos estudiantes proponen, su artefacto ofrece varias ventajas respecto a los extintores convencionales. Por un lado, es absolutamente limpio; no produce residuos de ningún tipo, ni agua ni polvo ni espumas ni productos químicos, los cuales a veces acaban por destruir los objetos que el fuego no había terminado de consumir.
Tampoco necesita rellenarse y su duración se corresponderá con la de la batería que lo alimente, cuyo uso puede prolongarse eficientemente durante días e incluso semanas. Además, podría ser de gran utilidad en el espacio, puesto que los extintores convencionales dependen de la gravedad para que el agua o las espumas funcionen, mientras que las ondas sonoras trabajan con igual eficacia sea cual sea el entorno, con tal de que se apunten hacia el foco del fuego.
Las aplicaciones del extintor sónico podrían ir desde lo doméstico hasta lo global. Robertson y Tran los imaginan colocados en la campana de la cocina para apagar el fuego de una sartén llena de aceite hirviendo y también sujetos por bandadas de drones que podrían desplegarse por zonas inaccesibles para los bomberos.
Es una imagen que merecería la pena verse: un enjambre de minihelicópteros autopilotados combatiendo las feroces llamas de un devastador incendio forestal a ritmo de dubstep. Aunque fuese la canción del Cola-Cao.
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Robertson y Tran, Bass BadAsses. Imagen: George Mason University.

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