Ateísmo 2.0

10 de junio de 2014
10 de junio de 2014
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Si un día, visitando París, decides huir de turistas y colas y te pierdes callejeando tras el Louvre, es muy posible que descubras un pequeño local en el 28 de la calle Pétrelle que llamará tu atención. No se te ocurra decir que fue el destino o la mano de Dios quienes te llevaron a ella. Es una tienda para ateos que solo abre cuando cierran las oficinas y los parisinos caminan de vuelta a casa paseando agobios con el gesto de un huski gruñón que tirara de un pesado trineo.


Parece una tienda coqueta más de las muchas que pueblan las calles angostas del 9º. Venden tacitas, cuadernos y libros de fotografía. Pero si miras un poco más de cerca descubrirás cursos de Filosofía e Historia del Arte y unas figuritas a medio camino entre un daruma japonés y un San Pancracio. Es la primera sucursal en Francia de una cadena que forma parte de la hoja de ruta del ateísmo en el siglo XXI que propuso hace unos años Alain de Botton.
De Botton afirma que en la pintura o la literatura hay símbolos, alegorías y metáforas que nos sirven para reflexionar sobre los valores en los que creemos, ayudándonos a generar significados, construir vidas interesantes y reafirmarnos en esas virtudes seculares en las que basamos nuestros proyectos vitales. Es más, propone que el camino del ateísmo pasa por quitarle a las iglesias y cultos deístas el monopolio sobre las ceremonias, los espacios y los símbolos.
El ateísmo «frío» e iconoclasta del siglo XX que no nos daba ni espacios físicos de paz ni guiones para bodas, divorcios y duelos, es un callejón sin salida. Hace falta, dice, ir hacia un ateísmo 2.0 que compita con los credos en lo que de verdad aportan a las personas que se acercan a ellos: sociabilidad, espiritualidad y ceremonia.
¿Revolucionario? Desde luego. Pero tampoco tan novedoso. En la Antigua Roma ir a un templo no significaba necesariamente pensar que Saturno o Vesta hubieran «existido realmente» en algún momento, menos aún que pudieran «guiarnos» o «comunicarse con nosotros». Para la gente culta de la época y no solo para los grandes intelectuales del momento, como Panecio o Cicerón, eran parte de un tipo de «verdad» alegórica que servía para mantener vivos en cada cual sus propios valores. Por eso se cultivaban con fiestas y templos la Fides –que no era la «fe» de los teólogos sino el respeto por la palabra dada– la Pietas –que no era la «piedad» sino el ideal del sacrificio por la comunidad– o la Virtus –que no era la «virtud» sino el coraje y la superación personal–. Como esos valores son bases para la convivencia, participar en ceremonias que las celebraran se consideraba bueno, pero si alguien temía aquellas figuras metafóricas como seres «reales» se le llamaba «superstitio».
Lo que el nuevo ateísmo nos ofrece es volver a esa lógica, disfrutar de espacios para meditar y usar símbolos y obras de arte como inspiración, darnos espacios para hacerlo tan bonitos como los lugares de culto deista e inventar rituales y celebraciones más emocionantes que los de las bodas, bautizos, comuniones y duelos de los creyentes… O sus alternativas «funcionales»: el registro civil o la cena de empresa. El ateísmo 2.0 es dejar de definir el ateísmo como una mera negación de la «superstitio» para empezar a disfrutar sin pudor ni tutelas de una espiritualidad y una sociabilidad que no necesita de seres superiores.

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Patrick Thomas

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