Bamboo Bloom: Ellas ponen la idea, la comunidad desarrolla el producto

Lo que ninguna marca de cosmética se había atrevido a contar
Bamboo Bloom

En el centro de Barcelona, dos mujeres se sientan en una cafetería con una libreta y una lista de nombres tachados. Lo que buscan no es solo una marca, es una manera de hacer las cosas. Una nueva vida, quizás.

Anaïs Viso, especialista en marketing y comunicación. Cristina Durán, farmacéutica experta en dermocosmética. Las dos venían de mundos distintos, pero compartían una misma pregunta: ¿Y si lo hacemos a nuestra manera? Cuando Anaïs le enseñó a Cristina una imagen del bosque de bambú de Arashiyama, en Japón, no estaban buscando nombres. Pero ahí estaba. Una foto, un clic, una noticia. «El bambú japonés, la planta de los emprendedores». Se miraron. «Se nos puso la piel de gallina», recuerdan. Ahí empezó todo.«Bambú era coherente con lo que queríamos y representaba nuestra parte emprendedora. Y luego llegó Bloom, lo que queríamos provocar, que la gente floreciera, que llegara a su mejor versión».

Bamboo Bloom

Así nació Bambú Bloom, una marca del cuidado de la piel creada con una premisa radical: mostrar absolutamente todo, desde la idea hasta el producto final, sin storytelling inventado ni filtros de Instagram que maquillen la realidad. Solo pasos reales, decisiones reales, problemas reales. Una marca desnuda ante su comunidad.

Y eso, en un mundo saturado de pieles imposibles y campañas con inteligencia artificial, suena a revolución. «Sentimos que la gente ya no quiere que le mientan con pieles que no existen. Ser transparente significa decir esto somos y esto hacemos, y sí, a veces hay caos en el camino, pero es 100% real», explica Anaïs Viso.

El laboratorio IG

Lo habitual es crear primero y contar después. Pero Anaïs y Cristina hicieron justo lo contrario. Convirtieron Instagram en su laboratorio, su sala de reuniones y su campo de pruebas. Involucraron a su comunidad desde el día cero. Encuestas sobre texturas, votaciones sobre olores, decisiones abiertas sobre envases… Incluso salieron a la calle a preguntar. Pero nada era improvisado. «Sabíamos muy bien qué aspectos eran viables para abrir a la comunidad sin comprometer la calidad. Cada pregunta que hacíamos ya había pasado por un filtro técnico», explica Cristina Durán. «Por ejemplo, elegir el tipo de envase condicionaba las formas cosméticas posibles. Cada paso tenía consecuencias».

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Lo que más les sorprendió no fue una respuesta inesperada, sino la intensidad de la conexión. «La gente no solo votaba, nos escribía por privado. Nos contaban experiencias con otras marcas. Se implicaban como si el producto también fuera suyo. Y, en cierto modo, lo era», dice Anaïs

Contar todo en tiempo real da algo de vértigo. En cada paso había que decidir, grabar, explicar, adaptar. Lo que parecía una marca se convirtió en un documental en vivo. Y no todo fue bonito. «Hubo momentos en los que una simple reunión cambiaba toda la narrativa de redes. Teníamos que reescribirlo todo en cuestión de horas. Aprendimos a vivir sin fechas cerradas, lo cual en cosmética es un caos», subraya Cristina.

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Pero también descubrieron algo poderoso: que esa presión mantenía vivo el propósito. Como dice Anaïs, «nos obligó a estar hiperconectadas con cada paso. Saber que lo que decidimos no solo afectaba al producto, sino también a las personas que estaban al otro lado; nos hacía tomar decisiones más conscientes».

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Y al final, la comunidad no se limitó a observar, fueron acompañantes reales de estas dos emprendedoras. Por eso, cuando lanzaron su primer producto, sin inversión en publicidad, vendieron 50 packs en menos de 48 horas. «La gente no llegó al lanzamiento desde fuera, lo había vivido desde dentro. Sabía qué textura había ganado, qué obstáculos habíamos superado. Y claro, también hubo un poco de FOMO. Cuando ves nacer algo durante meses, no quieres quedarte fuera justo al final».

Packs con arte

Crear una marca sin manual de marca las llevó también a repensar lo más físico, el packaging. Querían que la experiencia no terminara al abrir la caja. «Nos parecía una pena que las marcas solo jueguen con tipografías y que el packaging acabe en la basura al día siguiente. Si no conseguíamos que guardaran la caja entera, al menos que una parte tuviera una segunda vida», comenta Anaïs.

Así lanzaron una campaña en redes para buscar artistas. Muchos seguidores recomendaron nombres. Otros artistas se ofrecieron directamente. Cada caja, además, incluye una pieza extraíble con una ilustración. Arte que se guarda, que se enmarca, que permanece. Como la experiencia de haber visto cómo nace una marca desde las tripas.

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Bambú Bloom no solo vendió rápido. Recibió mensajes reales, de personas reales, con pieles reales. «Ver que nos escribían cosas como “Por fin una crema que me funciona” o “Gran descubrimiento, sin duda repetiré”… eso vale más que cualquier campaña», dice Anaïs. Cristina añade: «Sabíamos que habíamos formulado con criterios técnicos rigurosos, pero que las personas sientan cambios en su piel… esa es la validación más poderosa. Reafirma cada prueba, cada hora invertida».

¿Y ahora qué?

Bambú Bloom no quiere quedarse en un experimento bonito. Ya están trabajando en escalar, pero sin traicionar lo que las hizo diferentes. «Queremos crecer, pero no a costa de dejar de ser reales. Nuestro crecimiento no va a comprometer las bases, que son escuchar a la comunidad, tomar decisiones honestas y contar las cosas como son».

Bamboo Bloom

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En su horizonte inmediato hay un sérum en camino, nuevas fórmulas y más colaboraciones artísticas. Todo, como siempre, sin presupuesto, pero con comunidad.

Si el marketing de hoy se basa en construir confianza, pocos responsables de marcas lo han entendido tan literalmente como ellas. Mientras el resto diseña campañas, ellas abren el cuaderno y lo comparten. Fallan en público. Celebran en grupo. Formulan en directo. Y demuestran que, en un mundo saturado de productos perfectos, la imperfección puede ser la mejor forma de conectar.

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Patrick Thomas

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