Berlín: campo de pruebas urbanísticas

19 de diciembre de 2014
19 de diciembre de 2014
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Berlín ha sido siempre un campo de pruebas. De pruebas ideológicas, con funestos resultados, pero también de pruebas urbanísticas, y en este aspecto la cosa cambia. La convulsa historia de esta capital europea ha dejado cicatrices en su orografía, zurcidos, yuxtaposiciones y superposiciones: un tetris urbanístico único en el mundo.
«En Berlín hay muchas ciudades juntas. O mejor dicho, muchos proyectos de ordenación urbana frustrados que nunca se han llegado a realizar completamente porque, una y otra vez, las circunstancias históricas han cambiado». El americano Brian Ladd, especializado en arquitectura histórica de la capital germana, da en el clavo al describir la particular conformación de la ciudad en su libro ‘The Ghosts of Berlin. Confronting German history in the urban landscape’. En un viaje de prensa patrocinado por la plataforma online de alojamiento Airbnb pudimos comprobar de primera mano la particular distribución de la ciudad, con la ayuda de guías, ciudadanos y tranquilos paseos a lo largo y ancho de esta vibrante capital.
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Berlín no tiene mucha gente. Esa es la sensación que se lleva el visitante, a pesar de que más de tres millones y medio de habitantes pasean por sus calles. Los números desmienten esa percepción inicial pero también la explican. En la muy recomendable web UrbanObservatory, podemos comparar los parámetros de varias ciudades. Cuando lo hacemos fijándonos en la densidad de población de Berlín comparada con otras capitales europeas como Madrid y Londres los resultados saltan a la vista. Londres es considerablemente más grande que Berlín, con sus ocho millones largos de habitantes. Madrid es ligeramente más pequeña. Pero más allá de las diferencias, esta comparación sirve para hacernos una idea de cómo distribuye a su población cada ciudad..
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Las manchas amarillas representan las zonas con mayor densidad, de 30.000 a 150.000 habitantes. La capital española está salpicada de ellas, Londres inundada y Berlín… ni una pequeña mota amarilla rompe su homogeneidad de tonos ocres. En Berlín no hay hora punta. No hay calles atestadas en Navidad, ni la desagradable sensación de presión interna que uno siente al atravesar una multitud. Es un fenómeno casi inédito en Europa que pueden explicar la dislocación histórica de su centro urbano, sus anchas avenidas y la gentrificación de los barrios periféricos.
Según los filósofos Max Weber y Jürgen Habermas las ciudades europeas están estructuradas en torno a la plaza del mercado. Esto es fácilmente constatable en la mayoría de ciudades españolas (es el caso de las plazas mayores de Salamanca y Madrid, o el de la boquería de Barcelona). Sin embargo esta premisa no encaja en el complicado mapa berlinés. Las mayores plazas comerciales de la ciudad, lugares como Alexanderplatz o Postdamer Platz fueron destruidas, la primera durante la II Guerra Mundial, la última cercenada por el muro de Berlín. Estos dos acontecimientos históricos y sus consecuencias, la destrucción y la separación, han cambiado radicalmente el mapa de la ciudad.
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La II Guerra Mundial dejó Berlín en ruinas. Los escombros convivían con edificios de grandilocuencia fascista. Fue en esta época cuando dos fuerzas opuestas, capitalismo y comunismo, pusieron en práctica sus postulados urbanísticos en una ciudad reducida a cenizas. Lo que no habían destruido las bombas lo iban a destruir las obras. «Después de 1945, Berlín era una ciudad con una especial y decidida voluntad de demolición» asegura Hans Stimmann en su libro ‘Von der Architektur zur Stadtdebatte‘. Este urbanista y arquitecto alemán, considerado por muchos como el padre de la actual Berlín, fue director jefe de Arquitectura y Urbanismo en el Ayuntamiento de la ciudad durante los 15 años que siguieron a la caída del muro.
La fiebre demoledora de la Guerra Fría se dió a un lado y al otro del muro. La eliminación de edificios políticamente marcados fue uno de los motivos, pero no el único: el protagonismo del coche, la necesidad de crear infraestructuras que habían quedado separadas por el muro y el ansia por demostrar las bondades de la propia ideología fueron factores decisivos. Berlín había nacido de la unión de dos pueblos medievales en el siglo XIV, irónicamente, seis siglos más tarde creció dividida en dos.
Berlín fue durante 30 años el escenario de una ambiciosa competición urbanística. En el este se dictó una ley que permitía expropiar la propiedad privada sin traba alguna, así se destruyeron casas y barrios enteros para trazar calles de dimensiones mastodónticas, como la Avenida Stalin. La destrucción fue total y no es cuestión de elogiarla, pero mirando el aspecto positivo, Berlín se convirtió en el centro del mundo del urbanismo, el lugar donde todo arquitecto quería estar. Las ferias de ‘Berlín Capital’ (1957/58) en el lado oeste y su homóloga en la RDA planificaron una remodelación total que por suerte solo se llevó a la práctica en parte. Sin embargo, aún es fácil ver la diferencia entre el este y el oeste de la ciudad. Incluso desde el espacio, como muestra la curiosa foto del astronauta Chris Hadfield.


Álvaro Torres es uno de los muchos españoles que han emigrado a Berlín a buscarse la vida. Sin embargo su visión de la ciudad difiere de la de la mayoría de turistas y expatriados. Lejos de fotografiarse en la puerta de Brandemburgo, o posando ante el edificio Reichstag, este fotógrafo  retrata los vestigios de las diferentes culturas urbanísticas que han dejado huella en la ciudad. «Nada más llegar a Berlín la frase ‘pobre pero sexy’ (puesta de moda por Klaus Wowereit, alcalde de la ciudad desde 2001 hasta el pasado octubre) cobra significado», asegura. En sus fotografías (las que ilustran este artículo), Torres juega con la geometría y analiza los detalles, refleja «el aire desgastado de su arquitectura, la nueva arquitectura, las grandes avenidas de estilo soviético…». «Es esa mezcla la que la hace tan atractiva», resume.
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No es el único que opina así. Gracias al ansia demoledora que se dio durante la Guerra Fría se puede entender como durante la reunificación la obsesión fue la contraria. La conservación y remodelación de los edificios, sin importar su pasado nazi, comunista o capitalista, una tendencia que pervive hasta nuestros días y está protegida por el ‘Programa del Paisaje y de Protección de las Especies’, un organismo que vela por el mantenimiento de la diversidad urbanística y arquitectónica en la ciudad.
Este espíritu conservacionista ha dado lugar a polémicas como la remodelación del estadio de Olímpico de Berlín con motivo del Mundial de Fútbol de 2006. Con estas obras no se intentó tapar ni derruir su estética abiertamente nazi, ni las dos docenas de estatuas encargadas por Adolf Hitler para los Juegos Olímpicos de 1936. A pesar de las críticas, los encargados del proyecto se defendieron asegurando que son exponentes de un estilo y una época del que hay ejemplos en otras ciudades europeas. Menos polémica ha sido la remodelación del Berlín-Tempelhof, un aeropuerto sin aviones (porque Fabras hay en todo el mundo) que tuvo que cerrar debido a sus incesantes pérdidas. Lejos de derruirlo y especular con un terreno bien situado, los berlineses decidieron reciclar el espacio, y hoy es uno de los parques urbanos más grandes del mundo.
Para intentar que no haya actuaciones en contrario hay asociaciones como ‘Experimentsday’, un evento entre urbanistas, arquitectos, promotores y ciudadanos que fomenta la participación ciudadana ante cualquier decisión unilateral sobre el desarrollo del suelo. Su presidente, Michael Lafont, asegura que «no hay un plan que defina una visión global del Berlín del futuro». Una afirmación que puede ser cierta, pero que es menos preocupante al comprobar que en el pasado tampoco hubo una visión global, al menos, no durante mucho tiempo. Y es que Berlín, hoy, sigue siendo un campo de pruebas o, como escribió en 1891 Mark Twain, «una ciudad siempre nueva».

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