Lo primero que hacen las sectas es poner a sus integrantes a cantar a coro. No es melomanía, es necesidad. Cualquier religión emplea cantos al unísono como adhesivo porque todas exigen un sacrificio amparándose en unos motivos racionalmente insostenibles, y nada ayuda a suspender el juicio crítico como salmodiar en grupo.
Los jugadores de una selección de fútbol enlazados, pechialtos y voceando la letra de un himno nacional junto a miles de hinchas, también son agentes de una religión, una religión sin dios (no teísta) como diría el autor de Sapiens, Yuval Noah Harari. Cantar a coro provoca algo esencial para la evolución humana: confianza y cercanía, la base sobre la que se asienta todo tipo de cooperación y de sociedad.
Toda confianza se cimienta en esa cancelación de la capacidad crítica: por abundantes que sean las credenciales o el historial de honestidad de una persona, es imposible excluir la posibilidad del desastre. Ocurrió en 2015 con el accidente de Germanwings. Andreas Lubitz: 630 horas de vuelo.
La confianza, por tanto, es un salto al vacío que puede servir tanto para levantar civilizaciones (si no equilibradas, al menos, sí beneficiosas para el individuo que otorga la confianza) como para someter y expoliar a personas necesitadas de consuelo.
Sin esos saltos despreocupados, sentiríamos la vida como un campo de minas intransitable. Por eso, los homínidos diseñamos diferentes vías de acceso a la confianza. El canto coral es una de las más efectivas.
Ese fue el resultado de una investigación emprendida por el equipo de Eiluned Pearce, del departamento de Psicología Experimental de la Universidad de Oxford: «Mis colegas y yo nos preguntamos si el canto es un comportamiento que evolucionó para unir grupos humanos», escribió en un reciente artículo de la revista Aeon.
¿CANTAR PARA QUITARNOS LOS PIOJOS?
El canto pudo evolucionar como una forma refinada de despiojarnos. Los ancestros primates gestionaban sus vínculos sociales aseándose unos a otros, pero los grupos de homínidos crecieron demasiado: «Necesitábamos un mecanismo eficiente para crear cohesión social, una forma de unir a un mayor número de individuos simultáneamente», razonó la psicóloga.
En 2016, su equipo observó a un gran coro que aglutinaba coristas de distintas procedencias. Los miembros no se conocían, pero después de unas sesiones, sentían la misma cercanía con la nueva y enorme agrupación que con sus coros locales de origen. Pearce ya lo tenía: el canto funda confianzas masivas.
Surgió una incógnita: ¿el detonante era el canto o se obtendrían efectos semejantes con cualquier otra actividad sincronizada?
Examinaron otras tareas: clases de escritura creativa, manualidades… Descubrieron, en contra de sus sospechas, que todas ellas conectaban a sus participantes en un grado equiparable.
«Pero cuando observamos los datos detenidamente, vimos algo que nos sorprendió», relató para Aeon, «el canto parecía unir a los grupos recién formados con muchas más rapidez. Fue el más efectivo. Cantar es especial: tiene un efecto rompehielos».
Pearce extendió su investigación a los miembros de peñas contrincantes de equipos de deporte universitario. Descubrió que cuando se obligaba a competir entre ellos a integrantes de una misma camarilla, la sensación de cercanía se reducía. Una simple teatralización era capaz de cuartear la solidez del grupo.
El hallazgo más significativo describió la trayectoria opuesta. Vieron que, cuando dos grupos de canto de diferentes, que antes competían, se juntaban, se generaba una conexión fuerte entre ambos, incluso en contextos de competición.
COREOGRAFÍA CARDÍACA
Un par de años antes, en 2013, la Universidad de Gotemburgo detectó que los corazones de los cantantes de un coro se sincronizaban.
«Cuando las personas cantan juntas, sus corazones empiezan a latir al mismo ritmo. Más exactamente, el nervio vago, que va desde el tronco del encéfalo hasta el corazón, se activa de manera similar a una bomba. Expulsar el aire al cantar es lo que activa el nervio y reduce la frecuencia cardíaca. Puesto que esto a su vez provoca una respuesta emocional, el canto crea un patrón emocional compartido entre los miembros del coro», explicó a Abc el responsable de la investigación, Björn Vichkhoff.
¿Por qué funciona el canto solapado como una unión inalámbrica entre humanos? Hay motivos hormonales, algunas investigaciones señalan que no solo aumenta los niveles de oxígeno en sangre, sino que libera oxitocina, la hormona feliz, que ayuda a limpiar el estrés del cuerpo; por tanto, a reducir barreras autoimpuestas.
Sobre el origen del canto solo caben especulaciones. Steven Mithen, arqueólogo de la Universidad de Reading, arguye que durante los primeros estadios de la evolución humana, el canto y el lenguaje fueron indisiociables, y que el tiempo hizo que, por alguna razón, la vida dejara de ser un musical.
Desde la Universidad de Hardvard, Samuel A. Merh y Max M. Krasnow anudaron el nacimiento del canto a las nanas, que serían una forma de dirimir el choque entre las necesidades de las crías y otras exigencias de supervivencia del grupo. Que el niño se callara mientras cazaban y que su llanto no atrajera a los depredadores.
Parece difícil asentar estas ideas más allá de la mera conjugación de hipótesis, sin embargo, puede tener sentido y que cantar en coro tenga ese poder de unión porque, aunque no lo sospechemos hoy, aunque estemos separados en bandos y en naciones, unir voces en una misma armonía siga despertándonos esa necesidad de cuidar a los hijos de la tribu, una tribu de más de 7.000 millones de personas.