Cinco especies invasoras poco conocidas de las ciudades españolas

Son monas, pero su presencia hace peligrar su entorno y las especies autóctonas
12 de febrero de 2025
12 de febrero de 2025
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En las últimas décadas, gracias a muchas políticas orientadas a la mejora de las zonas verdes, la biodiversidad urbana en las ciudades españolas ha aumentado. Sin embargo, la amenaza constante que representan las especies invasoras es, también, cada vez mayor. Aunque las invasiones biológicas normalmente están relacionadas con los ambientes naturales, es cada vez más evidente que los ecosistemas urbanos también pueden ser invadidos. Las ciudades ofrecen, de hecho, un clima propicio para estas especies. 

El coipú

El coipú (Myocastor coypus) es un roedor de gran tamaño que tiene su origen en América del Sur, especialmente en Argentina, Chile y Bolivia. Su introducción en Europa se remonta a mediados del siglo XX, cuando la industria peletera se interesó por el aprovechamiento de su pelaje. Este mismo interés ha facilitado también la invasión de otras especies, como el mapache y el visón americano.

En España, el coipú se asentó en la década de 1970, tras la fuga de algunos ejemplares de granjas de pieles ubicadas en el sur de Francia. Desde entonces, su población ha crecido y ha invadido diversas zonas de Guipúzcoa, Navarra, el Valle de Arán y Cataluña. En estas áreas, el coipú se siente particularmente cómodo en humedales y ríos, como el río Tordera y la ribera del Arbúcies, o los ríos Bidasoa y Urumea en el País Vasco. Aunque su preferencia son los entornos naturales, ha logrado establecerse en las orillas de áreas urbanas, como en los municipios vascos de Hondarribia y Rentería.

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El hábitat del coipú está íntimamente vinculado al medio acuático, ocupa ríos, lagos, humedales y pantanos donde la vegetación es abundante. Esta especie, que presenta un modo de vida anfibio, construye sus madrigueras en las orillas y crea plataformas flotantes a partir de materiales vegetales. Su pelaje, denso y resistente, lo protege de las frías temperaturas del agua, mientras que el tono pardo del pelaje le permite camuflarse eficazmente en su entorno.

La presencia del coipú puede resultar perjudicial para la flora local, contribuye a la extinción de ciertas plantas y, consecuentemente, deteriora los hábitats de diversas aves acuáticas. Su impacto repercute también en las áreas de desove de peces, lo que genera un efecto negativo en la biodiversidad acuática.

Adicionalmente, el coipú representa un riesgo potencial para la salud humana, ya que puede ser portador de patógenos como duelas y leptospiras. Para contener la proliferación de este gran roedor se han implementado diversas medidas de control, como el uso de trampas con jaulas, cercas eléctricas y la caza mediante disparos selectivos. Sin embargo, es importante señalar que la efectividad de estas estrategias a menudo resulta limitada y requiere un esfuerzo constante.

El miná

El miná común (Acridotheres tristis) es un ave originaria de Asia, que se extiende desde Kazajistán e India hasta China, Sri Lanka y el sudeste asiático. Su llegada a Europa se asocia con el comercio de aves exóticas y escapes accidentales de ejemplares en cautiverio. En España, se ha registrado principalmente en las islas Canarias y Baleares, donde se han establecido pequeñas poblaciones reproductoras en Tenerife, Gran Canaria, Fuerteventura y Mallorca. El miná se adapta a una variedad de hábitats, incluyendo áreas urbanas. Se han podido observar poblaciones invasoras de miná en ciudades de todas las islas. 

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Esta ave tiene una dieta omnívora, se alimenta de frutas, semillas, invertebrados, néctar e incluso depreda huevos y polluelos de otras aves. Su capacidad de adaptación y su alta tasa de reproducción, con hasta dos puestas anuales, han facilitado su expansión en diversos entornos.

El miná común provoca impactos ecológicos importantes, como la depredación de aves nativas y la competencia por lugares de anidación, lo que afecta gravemente a especies amenazadas. También representa un problema para la agricultura, por los daños en cultivos frutales, y un riesgo sanitario para los humanos y otros animales, porque puede ser portador de patógenos y parásitos. Las medidas de control incluyen campañas de trampeo, como la modificación de trampas para capturas múltiples, y la prohibición del comercio de esta especie, con el fin de prevenir su reintroducción y expansión. 

Gracias a la puesta en marcha de programas de control se ha conseguido la erradicación total o parcial de las poblaciones existentes en las islas Canarias.

La perca americana

La perca americana o Black bass (Micropterus salmoides) es un pez depredador originario del este y sur de los Estados Unidos y norte de México. Fue introducido en España en 1955 con el objetivo de fomentar la pesca deportiva. Hoy en día, este pez invasor se encuentra en casi todas las comunidades autónomas españolas, con mayor presencia en Andalucía, Cataluña, Castilla-La Mancha, Castilla y León, Extremadura, Madrid y la Comunidad Valenciana. Destaca por su capacidad de adaptarse a embalses y tramos lentos de ríos caudalosos, lo que le permite habitar en las aguas de muchas ciudades españolas. Hay registro de percas americanas en Zamora, Valladolid, Mérida, Girona, Toledo, Sevilla, Córdoba y Xátiva.

El hábitat del Black bass se compone principalmente de embalses, lagos y secciones de ríos con aguas lentas y claras, con abundante vegetación y poca corriente. Este pez es un depredador voraz que se alimenta de invertebrados, anfibios, peces y, en ocasiones, de pequeños vertebrados. Su comportamiento depredador ha causado serios problemas ecológicos, como la alta depredación de peces autóctonos, incluidos los ciprínidos, y la disminución significativa de especies amenazadas, como el blenio de río, que es una de las más vulnerables de la península ibérica.

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El impacto del Black bass no solo afecta a la biodiversidad, también influye en los recursos económicos relacionados con la pesca deportiva, al desplazar especies autóctonas de gran valor. Para controlar su población, se han implementado medidas preventivas como la supervisión y limpieza de los utensilios de pesca para evitar la propagación de huevos o alevines. Así mismo se trabaja en la educación y concienciación de los pescadores sobre los efectos negativos de esta especie. Además, se han puesto en marcha proyectos que utilizan pesca eléctrica para limitar su proliferación en los ecosistemas locales.

Hay personas que niegan el carácter invasor de la perca americana. Ya sea por desconocimiento o por interés, este negacionismo supone un freno que alienta la inacción de las Administraciones. 

La falsa acacia

La Robinia pseudoacacia o falsa acacia es un árbol nativo del este de Estados Unidos, introducido en Europa en el siglo XVII con fines ornamentales y para la producción de madera. En España se ha convertido en una de las especies más comunes en parques y calles de ciudades como Madrid, Barcelona, Zaragoza y Pamplona, donde ha prosperado gracias a su resistencia y rápido crecimiento. Es habitual ver este árbol invadiendo áreas urbanas y periurbanas, colonizando incluso espacios como solares abandonados y márgenes de carreteras.

El hábitat de la falsa acacia es variado: ocupa terrenos perturbados, bordes de caminos y zonas verdes urbanas. Es un árbol caducifolio que puede alcanzar hasta 30 metros de altura, con hojas compuestas y grandes que arrojan mucha sombra. Las flores blancas o rosas, muy aromáticas y agrupadas en racimos colgantes, le confieren un atractivo ornamental. Sin embargo, su capacidad de reproducción y crecimiento mediante brotes hace que se expanda de manera agresiva, compitiendo con especies nativas y alterando los ciclos naturales del ecosistema.

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A pesar de los impactos ecológicos que provoca, como el desplazamiento de especies nativas por competencia o el aumento del nitrógeno en el suelo, que favorece a otras especies invasoras y afecta la biodiversidad local, la falsa acacia es una especie excluida del Catálogo Español de Especies Exóticas Invasoras, lo que dificulta las acciones para su control. Esta situación, que también se observa con otras especies de árboles altamente invasores como el eucalipto, resulta sorprendente. En otros países donde sí está regulada se han implementado medidas como la tala y el uso de herbicidas específicos, prácticas que podrían ser útiles para gestionar su expansión en áreas urbanas sensibles.

La madreselva japonesa

La Lonicera japonica, más conocida como madreselva japonesa, es una planta trepadora originaria del este de Asia, concretamente de Japón, China y Corea. Fue introducida en Europa en 1805 como planta ornamental. En España, se utiliza ampliamente en jardinería para cubrir muros, vallas y formar setos. Hoy en día, se ha naturalizado en varias ciudades como Barcelona, Girona, Donostia, Bilbao, Valladolid, Sevilla, Palma de Mallorca y en algunos núcleos urbanos de las islas Canarias.

El hábitat de esta liana leñosa abarca zonas urbanas, ambientes ribereños, bordes de bosques y áreas alteradas. Puede crecer en climas templados con cierta humedad en el suelo, alcanzando hasta 5 metros de longitud. Sus flores, que desprenden un intenso aroma, son blancas cuando son jóvenes y se tornan amarillas al madurar. De crecimiento vigoroso, tiene la capacidad de invadir rápidamente hábitats, compitiendo con la flora autóctona ya sea en entornos naturales o urbanos.

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La madreselva japonesa tiene un impacto ecológico considerable, ya que compite por recursos con especies nativas y puede formar vegetación densa que altera los ecosistemas locales. Sin embargo, y de nuevo en contra del criterio de los expertos, no está incluida en el Catálogo Español de Especies Exóticas Invasoras, lo que complica la implementación de medidas de control efectivas, como la eliminación de sus raíces o la restricción de su uso ornamental en áreas sensibles.

Un compromiso conjunto

El impacto de estas especies invasoras, y otras muchas también presentes en nuestras ciudades, pone de manifiesto la necesidad de una estrategia sólida basada en la prevención, el control y una firme regulación. Aunque algunas de ellas están catalogadas y reguladas por leyes españolas, otras carecen de una supervisión adecuada, lo que dificulta su manejo. 

Ciudades como Madrid, Barcelona, Sevilla, Bilbao o Valladolid son ejemplos de entornos urbanos biodiversos, pero que también enfrentan graves desafíos asociados a la gestión de especies invasoras. Proteger la biodiversidad urbana y evitar que estas especies sigan expandiéndose requiere tanto de educación ambiental como de políticas firmes que combinen medidas preventivas y correctivas. 

 

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