Estudia una carrera, quizá ese máster; consigue un trabajo fijo, si es tras oposiciones, mejor. Es un mantra que se ha repetido durante años, enfocado en la búsqueda del mismo bien preciado: la estabilidad. No nos engañemos, la esencia de esta realidad está presente en nuestra sociedad hoy en día, con la diferencia de que esa estabilidad es cada vez más precarizada y gozar de ciertos empleos fijos a veces se torna un imposible si te encuentras en el triángulo negro de vivir en una ciudad con rentas altas, pertenecer al sector cultural o creativo y, para más inri, ser joven.
Vivimos una época de incansable incertidumbre, donde lo único asegurado es que seguirán llegando más cambios y cada vez de forma más acelerada. Los avances tecnológicos, la globalización y la crisis del sistema nos están empujando a re-entender la forma en la que producimos, y por extensión, la forma de relacionarnos con otras personas para trabajar.
Todas estas variables son bien conocidas por agrupaciones recientes como la que conforma el Proyecto Galaxxia, una plataforma de jóvenes «trabajadorxs» culturales basada en conceptos como el apoyo mutuo, la descentralización y el posinternet. «Galaxxia surge como una alternativa a un contexto laboral precario e hipercompetitivo. Creemos que el trabajo en red, desde la colaboración y los cuidados, contribuye a lanzar y fortalecer nuevas propuestas culturales», comenta Iris Hernández, una de las promotoras de Galaxxia. «Hoy todos manejamos herramientas digitales, y en Galaxxia las usamos para potenciar relaciones y trabajar con proyectos que se desarrollan en aquellos lugares que no están en la primera línea cuando se habla de dinámicas culturales».
Los colectivos donde personas de un mismo ámbito se alían para conseguir mejores condiciones y resultados no son una novedad. Algunos tienen ya años de bagaje y de historia, como La Nave, germen inicial de la ADCV (Asociación de Diseñadores de Valencia), y Memphis, que dio voz a una generación en rebelión contra el establishment del diseño.
Otros son más recientes, como Boa Mistura, en el ámbito del arte urbano, o Recetas Urbanas y Enorme Estudio, en el campo de la arquitectura. Zuloark, Basurama o Makea tu vida son otros tres grandes iconos en el panorama nacional dentro del campo social y urbano. Y fuera de España, Assemble, trabaja en torno al arte, la arquitectura y el diseño.
«Cada vez que tengo que reinventarme profesionalmente intento recordar lo que quiero que no cambie. En mi caso es tener tiempo, espacio e independencia económica para seguir desarrollando mi producción. Mi último giro de volante, tras haber pasado por la gestión cultural o la escenografía en teatro, va a ser el tatuaje, pero sin dejar de lado mi convicción de que mi trabajo como artista debe continuar, aunque no siempre me dé para comer», comenta Lydia Garvin, cofundadora de PROA, un espacio que busca dar respuesta a las problemáticas encontradas en nuestro entorno cultural contemporáneo.
Uno de los caldos de cultivo más importantes que existen en Madrid para que nazcan estos organismos es Medialab-Prado, el centro cultural tecnológico del Ayuntamiento basado en el aprendizaje colectivo, la cultura libre y la participación ciudadana. Allí trabaja como mediador Adrián de Miguel. «Lo interesante de la inteligencia colectiva es el enriquecimiento que se produce durante el proceso y que proviene de las diferentes perspectivas y experiencias de cada persona», comenta.
Allí se conocieron los integrantes de Espacio ‘?’ [interrogante], una plataforma de producción que nace como reacción a una incertidumbre generacional. La plataforma les ha permitido conocer otros colectivos como NADA, que explora el derecho de las personas a definir su ciudad a través del diseño performativo; o el estudio transdisciplinar Carnicería, más enfocado en la cultura audiovisual.
Para Kike Labián, CEO de Kubbo, los procesos creativos en equipos colaborativos no solo sirven como experiencias útiles para generar nuevos productos, sino como ejercicios de empatía que revalorizan otras profesiones y dignifican saberes. «El pensamiento artístico es un chip, una funcionalidad que todas las personas tienen, y que permite cuestionar de manera crítica todo aquello que nos rodea. Cualquier disciplina artística supone un ejercicio humanista de generosidad que es fundamental para la innovación social». Kubbo es una compañía que reúne a artistas interdisciplinares con la convicción de aplicar su experiencia en artes escénicas a los retos sociales del siglo XXI.
«Hemos creado una comunidad de personas innovadoras y creativas basada en un concepto de colaboración abierta intergeneracional, con mucha influencia del tradicional sistema gremial basado en mentores», afirma Victoria de la Torre, una de las principales coordinadoras de AIDI, una comunidad centrada en la investigación, el diseño y la innovación, desde la que se divulga y se potencia el impacto social, industrial y cultural del diseño.
«Estamos permanentemente buscando un modelo horizontal de colaboración, donde nos convertimos en aprendices-colaboradores, algo que hemos desarrollado y potenciado de forma orgánica». De la Torre es, además, una de las fundadoras de Macedonia, el estudio de diseño que funciona como una agrupación fluida de profesionales centrados en la innovación social y cultural.
«Nos gusta pensar que las nuevas oleadas de organizaciones no venimos a destruir lo que han hecho otras generaciones y a darle la vuelta al sistema, sino a recoger su testigo, heredando todo el aprendizaje colectivo generado hasta la fecha para poder construir sobre ello. Este es el motivo por el que, para nosotros, aprender es tan importante como el hecho de empoderarnos para que nuestra voz también se tenga en cuenta», matiza De la Torre.
Solo el tiempo permitirá justificar la existencia de estos organismos, que actúan como medios con los que abrirse paso entre la espiral de la precariedad. En este trenzado de entidades aprendemos a jugar al baile de sombreros, porque dependiendo del organismo y del momento, cada célula debe adoptar roles diferentes, a veces incluso contradictorios.
En ciertos contextos, la juventud de estos colectivos despierta prejuicios, como si hiciera falta una larga trayectoria y experiencia para que se pueda considerar legítima esta forma de trabajar (¿vivir?).
Estas personas que buscan modelos alternativos para ganarse la vida no se sienten identificados con las etiquetas del emprendimiento. No trabajan así porque quieran, sino porque es su única salida y sienten que no les ha quedado otro remedio. Su objetivo no es crecer, escalar y arriesgar financieramente unos recursos que de los que no disponen, sino que, paradójicamente, lo que buscan es la estabilidad. Una estabilidad construida desde el caos. No están emprendiendo. Lo único que hacen es buscarse la vida, como al fin y al cabo, se ha hecho siempre.