¿Cómo creó Borges ‘El Aleph’? Un cómic cuenta la vida del autor a partir de este relato

19 de junio de 2018
19 de junio de 2018
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Aquí está de nuevo Borges. Un Borges pintado que lleva dentro al Borges de siempre. Lo ha dibujado Nicolás Castell y le ha dado voz Óscar Pantoja para contar cómo fraguó el argentino uno de sus cuentos más famosos, El Aleph. Eso muestra este libro, Borges. El laberinto infinito, porque, como dijo el cuentista, «todo hombre es dos hombres y el verdadero es el otro, el que está en el cielo».

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Palabras literales

Esta historia se despliega en más de 150 páginas pero dice Castell que «es como una película, como un biopic». El cómic está basado en hechos reales; incluso en palabras literales. Ocurre así cuando se conocen Norah Lange y Oliverio Girondo. Fue Borges quien los presentó. Fue él quien invitó a Norah a esa fiesta con la intención de pasar la noche con la mujer que amaba. Pero su verdad no penetró en el entendimiento rebelde de esta escritora vanguardista. En la absoluta nada rebotaron las palabras de Borges, al que entonces llamaban Georgie:

—Este compadrito es inaguantable, un fanfarrón que ignora el oficio de la escritura —dice el Borges novelado.

Y cuando la poeta de Los días y las noches y el poeta de la Persuasión de los días se vieron, se miraron, bebieron y bailaron, el Girondo real se acercó a Norah y le susurró:

—¿Sabe lo que presiento, Norah? Que entre los dos va a ocurrir un incendio.

Reales son también las obsesiones dibujadas en el cómic: la pasión por los tigres, por ejemplo. O la relación asfixiante que mantuvo con su madre. «Es un personaje subyugado por la figura materna. Es algo muy chocante. Tenía que llamarla siempre para decirle dónde estaba. Cuentan que un día, ya mayor, cuando él tenía 45 años, ella se presentó en el bar donde estaba bebiendo con unos amigos y le dijo: “Vamos, Georgie, que ya es muy tarde”», detalla el ilustrador.

«Era una persona muy tímida. Tenía muchas inseguridades. Donde más cómodo se sentía era en su literatura. Yo quería representar la fragilidad de su persona pero sin quitarle nada de dignidad ni faltarle al respeto. Borges no deja de ser extraordinario por estas cualidades», indica. «Dejo ver estos rasgos de su personalidad en una mirada vacía, en un gesto con la mano crispada… Muestro una gestualidad que exprese todo esto de forma inconsciente y que no sea brusca. Esa es una de las ventajas del cómic. En una imagen se pueden decir muchas cosas de forma muy sutil».

Esta novela gráfica, que se expone hasta septiembre en la sala Lavagne Projects de Madrid, no mira solo al Borges literario. Aunque todo gira alrededor de sus obras y, sobre todo, de El Aleph, las páginas construyen un relato del Georgie que tuvo miedos, el que vio cómo perdía a su amor, el que creció entre libros, el que un día dejó de ver la luz para siempre. El Borges que, como el Alpeh, contiene todos los rasgos de su personalidad vistos desde todos los ángulos.

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El esqueleto del cómic

El tiempo no atiende a razones en este libro. Aparece al principio el Borges enamorado de 1926. Viene después el niño lector, el de 1900; le sucede el de 1954, el que ya no ve. En un recuerdo añil, el Borges de 1927, atormentado, da vueltas en la cama… Así, Georgie tras Georgie, van pasando hasta 10 momentos de su vida al correr de las páginas.

—Los saltos en el tiempo intentan recordar su forma de trabajar —explica Castell—. Decidimos esta estructura porque Borges era un escritor de relatos. No publicó novela. De una forma altiva decía que para qué contar algo en 200 páginas si se puede llegar al sumun de una historia en tan solo 12. Esa era su brillantez.

Con la idea de contar la vida de Borges partiendo de El Aleph decidieron dividir el cómic en capítulos independientes, «como si cada uno fuera un pequeño relato, igual que concebía él sus historias», especifica el dibujante. «Pero creo que si nos ceñimos a los diálogos de la obra no habría una unidad. Los dibujos son los que intentan unificar esta historia que gira en torno a El Aleph y a Norah Lange». Y así, cada sección es un Aleph, uno de los puntos del espacio que contienen todos los puntos.

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La oscuridad

Esta mañana, al abrir los ojos, ve lo mismo que cuando los tiene cerrados: oscuridad. Abre tanto los párpados que parecen estallar. Pero no sirve de nada. La habitación ha desaparecido; la luz no asoma por ninguna parte. «Así que así es. Padre, también me llegó el día», dice un Borges que dirige sus pupilas y sus manos al cielo.

—Intento que con mis dibujos se note la frustración. Es algo dramático, pero la actitud que tomó, según he visto en muchas entrevistas, fue como la del que contempla un lento atardecer. Quería mostrar que él lo afrontó con aceptación —comenta Castell—. Y no lo vivió solo. Tenía a su madre, a sus amigos… Tenía a muchas personas a las que podía dictar sus obras y que le leían los textos que quería escuchar.

Esa ceguera no aparece en el cómic con ninguna palabra. Está contada en la ventana borrosa de su dormitorio. También en la sucesión de las viñetas. Es «como un movimiento de cámara extraño, como hacía Hitchcock en sus películas», especifica.

Borges, como el protagonista de su cuento, bajó entonces por una escalera vedada. Cayó. Y al abrir los ojos, vio el Aleph. Si todos los lugares de la tierra están en el Aleph, ahí estarán todas las luminarias, todas las lámparas, todos los veneros de luz.

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El capítulo azul

En 1939 amanece el día azulado. ¿O es añil? Aún puede ver Georgie el color de la melancolía. Está adherido allá donde mira. En las aceras donde deja caer su mirada, cabizbajo; en el tranvía ‘Azul cóndor’, donde se sienta, encorvado. Y hasta pudiera parecer que de fondo suena un blues.

—Borges estaba deprimido. Fue en su edad madura. Tenía proyección como escritor pero no conseguía vivir de ello y se vio obligado a trabajar en una biblioteca. El resto de los administrativos se dedicaban a hablar de fútbol y le pedían que clasificara menos libros para no dejarlos en evidencia.

Cuenta Castells que el poeta venía de patriarcas de mucho dinero. «Tenía un sentimiento bastante clasista», indica. «Verse al nivel de esos administrativos le frustraba. Por eso lo dibujo mirando hacia abajo y con los hombros caídos».

El dibujante se metió en el ánimo de Borges para poder llevarlo a las páginas del cómic. «Tenía que empatizar y me vi contagiado. En esa época me puse triste. Pero ocurrió algo bonito en la vida de Borges y me ayudó a liberarme de su pesar: descubrió la Divina Comedia y sintió el síndrome de Stendhal», indica Castell.

En ese momento, cuando Georgie quedó maravillado con la obra de Dante, el azul se va evaporando de las páginas. Al entrar en la librería, al leer y releer el poema, los colores de la historia se hacen más cálidos para mostrar que «esa era la única fuente de felicidad que tenía en esa época».

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El doblete de Borges

Aparece en una viñeta un Borges que habla con otro Borges. El personaje se desdobla y aparecen dos. «Hay un relato suyo que va de eso. De ahí sacamos la idea. Borges se encuentra con el Borges de su juventud», indica Castell. «Los artistas conversamos con nosotros mismos. Así indagamos mejor en las ideas».

Fue en el relato Borges y yo donde el escritor le habló a su otro, al Borges a quien le ocurren las cosas:

«Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico».
(…)
«Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición».

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El espejo

A Borges le asustaban los espejos. Pensaba que algún día, en vez de su reflejo, aparecería un desconocido delante de él. No extraña este miedo a Castell y lo atribuye a la «imaginación extraordinaria» del argentino.

El dibujante, en cambio, no siente ese repelús. Al contrario. El espejo es tan imprescindible para él como el lápiz y el papel. Es ahí donde busca los gestos de sus personajes. «Mi trabajo es parecido a crear una película en papel. Hago de director, de cámara, de responsable de casting y, por supuesto, de actor», explica. «Todos sabemos dibujar caras muy tristes o muy felices. Pero hay emociones sutiles que son muy difíciles de representar. Entonces tengo que investigar en escenas de pelis o interpretar yo mismo el sentimiento para ver cómo sería el gesto».

Moebius tenía un espejo en su escritorio. El célebre autor de cómic trabajaba ahí las muecas y ademanes de sus personajes. «Todos mis compañeros de profesión lo hacen también», explica Castell.

—Hay que saber entonces algo de dramatización.

—Sí. Y eso me encanta. Es divertido —contesta el granadino—. Es fundamental para construir los personajes. Así los hacemos más carismáticos. Esa fuerza es la que hace que volvamos a leer un cómic. Es lo que hace atractivos a los protagonistas. Ocurre también en la literatura, en el cine o en las series. En House, por ejemplo, los guiones son muy repetitivos, pero la gente se engancha porque el protagonista es muy carismático.

Charles Dickens también habló de su espejo. Todas las mañanas, después de desayunar, se sentaba frente a una mesa reclinada y escribía sus novelas por entregas. En el instante que aparecía un nuevo personaje en la narración, el novelista dejaba la pluma. Se ponía en pie y caminaba hasta la habitación de al lado. Allí había un piano antiguo y un espejo enorme.

Dickens empezaba a actuar como lo haría el personaje. Decía lo que él diría; sentía como él sentiría. Y, mientras, el literato miraba su comportamiento en el espejo. Observaba, en su rostro, los gestos de otro hombre, y cuando ya lo conocía, volvía a su mesa y continuaba escribiendo. Mr. Scrooge, Samuel Pickwick o Tracy Tupman entraban y salían, a ratos, del cuerpo de Dickens.

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El encuentro

Aquella candente mañana de primavera de 2014 Nicolás Castell estaba en la Feria Internacional del Libro de Bolonia. Un señor moreno, con gafas de pasta, se le acercó. Le dijo su nombre: John Naranjo, y le extendió su tarjeta: editor. Le contó que había editado dos novelas gráficas. Una de Gabriel García Márquez y otra de Juan Rulfo. La próxima sería de Borges y lo quería a él para hacer los dibujos.

—¡Oh! No me lo puedo creer. Es mi escritor favorito desde siempre —exclamó Castell—. ¡Fantástico!

Nada más volver a su ciudad, Granada, el ilustrador empezó a trabajar en el cómic. Ya había leído las obras completas de Borges pero las volvió a leer. A escudriñar, más bien, esta vez. Las tenía a mano. Estaban en una estantería de su habitación desde el día en que, con 19 años, reunió por fin los 100 euros que costaba la edición elegante que deseaba para adentrarse en El Aleph y el resto de cuentos.

En esas páginas estaba el Borges de las palabras, el de los laberintos, el de los desdoblamientos… El Borges por dentro. Pero Castell quería conocer también al Borges por fuera. Así que sacó un billete a Buenos Aires y se fue volando a la ciudad.

—Quería descubrir el ambiente donde vivía. Visité la casa de Victoria Ocampo porque ahí se reunía Borges con otros escritores. Ahí hablaban y organizaban las ediciones de la revista literaria Sur.

Paseó después Castell buscando los caminos de Georgie; los pasos que dio el cuentista desde ahí hasta su casa de la calle Serrano; el callejeo del poeta hasta los cafés que frecuentaba. «Para el diseño de los personajes tienes que investigar mucho», apunta. Era preciso entrar en el laberinto que recorrió una y mil veces Jorge Luis Borges aunque hubiera que cruzar el Atlántico.

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5 Comments ¿Qué opinas?

  1. Soy sobrina de Oliverio Girondo y Norah Lange. Trataré de conseguir el Comic aunque la historia contada no es cierta, pero…. la invento un Irlandes, que cosa mejor que encontrar algo jugoso!!!!
    Norah fue invitada, la madre le permitió ir con su hermana Ruth acompañadas por su primo J.L.Borges. Los asientos estaban ya asignados. Los tres fueron separados en las mesas. En el momento de volver Borges no estaba. Con su caballerosidad habitual Oliverio Girondo las acompaño a casa.

  2. Me ha gustado mucho el artículo. Me da ganas le leer a Borges y, por supuesto, de disfrutar del cómic.

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