Desde el espejo retrovisor de un Volkswagen Pointer 2003 se alcanza a ver a unos campesinos que plantan hoja de coca en el VRAE, en Perú. También a unos traficantes de insectos en Bolivia y a una mujer que pide a los narcos en las favelas brasileñas que no vendan crack. Más atrás se ve a un abogado de mafiosos en Costa Rica, a las pandillas hondureñas y los que buscan esmeraldas en Colombia. Se visualiza una montaña llena de nieve, un atardecer en el desierto, la lluvia en la selva e incluso si se ve bien, se puede ver el Caribe desde un ferri.
En diciembre de 2011, José Luis Pardo, Alejandra Sánchez y Pablo Ferri convertimos un pequeño coche destartalado en una sala de redacción. Convencidos de que para descubrir buenas historias es necesario moverse, decidimos recorrer América Latina escribiendo crónicas y reportajes para varios medios a los dos lados del Atlántico.
Nuestro proyecto se llama Dromómanos -del griego dromos: carrera-, que es una obsesión por trasladarse de un lugar a otro, una adicción a viajar. La aventura duró dos años, pasamos por 18 países y recorrimos 55.000 kilómetros. Como hilo conductor, decidimos hacer una serie sobre cómo afecta el narcotráfico a cada país de América Latina, que se ha publicado en la revista Domingo del periódico El Universal de México y recientemente, la parte relacionada con Centroamérica, fue premiada con el Ortega y Gasset 2014 de periodismo impreso.
Nos encontramos con Guatemala sacudida por la violencia de Los Zetas, con pandilleros que quieren ser narcotraficantes en El Salvador, con una Honduras anárquica, con pescadores nicaragüenses que se convierten en traficantes por casualidad y con lavadores profesionales de dinero en Panamá. Hemos visto Colombia después de los grandes cárteles y a traficantes que usan uniforme militar en Venezuela. Nos hemos adentrado a los plantíos de coca en Perú, a los de marihuana en Paraguay y a las crackolandias brasileñas. Hemos entrevistado a la mafia policial argentina y hablado con burriers que cruzan el desierto de Atacama.
Creemos que todavía hay espacio y formas para contar buenas historias sin importar las crisis o los problemas internos de las redacciones. Que el periodismo se trata de lo que la gente hace y no de lo que la gente dice, como suele enseñar nuestro profesor Miguel Ángel Bastenier. Que las fronteras solo existen para cruzarlas.
Empezamos el viaje en un momento de crisis, de pocas ideas y en el que se hablaba continuamente de la muerte del papel. En el que muchos colegas estaban en paro o sufrían para conseguir un contrato mileurista en un trabajo que no les gustaba. Descubrimos que aunque el panorama sea negro, todavía hay mucho por hacer. Que las historias están ahí afuera y solo se necesita alguien para contarlas. Que aunque de principio las cosas sean difíciles, se pueden encontrar medios dispuestos a pagar por buenos contenidos y a lectores ansiosos por leerlos.
En el camino conocimos medios alternativos e inspiradores que hacen grandes investigaciones y han salido de las plataformas convencionales: Plaza Pública (Guatemala), El Faro (El Salvador), Confidencial (Nicaragua), el área investigativa de La Nación (Costa Rica), La Silla Vacía (Colombia), IDL (Perú), Ciper (Chile), Agenzia Pública (Brasil), Anfibia (Argentina), son solo algunos de ellos. Nos encontramos con reporteros locales valientes, comprometidos con las historias y no con el poder. Con personas generosas que nos ayudaron a ir creyendo más en que esta es la forma de trabajar. Lo principal era buscar las historias, después nos preocupábamos por dónde publicarlas.
El viaje empezó con ahorros. Nos conocimos en el máster de El País unos años antes y al terminarlo, vivimos un año en España con distintos trabajos: Alejandra estaba en AS, José Luis en Canal Plus y Pablo en la redacción de El País en Valencia. A ninguno nos entusiasmaba lo que hacíamos y decidimos probar suerte cuando volamos a México en enero de 2011.
Durante casi un año, colaboramos como freelance para varios medios mexicanos y ahorramos lo suficiente como para poder empezar el viaje sin problemas. Mandamos propuestas y acosamos a editores hasta que nos hicieron caso. El freelance se ha convertido en una forma de libertad. De trabajar los temas que nos gustan y de venderlos a los medios en los que los queremos ver publicados. Cada vez ampliamos más la red de colaboraciones y hemos encontrado una forma estable haciendo lo que más nos gusta: contar grandes historias.
Acabamos el viaje en Santiago de Chile. El coche lo vendimos en autopartes y nos volvimos a encontrar en México hace unas semanas. Ahora trabajamos en el libro que incluye estos dos años de historias, anécdotas y reportajes sobre el camino y a corto plazo pretendemos seguir haciendo el mismo trabajo en México, el Caribe y Estados Unidos, así como una serie sobre selvas latinoamericanas. El viaje por el continente fue solo un primer paso de un proyecto que pretende seguir cruzando fronteras.