La realidad está trufada de momentos mágicos que cualquier escritor soñaría con haber imaginado. Que los dos niños que inspiraron dos obras inmortales de la literatura infantil —Alicia en el País de las Maravillas y Peter Pan— llegaran a conocerse, seguramente, hubiera hecho las delicias de los creadores de ambos mundos, Lewis Carroll y J.M. Barrie.
O tal vez no. En aquella inesperada cita en la Universidad de Columbia, en 1932, una anciana Alice Liddell (80 años) y un joven Peter Llewelyn Davies (35) se lamieron uno a otro las heridas de su dolencia común: acarrear sobre sus espaldas el peso de sendos mitos, encarnar el fantasma de dos personajes arquetípicos detenidos en su infancia por el capricho de dos escritores que no querían crecer —especialmente en el caso de Barrie— y que negaban esa potestad a sus niños. No; ni Alicia ni Peter supieron acarrear el monumental peso de los personajes que encarnaron.
¿De qué hablaron Alicia y Peter aquel día? “Me gustaría pensar que se compadecieron mutuamente —dice Rodrigo Fresán, autor de Jardines de Kensington—, pero este tipo de encuentros magnos son siempre frustrantes, como cuando Joyce y Proust se conocieron y, desconocedores de sus respectivas obras, hablaron de sus correspondientes achaques”.
Lewis Carroll, seudónimo literario del reverendo Charles Dogson, conoció a la pequeña Alice Liddell, cuando esta apenas contaba 4 años, y a sus hermanas Edith y Lorina. Enseguida, Alice se convirtió en precoz modelo de sus fotografías —bellísimas, evocadoras y turbadoramente sensuales— y musa de su gran obra Las aventuras subterráneas de Alicia (1863), publicado dos años más tarde como Alicia en el País de las Maravillas.
Mucho se ha especulado sobre la relación entre Dogson y la pequeña Alicia, y si bien las acusaciones de pedofilia probablemente sean infundadas, el escritor entra nítidamente en la categoría de ‘child lover’ asexuado, en la línea de Michael Jackson, “cuya referencia a Neverland no es en absoluto casual”, apunta Fresán. Pero la atracción de Lewis Carroll hacia las hermanas Liddell era algo más que platónica. Hay indicios de que el escritor llegó a pedir matrimonio con alguna de las tres niñas, lo que precipitó la ruptura con los padres de Alicia.
Lewis Carroll siempre negó que la Alicia del libro estuviera inspirada en Alice Liddell, una afirmación que desmiente su guiño en el poema que cierra Alicia en el País de las Maravillas, un acróstico que desvela el nombre de Alice.
Más trágica fue la historia de Peter Llevelyn Davies, el mediano de cinco hermanos varones con los que trabó amistad el dramaturgo J.M. Barrie cuando se conocieron en los jardines londinenses de Kensington (el relato del encuentro está narrado, almibaradamente, en Finding Neverland (2003), protagonizada por un improbable Johnny Depp: el verdadero Barrie era bajito y feo).
Peter Pan, la historia del niño que no quiere hacerse mayor, es más la fantasía del propio Barrie —desolado de por vida por la muerte de su hermano mayor cuando él contaba seis años— que de Peter Davies. Al igual que Carroll medio siglo antes, Barrie negó que Peter fuera su Peter Pan, sino más bien un compendio de los cinco hermanos Llevelyn, sus ‘niños perdidos’, a quienes quería por igual: “Yo creé a Peter Pan frotándolos, todos juntos, al mismo tiempo (…) Peter Pan no es otra cosa que el producto de esta chispa que les robé a ustedes”.
El escritor Rodrigo Fresán, que estudió a fondo la vida y obra de Barrie para componer Jardines de Kensington (2003), cree que «la maldición de Peter Pan» afectó más que a nadie al propio Barrie, que nunca logró liberarse del poderoso halo de su personaje e incluso proyectó, pero no llegó a escribir, una secuela de Peter Pan en la que el protagonista, por fin, crecía. “Como escritor no puedes quejarte si generas una figura arquetípica, pero se trata de un regalo envenenado, una bendita maldición”, dice Fresán.
Peter Pan, el niño que no quería crecer se estrenó, con gran éxito de crítica y público, en 1904 y se publicó en 1911 en forma de novela. La obra traspasó la categoría de superventas para entrar en el olimpo de los mitos universales, los arquetipos colectivos desvelados por Jung, e incluso en el argot de la psicología popular: un ‘Peter Pan’ es un eterno adolescente.
Y entonces, empezó la maldición de Peter Pan. George, el mayor, murió combatiendo en la I Guerra Mundial, con apenas 21 años. A su misma edad, seis años después, murió Michael, ahogado junto a un amigo en lo que parecía un pacto suicida.
El 4 de abril de 1960, Peter Llewelyn Davies, de 63 años, bajó las escaleras de la estación de Sloane Square, caminó lentamente por el andén y se arrojó bajos las ruedas del metro de Londres. Sería injusto culpar a Peter Pan del suicidio de Peter, pero lo cierto es que el hombre vivió como un suplicio su inmortal vínculo con el personaje en la “terrible obra maestra” que era Peter Pan, según la describió. Pero ni con este último acto político logró librarse de la pegajosa sombra del niño volador. «Peter Pan se suicida», titularon los diarios londinenses al día siguiente.
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Eduardo García, fundador de la agencia Alice & Peter me narró esta historia, que he adobado con información de Nick Journal Arcadiano, Fogonazos, Wikipedia, La Nación, ‘En los Jardines de Kensington’, de Rodrigo Fresán, y ‘Finding Neverland’, ‘Alicia y Dogson’, (ediciones Cátedra).
Ilustración Juan Díaz Faes.
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Cuando Peter (Pan) conoció a Alicia (en el País de las Maravillas)
