El Dalí que quiso ser cocinero

«Cuando tenía seis años, deseaba ser cocinero», escribió Salvador Dalí. En otra ocasión, cuando le preguntaron sobre este asunto en televisión, su respuesta fue la siguiente: «Yo, cuando era pequeño, quería ser no cocinero, quería ser cocinera. Luego quise ser Napoleón y después Dalí. Pero soy una buena cocinera de la pintura al oleo».

Como finalmente su genio fue por otros derroteros, el Dalí niño se desquitó en 1973 (cuando tenía 68 años) publicando un desconocido libro de recetas objeto de deseo de coleccionistas. Se trata de Les Dîners de Gala (Las cenas de Gala), un inusual recetario a todo color con el que Dalí pretendía «transformar el arte de comer en éxtasis olográfico».

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Según se puede leer en las primeras páginas, esta obra busca crear un éxtasis de placer en cualquier lector de la época que se atreviera a «recrear en casa estas recetas y llevarlas a su paladar». Pero lo cierto es que el artista surrealista concibió y materializó esta obra pensando en su esposa y musa, Gala, a quien se la dedica. También es una muestra de exhibicionismo relacionada con las famosas y opulentas cenas que ofrecían en su propia casa, de las que hay algunas fotografías en este libro.

En Les Dîners de Gala se pueden apreciar algunos de los tópicos más reconocibles del personaje público en que se había convertido Dalí: excentricidad y afición a la provocación y al dinero. En España vio la luz gracias a Editorial Labor con una edición muy limitada. Pero con anterioridad, en el mismo 1973, había sido publicado en Estados Unidos por Felicie INC y en Francia por Draeger Imprimeurs.

Extravagantes reflexiones de Dalí salpican esta obra, que también coquetea con descaro con el erotismo, el canibalismo, el surrealismo y una ética gastronómica enunciada con soberbia: «Se puede no comer, no se puede comer mal».

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Para los despistados, Dalí advertía al inicio del recetario: «Si usted es discípulo de uno de esos contadores de calorías que convierten los placeres de la mesa en una forma de castigo, cierre este libro en el acto: es demasiado vital, demasiado agresivo y en demasía impertinente para usted».

Así lo demuestran divertidas alusiones a Gilles de Rais, noble y asesino en serie francés del siglo XV, que mataba niños por disfrute y placer personal; a los glotones gigantes Gargantúa y Pantagruel, personajes de Rabelais; o a la obra del pintor surrealista René Magritte.

No son las únicas referencias literarias, artísticas o históricas. También hay guiños a la ciencia, que, como se sabe, ejercía una notable influencia sobre Dalí. En su etapa más joven, Albert Einstein y Sigmund Freud fueron algunas de sus influencias más decisivas. De hecho, en varias ocasiones, Dalí tuvo que negar que los «relojes blandos», tan presentes en su obra, se basaran en la teoría de la relatividad. El artista catalán aseguraba que se trataba de «la percepción surrealista de un queso Camembert pudriéndose al sol».

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Pero ¿qué es lo más interesante de esta joya literaria que mezcla arte y gastronomía? Posiblemente lo que ya destacaron sus editores en 1973:

12 ilustraciones especialmente diseñadas y firmadas por el artista para este recetario.

12 capítulos cuyas portadillas están ilustradas por fragmentos de El jardín de las delicias, una de las obras más conocidas del pintor holandés Jheronimus Bosch, El Bosco.

136 recetas, mayoritariamente procedentes de la cocina francesa clásica, que no habían sido publicadas nunca con anterioridad.

55 recetas ilustradas en color, 21 de las cuales fueron preparadas por los maestros de la gastronomía francesa del momento: los chefs de los legendarios restaurantes Lasserre, La Tour d’Argent, Maxim y Le Buffet de la Gare de Lyon.

Las otras 115 recetas del libro fueron elaboradas por un chef (francés casi con total seguridad) que prefirió permanecer en el anonimato. En muchos casos, recetas tan impresionantes como decadentes. Cocina viejuna, dirían algunos.

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Como curiosidad, en la Francia de la época, facilitar las recetas de una elaboración propia todavía se miraba por los cocineros con cierto recelo. A última hora algún chef reculó y decidió guardar en secreto la composición exacta de alguna de sus recetas. Es el caso de la Pirámide de cangrejos de río con hierbas vikingas, del restaurante La Tour D’argent. Sabemos los ingredientes pero no las proporciones.

El título de los 12 capítulos no tiene desperdicio. En la edición española no se atrevieron a traducirlos. Cada uno de ellos está dedicado a un tipo de alimento. Así se organizan las recetas de Les Dîiners de Gala:

Les caprices pinces princiers (Caprichos principescos pinzados). PLATOS EXÓTICOS.

Les cannibalismes de l’automne (El canibalismo de otoño). HUEVOS Y CRUSTÁCEOS.

Les suprêmes de malaisies lilliputiens (Las supremas de malestar liliputiense). PRIMEROS PLATOS DONDE PREDOMINA LA CASQUERÍA.

Les entre-plats sodomisés (Los entreplatos sodomizados). CARNES.

Les sputniks astiqués d’asticots statistiques (Sputnilks pulidos de caracoles estadísticos). CARACOLES, RANAS.

Les panaches panachés (penachos multicolores). PESCADOS Y MARISCOS.

Les chairs monarchiques (Carne monárquica). AVES DE CAZA Y ALGÚN CONEJO.

Les montres molles. ½ sommeil (Los relojes blandos. Mitad del sueño) CERDO.

L’atavisme desoxyribonucléique (Atavismo desoxirribonucleico). VERDURAS.

Les ‘je mange Gala’ (Los ‘me como a Gala’.) AFRODISIACOS, jugando entre el erotismo y evocaciones de canibalismo.

Les pios nonoches. POSTRES y REPOSTERÍA.

Les délices petits martyrs. ENTREMESES.

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La ilustración elegida para la cubierta del libro es, a la vez, un homenaje a Rabelais («la carrera más lenta y más vertiginosa hacia la muerte es el sibaritismo agudo; el placer sin igual que proporcionan los manjares más delicados») y al Tour de Francia, «esa otra carrera hacia la muerte», «ocasión suprema para subidas y descensos, curvas vertiginosas y patinazos mortales».

Los alimentos tenían una presencia constante en la obra de Salvador Dalí. Según los expertos, estos van cargados de simbolismo. El artista dejó escrito: «Atribuyo especialmente a las espinacas, y a toda clase de alimentos en general, valores estéticos y morales esenciales. La antítesis de la espinaca es la armadura. Me encanta comer armaduras, en una palabra, todo lo que es crustáceos… que tan sólo son vulnerables a las imperiales conquistas de nuestros paladares, tras haberles quitado sus caparazones».

Algunos ejemplos del simbolismo de los crustáceos y otros alimentos en la obra de Dali:

Erizo de mar: Además de la comida preferida de Salvador Dalí, es un animal con el que se sentía identificado. Ambos se protegen del exterior, uno con un esqueleto punzante, el otro con distintas capas de su personalidad.

Langosta: Muy presente en su arte y una de sus obsesiones más recurrentes. En su obra, la langosta refleja el miedo de Dalí ante diversas situaciones, especialmente sexuales. Un particular horror, pesadilla y locura que acompañó durante toda la vida al artista sin poder explicar bien por qué.

Pez: Los peces tienen connotaciones sexuales en la obra de Dalí. Hacen referencia a los genitales femeninos y al pene masculino.

Pan: Alimento básico y ancestral que es en la iconografía daliniana símbolo de vida. También tiene lecturas fálicas y eucarísticas.

Huevos: Simboliza la matriz y el retorno a este como lugar paradisíaco. También la incapacidad de fecundación o el orgasmo onanista sin fines reproductivos. En ocasiones hacen referencia a los ojos.

Cerezas: En la dualidad del racimo, expresa la inocencia y la culpabilidad sexual de los primeros recuerdos infantiles. El momento del nacimiento como expulsión del paraíso que es el vientre materno. En Retrato de mi hermano muerto (1963), las cerezas negras representan al Salvador Dalí fallecido (su hermano) y las rojas al vivo.

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Dalí aseguraba no sentir absolutamente nada, no experimentar jamás emoción alguna y que nada conseguía conmoverle, ni tan siquiera su vida amorosa. Y en todo ese vacío emocional, el excéntrico artista volvía una y otra vez al tema de la gastronomía. Aunque su disfrute en la mesa era condicionado: «Es necesario que se me diga que un plato es un manjar excepcional para que mis papilas gustativas reaccionen favorablemente».

Dentro de esa extraña paradoja, tenía claras sus preferencias: «Sólo me gusta comer aquello que tiene una forma clara y comprensible para la inteligencia. Si detesto ingerir esas horrendas y degradantes hortalizas llamadas espinacas, es porque las espinacas son informes, al igual que la libertad».

La editorial Taschen tiene previsto lanzar a principios de octubre una edición fascímil de Les Dîners de Gala. Su precio será de unos 50 euros. Si es tan lujosa como la original (desde la editorial aseguran que a Dalí le hubiera encantado), es una buena compra.

También es posible encontrar ediciones de la versión original en inglés. Es relativamente fácil localizar ejemplares con precios que oscilan entre los 250 euros y algunos miles (primeras ediciones firmadas por Dalí).

Y una última sentencia rotunda de Salvador Dalí: «Una chocha (becada) bien manida y flameada con un alcohol de alta graduación, servida en sus propios excrementos, tal como se acostumbra presentarla en los más afamados restaurantes de París, será siempre para mí, en el digno campo de la gastronomía, el símbolo más refinado de una autentica civilización».

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