Se cuenta que la última peste llegó sin avisar y nos sorprendió comprando pisos a crédito en un mundo en el que el futuro sería necesariamente, por lo menos, mejor. La peste de 1348 o peste negra llegó a Europa desde fuera y acabó con la vida de al menos un tercio de los europeos del momento; otros dicen el 60%. Hemos perdido mucho.
Excepto algunos, tenemos menos cosas. Otros poseen menos de las necesarias. Hemos dejado de creer en la honradez de muchas personas y en la calidad de bastantes instituciones y empresas. Si aún no nos han aplastado, nos pesan las deudas más que nunca, las nuestras y las compartidas. Estamos más vigilados y también más vigilantes, siempre por nuestro bien. Tenemos la sensación de habitar un estado en precario con un pasado hipotecado. No somos los mismos.
Ahora sabemos que ni lo bueno ni lo malo dura para siempre, que nuestra felicidad depende de muchas cosas diversas y, sobre todo, de muchas más personas diferentes, que vale la pena tener iniciativa y perseguir una idea, aunque lo que quede al final sea una idea distinta, que muchos juntos pueden mucho mucho y que unos pocos, si se organizan, también pueden mucho. Ahora sabemos más.
Han florecido los espacios de trabajo compartido, las redes y los equipos informales, la financiación cooperativa, la colectiva, los préstamos entre particulares o para negocios, las monedas complementarias y las alternativas como Bitcoin, las aplicaciones para sacar partido de lo que sea (tu piso, tu coche, tus viejos esquís), revoluciones exponenciales en la medicina y la educación, la cultura de la prueba y la posibilidad de equivocarse con poco riesgo. Tenemos nuevas herramientas.
Tras el terror de la peste se inició el Prerrenacimiento, el principio de una ola de innovación en las creencias, en las técnicas, en las formas de organización social: una explosión de crecimiento material y cultural. Quedaban zonas despobladas que incentivaron la movilidad, faltaba mano de obra y hubo que inventar máquinas que hicieran el trabajo. Hay mucho por hacer.
Quiero creer que algún día se pueda llegar a pensar que el dolor no fue gratuito y el sufrimiento no fue en vano. Que poco a poco —o de repente un dia, me da igual— convinimos en una nueva narración: que no éramos los mismos, que sabíamos más y teníamos nuevas herramientas. Que saltó la chispa, nos dimos nuevas libertades, supimos ver los vacíos y llenarlos de oportunidad. Que la energía contenida empujó una gran transformación. Barreras por romper.
Que se apagó el ruido y apareció el presente, y ahí estábamos nosotros, preparados.