Todos los sábados desde las 8.30 de la mañana, centenares de personas se reúnen a los pies del Pan de Azúcar, en la en la Escuela Portátil de Música (EPM), para perseguir una pasión que no conoce horarios ni límites. Hay jóvenes y jubilados, hombres y mujeres, madrugadores entusiastas y noctámbulos que llegan de empalmada tras una noche en la bohemia carioca. Todos tienen algo en común: llevan un instrumento a cuestas y dedican la mañana a su formación musical.
La mayoría de ellos no son músicos profesionales, sino aficionados que quieren disfrutar de la música más auténtica de Brasil, el choro, que surgió en Río de Janeiro en el siglo XIX del encuentro entre las melodías importadas por la corte del rey Juan VI de Portugal, que se estableció en Brasil en 1808 en su exilio dorado, y los ritmos locales, llegados al Trópico de la mano de los esclavos africanos.
«En realidad es mucho más complejo que eso. No es del todo correcto decir que los portugueses pusieron la melodía y los africanos solo el ritmo», matiza Luciana Rabello, coordinadora y cofundadora de la EPM.
También conocido como chorinho, es considerado el hermano mayor de la samba, que en Río de Janeiro nació en los ambientes del choro. De hecho, la primera samba grabada es en realidad un maxixe, un subgénero del choro. Se llama Pelo telefone y fue compuesto por Donga, que era un músico de choro.
A los intérpretes de este ritmo se les llama chorões, lo que viene a ser llorones. Pero ni son plañideros ni sollozan. Nadie sabe decir a ciencia cierta de dónde surgió ese nombre. Para algunos historiadores viene de la palabra coro; para otros de xolo, un tipo de danza que reunía los esclavos de las fazendas. En Francia lo definen como «jazz barroco». El chorinho es una mezcla de musicalidades de tres continentes que requiere una grande dosis de virtuosismo, como demuestra este vídeo de Pixinguinha, considerado uno de los padres del género.
Ahora este patrimonio inmaterial de la riquísima cultura musical de Brasil se ha convertido en memoria viva y palpitante gracias a la creación de la Casa do Choro, inaugurada el pasado 25 de abril. «Era un absurdo que Río de Janeiro no tuviese un centro de referencia de esta música», asegura Luciana Rabello, fundadora y presidenta de esta institución, que ha demorado muchos años en hacerse realidad.
Ubicada en un edificio histórico del centro de Río, que el Gobierno del Estado ha cedido para un periodo de 20 años, la Casa do Choro ofrece shows, cursos y una colección de 15.000 partituras digitalizadas, a las que también se puede acceder online.
«Inaugurar el espacio físico de la Casa do Choro es un hito en la historia de la música brasileña y la elección del centro de Río de Janeiro no habría podido ser mejor: es casi un pleonasmo, ya que culturalmente el centro de Río siempre fue la casa del choro, un género musical que debe mucho a este lugar. Así que es la Casa do Choro en la casa del choro», señala Mayra Itaborahy, compositora y alumna de la EPM. «Nuestro acervo está contando la historia de la música de Brasil de otra forma, desde el punto de vista del compositor», explica Rabello.
Luciana Rabello es una compositora que ha pasado a la historia de Brasil como la primera mujer que toca de forma profesional el cavaquinho, la pequeña guitarra que encarna la esencia de la música de Río de Janeiro. «Ser la primera para mí no tiene la menor importancia», asegura con modestia. El caso es que en los años 70, cuando Luciana empezó a tocar con tan solo 15 años en un grupo llamado Os carioquinhas, no solo no había mujeres en el cavaquinho, sino que era considerado un atrevimiento. «Las mujeres tenían que tocar el arpa o el piano. Escoger el cavaquinho fue visto como una provocación», recuerda Rabello.
https://www.youtube.com/watch?v=ul15wv1pv3o
Entre los primeros conciertos de Luciana, que ha tocado con músicos de renombre internacional como Toquinho y Baden Powell, y la inauguración de la Casa do Choro han pasado muchas cosas. Por ejemplo, una película llamada Brasileirinho, dirigida por el finlandés Mika Kaurismaki y estrenada en el Festival de Berlín en 2005.
El filme cuenta la historia del chorinho a través de sus protagonistas: músicos, compositores y amantes de este género. «El productor y coguionista del filme, Marco Forster, fue alumno de guitarra de la EPM», cuenta Luciana. «Este suizo se enamoró de nuestro proyecto y del choro, y propuso el proyecto al director finlandés, que ya había hecho una película sobre música brasileña», añade. Para muchas personas en Europa, Brasileirinho fue la primera ventana hacia un universo musical desconocido y hoy todavía poco explorado.
10 años después, algunos de los protagonistas de esta película están al frente de la Casa do Choro, un proyecto ambicioso que pretende rescatar este género musical y convertirlo en patrimonio inmaterial de la humanidad. Para comprender la esencia de la Casa do Choro, hay dar un paso atrás y recorrer la historia de la Escuela Portátil de Música, que arrancó en 2004.
«Su nombre lo escogió Hermínio Bello de Carvalho, un poeta, compositor y productor cultural de Río. Él decía que la escuela tenía que crecer y ser portátil, rodar por la ciudad de Río de Janeiro para que la lleváramos a los lugares donde no hay acceso a la buena música. Y es lo que hacemos. La EPM tiene núcleos portátiles en diferentes lugares de Río, tanto barrios como favelas. Incluso hay un núcleo en Holanda, en la escuela de música de Rotterdam», relata Luciana.
La escuela arrancó con 50 alumnos y cinco profesores. Hoy tienen más 1.200 alumnos y los profesores son profesionales pagados, algunos de ellos inclusos exalumnos. Los cursos son muy accesibles: cuestan 330 reales por semestre (unos 100 euros). Esto es posible porque la EPM es una entidad sin ánimo de lucro que reinvierte todo lo que ingresa en el proyecto.
Todo empezó por una casualidad. «No teníamos realmente intención de crear una escuela. Aprendimos a tocar con la vieja guardia en las ruedas de choro. Somos la primera generación que se dedica al choro de forma profesional. Por eso, no solíamos salir por las noches de Río. Para nosotros, el choro no era un momento de ocio. Un día un joven guitarrista nos reclamó que no pasábamos los conocimientos a los jóvenes. Y era verdad», recuerda Rabello.
Después de esta provocación, decidieron organizar unas rodas de choro con músicos noveles. «En la primera roda aparecieron 50 personas, muchísimos jóvenes que querían aprender. En poco tiempo ya eran 150, después 200. Tuvimos que llamar a más músicos profesionales para ayudarnos. Y fue así como nació la EPM, que en 2005 recibió el primer patrocinio», agrega.
De este universo, y con mucho esfuerzo, ha surgido la Casa do Choro. «No ha sido nada fácil. He tenido que tocar en muchas puertas, yo solita. Eso sí, llevaba un bagaje enorme conmigo, hecho por un colectivo inmenso», asegura Luciana, que nunca estudió música profesionalmente, solo en el «conservatorio de la vida».
Uno de los objetivos de la Casa do Choro es organizar un festival internacional para invitar a Río de Janeiro a todos los grupos de choro que tocan en varios rincones del mundo, desde España hasta Japón o Dinamarca. Es otro capítulo de este viaje de idas y vueltas de las notas entre el viejo y el nuevo mundo.